Algo de ti

4

Es sábado por la noche y Oliver no ha salido de su habitación en todo el día.
Había estado manejando de buena manera los últimos dos días en el trabajo. No quería ver a nadie ahí, y es que todos le recordaban a Lucía, no es que sus trabajadores tuvieron el mismo rostro o misma voz que ella; es que todos al verlo le hacían saber que había perdido a alguien muy importante.

¿Es que las personas no son capaces de darte una sonrisa porque es un buen día y no porque quieren animarte y hacerte sentir mejor?

Cada persona con la que se topaba le sonría, pero no era una sonrisa de me alegro que estes aquí sino una con pena. Y nunca faltaba quien preguntara sobre cómo la estaba pasando. Pensó que su secretaria le iba a tratar como siempre lo hacía, coqueteando o diciendo bromas acerca de ser su hermana perdida, pero no.

— Sé por lo que estás pasando. Así que no te tienes preocupar por nada, he estado organizando tu agenda así no tienes que salir a reuniones y tampoco interactuar con nadie. Yo me ocupo. — fue lo que dijo su secretaria cuando él estuvo sentado en su silla marrón. Si tan solo el tono de voz de ella hubiera sido diferente, él se hubiera atrevido a hacerle una broma de querer quitarle el puesto, pero lo dijo como si él no fuera capaz de nada y que necesita la ayuda de todos, que él es el nuevo bebé de la empresa.

Ningún trato que tuvo con sus trabajadores le dio ánimo de ir a trabajar.

Y reconocía que ellos no tenían la culpa de tratarlo así, pues él no era el hombre bromista y trabajador que no falta nunca ni aunque no haya luz al trabajo. Oliver había pasado los últimos, casi siete, meses de su vida en su casa o en una clínica y muy pocas veces con su terapeuta.

Desde que lucía se fue él dejó que una parte de su vida se fuera con ella. Si bien es cierto que ella le dejo a Lucy, la mayor muestra de vida y esperanza, él no puede salir de su duelo y por eso ahora está sumergido en el valle de las tinieblas.

Hacía unos días había sentido una chispa radiante y brillante, además de la electricidad que sintió con Margarita, pero ahora no puede ver más allá de su almohada. Sus pensamientos le sabotearon cuando en la mañana su hija estaba gateando y de un momento a otro se detuvo porque algo le incomodaba, cuando Oliver se acercó se dio cuenta que necesitaba un cambio de pañales. La tomó en brazos y buscó a Mía.

— Madre, Lucy necesita un cambio de pañales — dijo él mientras hacía cara de asco y a Lucy eso le provocaban risas.

— Oh, mi pequeña hermosa, será mejor que aproveche para darte un baño de una vez. Así estarás completamente limpiecita.

— Que bueno que la abuela está acá porque de lo contrario olerías a monito sucio — había dicho Adrián en broma. Él y Mía estaban arreglando un rosal que llevaba años floreciendo pero que por alguna razón ya no había estado tan verde ni lleno de rosas como antes.

Oliver se había quedado pensando en lo que su padre había dicho.

"Sí no fuera por mamá mi niña no tendría quien la cambiará. Si Lucía estuviera acá sabría como peinarla y vestirla. Cuando Lucy este grande no tendrá quien le aconseje en temas femeninos. ¿Qué haré si mi madre ya no está? Si ninguna de las mujeres de mi vida están, no podré vivir. Lucy necesita de una mujer en su vida. No entiendo que hacer como padre. No tuve hermano, Lucy tampoco tendrá hermanos. ¿Qué haré cuando sea adolescentes? ¿Qué pasará cuando tenga novio? ¿Qué haré con el resto de mi vida cuando ella ya no este?"

Mientras esos pensamientos cubrían su mente y su presente su semblante fue cambiando, era como si su color canela fuese cambiando por un tono grisáceo, pareciera que las ojeras que se le estaban formando bajo los ojos siempre hubieran estado ahí. Sus hombros empezaron a caerse hasta que sus manos colgaban a sus lados sin fuerzas y débiles. En su garganta apretaba la pesadez de la ansiedad y la agonía.

Con la poca fuerza que poseía subió a su habitación, en donde los rayos de luz entraban por la ventana y alumbraban el lugar, pero con cada paso que Oliver daba al interior parecía que los rayos de luz se apartaban y daban lugar a la oscuridad.

Se recostó sobre la frazada color turquesa y presiono su nariz sobre está tratando de obtener el olor de su dueña; Lucía había comprado esa frazada cuando se mudaron a vivir juntos, pero ahora esa frazada era lo único que tenía de su recuerdo y de su olor.

Las lágrimas empezaron a descender sobre su bello rostro hasta llegar a la frazada y dejar ahí la huella de un hombre que está roto.

Así paso su día.
No comió.

No durmió.

Se quedo viendo al otro lado de la cama imaginando que ella estaba ahí leyendo un libro de poemas o un libro de nutrición y salud.

Se centró tanto en lo que no tenía, tanto en el pasado y el futuro, que olvido su presente.

Casi se perdía en ese valle desolado.

Pero la notificación de un mensaje le llegó como un cuerda de oro para salvarle.

Muy buenas noches. Soy Margarita, espero me recuerde. Su padre nos dio su número para la preparación de la fiesta de aniversario. ¿Está bien si podemos vernos mañana?

El destino te dejará vivir tus emociones, pero nunca te dejará hundirte en ellas. Él te dará el equilibrió que necesitas.




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