¿algo pendiente?

2

Estas dos primeras semanas me están resultando algo extrañas. No es fácil volver a casa cuando, prácticamente, tienes tu vida hecha. Yo tenía mis rutinas, mi privacidad… Había vivido tres años con Raúl y uno sola —bueno, eso es relativo, porque mi compañera de piso no es que fuese demasiado sociable—, pero volver a casa de tus padres es algo para lo que hay que mentalizarse bien.

Mi madre y yo siempre hemos tenido buena relación, aunque tampoco somos de esas madres e hijas que se consideran amigas. Una madre es siempre una madre —al menos, para mí—, y yo nunca he sido de compartir demasiado con ella. Supongo que somos muy tradicionales o algo así. Nos llevamos bien porque ella es tranquila y, aunque a veces puede ser algo entrometida, no se enfada demasiado.

Con respecto a mi padre, es todo lo contrario. Es un tipo serio, lo de militar le viene que ni pintado. Creo que su profesión tiene mucho que ver en su comportamiento. Sonríe lo justo y es bastante temperamental, algo en lo que solemos chocar porque yo también tengo mi genio. Lástima que con Raúl no le eché los ovarios suficientes y me dejé mangonear por él.

En fin, que me lío, a lo que íbamos. Mi padre es todo lo opuesto a mi madre, me parece que por eso llevan treinta años de matrimonio. Se complementan el uno al otro. El problema es que mi padre es demasiado estricto con todo. Y exigente, muy exigente. A veces, incluso nos hemos pasado temporadas sin hablarnos. Mi madre dice que somos muy cabezotas y que nos sobra orgullo. La pobre siempre tiene que mediar entre los dos.

Está volviéndome loca la búsqueda de empleo. Los trabajos son casi todos de lo mismo y los sueldos son precarios. Tengo la ilusión, muy ingenua yo, de volver a trabajar en lo mío. Pero nada de nada. He tenido un par de entrevistas de comercial con sueldos bajos y muchas horas, pero no me han llamado.

Mi madre no para de decirme que me lo tome con calma, que hay mucha gente en mi misma situación, pero la vuelta a casa está haciéndoseme dura. Por suerte, tengo suficientes ahorros para vivir con comodidad unos cuatro o cinco meses; además, cuento con unos meses de paro, lo que me da tiempo para seguir buscando. Pero ¿voy a quedarme a vivir aquí con mis padres durante esos meses? ¿Y qué pasará después? Desde que salí de la universidad, no he parado de trabajar. Primero, dando clases en una escuela de adultos; después, en una oficina y, por último, el trabajo en la editorial. Todavía recuerdo la emoción de trabajar por fin en algo que me gustaba…

Pero ahora ni piso ni trabajo. Mi vida se ha convertido en una sucesión de momentos monótonos y mi madre disfruta de nuevo cebándome. Si no salgo pronto de aquí, voy a acabar rodando por las escaleras.

 

 

Es viernes por la tarde, y he quedado con Luci para cenar. Lucía es enfermera y mi mejor amiga. La conocí en mi segundo año de instituto y, no sabemos por qué, al principio nos caímos un poco mal. Ella no habla mucho y yo, cuando me suelto, charlo por los codos; por lo que le resulté bastante pesada y a mí ella, una sosa. Hasta que nos asignaron un trabajo y nos dimos cuenta de todo lo que teníamos en común.

Nuestra vida social tampoco anda mal. Lucía ha tenido más novios que yo, pero todavía no ha encontrado a la persona correcta. Yo solo he salido con Raúl, sin contar los dos meses con aquel chico del instituto —con el que ni siquiera pasé de los besos— y los típicos rollitos esporádicos que o quedan en unos simples besos o en un polvo mal echado. A Lucía y a mí nos gusta salir en plan tranquilo. Ahora, por supuesto. Porque a los veinte nos conocíamos todas las discotecas, pubs y afters de Madrid. Pero desde hace un par años hemos bajado el ritmo. También es verdad que ella está muchas horas en el hospital y yo trabajaba demasiado en la editorial, por lo que el día que estábamos libres eso de «desfase» hasta el amanecer empezaba a quedársenos grande.

El centro de Madrid está hasta los topes un viernes por la noche. Estamos a mediados de junio y el tiempo comienza a ser muy caluroso, por eso las calles están concurridas hasta altas horas de la madrugada. Cenamos en un bar cerca de la plaza Mayor y después vamos a tomarnos algo a un pub que está a dos calles de allí.

—En la barra hay unos hombres que están mirándonos —me informa Lucía, media hora después de llegar—. Pero ni se te ocurra mirar ahora, loca —añade enseguida adivinando mis intenciones—. Están cañones.

—Coño, pues déjame verlos —le digo.

—Está bien. Pero hazlo despacio y con disimulo.

—Bah, ni que ellos disimularan.

Lucía resopla y yo me vuelvo hacia ellos en plan como quien no quiere la cosa. Los dos están tomándose unas cervezas mientras nos miran con atención. Mi amiga tiene razón, son muy guapos.

—No mires más —me reprende Lucía. Y me atiza una patada por debajo de la mesa.

—¿No te gustan? —le pregunto y me vuelvo para mirarla—. Se supone que hay que devolverles la mirada para que sepan que estamos interesadas.

—He dicho que son guapos, no que esté interesada.

—Estás soltera. ¿Qué te lo impide?

Lucía suspira.

—Creo que ya he besado a demasiados sapos. Estoy haciéndome mayor y empiezan a aburrirme los rollos.

La miro alzando una ceja.

—Estás de coña, ¿no? —Ella aprieta los labios—. Si para ti veintiocho años es hacerse mayor, qué va a pasar cuando tengas…, no sé, ¿cuarenta? —Lucía se encoge de hombros—. Además, los tuyos han sido novios formales, no rollos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.