Alevosía del Poder

Capítulo 1

Capítulo 1

Las huellas de sus pies en la grava dieron comienzo a su rutina matutina. Miró hacia el camino que siempre recorría desde hace más de veinte años, dándole la bienvenida como cualquier otro día. Esa mañana fue fría como todas las demás, Elora era conocida por sus bajas temperaturas y la insistente neblina que cubría todo a su alrededor.

Comenzó con un par de pasos lentos, la hora en su reloj marcaba las cinco de la madrugada, tiempo perfecto en que el ejercicio le brindaría la energía suficiente para lo que tenía pensado hacer. No había sido fácil llegar a esa conclusión, le resultó ridículo cuando escucho ese «plan» hacia el gobierno de su ciudad. Demasiado fantasioso y propio de una película de Hollywood, pero tras una charla con su querida Martha, supo que lo mejor era dejar que esa verdad saliera a la luz, el alcalde debía saberlo, no quería que una situación complicada terminara en algo peor.

Su caminar se convirtió en un trote tranquilo, sincronizado con los latidos de su corazón, respiraba rítmicamente logrando que su condición física brillara con orgullo. John siempre amó esas mañanas tranquilas, donde podía disfrutar de unos minutos a solas con sus pensamientos, especialmente si la noche anterior había tenido un mal rato, si había sido un día duro en la oficina, o la vez en que él y Martha discutieron sobre una tontería. Pasar esa hora ejercitándose, dejaba su cuerpo relajado y con la cabeza despejada de cualquier mal que perturbara la vida perfecta que tenía viviendo en la nublada y tranquila Elora, Ontario.

Dio un salto al ver una rama en el camino, el movimiento lo hizo sonreír, como si esa acción le asegurara que todo estaría bien, no iba a permitir que nadie irrumpiera en el sistema legal que mantenían, aún si se tratara de uno de sus amigos, todo podría resolverse tras una charla pacífica entre ellos tres, John, su amigo, y el alcalde.

Un trote detrás suyo lo hizo dirigirse a su derecha, siguiendo el protocolo de los corredores en el parque Bissell, más valía moverte antes de ser arrollado o que algún candidato a campeón de maratón gritara en tu oído que movieras el trasero a la derecha.

La persona corría con mucho esfuerzo, pudo notarlo, probablemente uno de los chicos que entrenaban en la comisaría, o uno de los hijos de su querido amigo Jacob, el sheriff de la ciudad. No le dio importancia. Siguió a su ritmo, observando como la luz del sol lograba filtrarse sobre la espesa neblina que ocultaba los árboles en el horizonte.

En el suelo, cuando la negrura de esa mañana fría cedió al fin, al todo poderoso sol, fue claro para los demás madrugadores lo que había sucedido en el camino de grava mientras los demás habitantes de Elora dormían. El líquido espeso y aún caliente brotaba de la garganta abierta, formando una mancha uniforme en la tierra hasta convertirla en una pasta grasienta y olorosa. Sus pies ya no correrían por ese camino nunca más. Sus manos, rodeando la herida, no volverían a saludar a nadie. Su cuerpo, que muy pronto sería encontrado por una pareja de desafortunados habitantes, terminaría en una plancha de metal en un congelador. Sus ojos no verían el hermoso día que acababa de comenzar.

Y nunca podría volver a decir las palabras más dulces a su querida esposa, porque su lengua, la cual le había brindado una vida de logros y respeto de los demás, había sido arrancada sin piedad, y permanecía a medio metro alejada de él.

*

No amanecía aun cuando salieron de la casa. La oscuridad de la madrugada resultaba espeluznante, no escuchaba más que los grillos zumbando por la humedad y el frío. Se abrazó a sí misma mientras caminaba la corta distancia de la puerta de su casa al auto donde su padre subía las maletas, unas que habían sido empacadas con prisa ante la urgencia que llegó hace apenas una hora. Charlotte quería decir tanto, gritarle a su padre que no debían irse solo por el incidente que ocurrió en aquel lugar. Pero el honor que el oficial Crane mantenía llegaba a ser irritante algunas veces.

— ¿Faltó algo? —preguntó Gabriel a su hija, la insistencia en su voz era notoria.

Charlie negó con la cabeza, giró su mirada al hogar que estaban abandonando tan estrepitosamente, y subió al auto sin decir una palabra. Gabriel Crane tragó el nudo en su garganta, sabía que no había frase en el mundo que pudiera calmar la ira palpitante de su hija, así que suspiró con lentitud, y subió a su auto, tenían un largo camino por recorrer.

Las calles de Montreal estaban cubiertas por una capa de niebla que solo aumentaba la tensión de ambos, como si estuvieran dentro de una película de horror, y el asesino culpable de su mudanza saliera del asiento trasero para acabar con sus vidas. Charlie no era tonta, y ciertamente una niña menos, había terminado la universidad hace unos meses atrás, y justo en ese momento se arrepintió de no haber buscado trabajo, de haberlo tenido sería la excusa perfecta para quedarse. Pero su padre era un oficial testarudo que no parecía importarle lo que causaba con sus acciones.

Lo miró de reojo, Gabriel conducía completamente concentrado en el camino, estaba tan tenso que Charlie creyó que arrancaría el volante con sus manos. Tragó el nudo en su garganta, recordando, estaba cerca cuando entró la llamada, sabía exactamente lo que el sheriff le informó a su padre; el cuerpo había sido encontrado en el parque Bissell cuando una pareja trotaba por el camino, ella sabía que no estarían en esa situación de no ser porque el cadáver era de John Bouchard, miembro del consejo que regía el poblado de Elora, Ontario.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.