Alicia (spin off saga cliché love)

1.

Capitulo uno

“La música de banda sonaba desde el fondo de alguna habitación. Alicia tragó con angustia y miró a su alrededor. Estaba otra vez allí, en ese lugar          en el que tanto había llorado. Buscó, inútilmente, por algún recoveco en el que pudiese esconderse, pero no halló nada. Nunca lo hacía y él siempre la encontraba.

Él siempre la encontraba…

Tomó con fuerza un cuchillo entre sus manos y con pasos temblorosos se acercó a la puerta que la pequeña cocina tenía. Miró con anhelo las roídas cortinas que una vez compró con tanto entusiasmo e ilusión. Afuera el sol brillaba y podía sentir el trino de los pájaros. 

¿Por qué no podía ser libre y escapar como esas pequeñas aves?

Pasos comenzaron a sonar desde el pasillo y ella supo que la pesadilla comenzaba una vez más. El miedo ya no aparecía en episodios esporádicos, Alicia se había acostumbrado a vivir envuelta en una bruma de tristeza y resignación.

<<Tú te lo buscaste>>. Era la reprimenda disfrazada de consuelo que siempre se daba, esa misma que veía en las miradas de las personas que sabían de su deplorable situación actual.

—Aquí estas, mujer infeliz.”

Alicia despertó porque su cerebro se estaba quedando sin oxígeno y su cuerpo se cubría con una capa de sudor, como una segunda capa de piel. Sintió la humedad empapar sus piernas y, entre lágrimas de impotencia, maldijo.

Los terrores nocturnos eran solo para niños, ella estaba convencida de eso. Pero entonces, ¿por qué seguía orinándose encima cada noche como si fuese una tonta cría de tres años sin control de esfínteres?

Ah, cuanto se odiaba por eso. Por no poder superar y seguir adelante, por que cada noche su mente se volvía en su contra y la torturaba de esa manera. Trayendo los recuerdos de su infeliz vida junto a la peor persona que pudo conocer. Los fantasmas del pasado no se podían espantar fácilmente y ella estaba comenzando a cansarse de vivir una vida a medias.

—¿Y qué, vas a seguir llorando como niñita desamparada? —se reprendió a si misma con enojo. Era la única vez que Alicia se permitía reprocharse algo. —Eres una mujer adulta, hecha y derecha. Ten al menos la decencia de comportarte como tal.

Se levantó, y con rabia quitó las sabanas de su cama. Al menos el colchón no sufriría daños ya que después de años de vivir con esas pesadillas, se había decantado por colocarle una fina capa de plástico que lo aislaba de cualquier accidente.

La mañana transcurrió como todas las de su vida; rutinaria. Y ahora mucho más ya que ninguna de sus dos amigas vivía en el mismo complejo de apartamentos que Alicia regentaba. Bibi y Dolores, gracias al cielo, se encontraban mejor y cada una con su respectiva familia. Ellas habían podido salir adelante pese a las adversidades y le demostraban a Alicia que una mujer era como un ave fénix, siempre podía reinventarse y superar las desgracias del pasado. Sin embargo, debía ser honesta, ese no sería su caso.

Una vez que hubo limpiado todos los pasillos de acceso al complejo de departamentos, que eran la única herencia que su padre pudo dejarle como consuelo tras su muerte, se dedicó a arreglar las vistas del lugar.

Alicia estuvo hasta el mediodía cambiando de lugar las masetas y trasplantando flores a las mismas. La jardinería le traía la paz que no había podido conseguir en ninguna de las visitas a la loquera. Esa era la forma que tenía de llamar a la psicóloga que la había tratado.

Ella miró la hora en su reloj de muñeca y se sorprendió de notar cuanto tiempo llevaba fuera. Al ingresar a su departamento y revisar su teléfono celular notó un par de llamadas perdidas. Para sorpresa suya, el móvil volvió a sonar.

—¿Hola? —respondió a la llamada y esperó un par de segundos a que alguien contestara. No hubo respuesta del otro lado. —Bien, no jugaré este juego de los mudos…

—Alicia, espera —una simpática voz contestó del otro lado. Era Lisa, la pequeña cuñada de su amiga Dolores. La chiquilla le caía bien, era simpática y muy amable. Algo tímida, pero estaba segura de que cuando se acostumbrara a su nueva vida, brillaría como un diamante. —Necesito que me ayudes.

Alicia enarcó su ceja.

—¿Y por qué estas susurrando? —preguntó sin muchas vueltas. —Tienes tu propia habitación, tu hermano se aseguró de eso. ¿Dolores sabe que me llamaste?

Lisa dudó.

—Ella está ocupada con los preparativos del casamiento… no quiero molestarla.

—Y tampoco deseas que tu hermano se entere de esto… —concluyó Alicia. La joven finalmente decidió decirle confesarle que no quería a nadie en sus asuntos, pero que necesitaba la ayuda de un adulto. —Bien, sabes que cualquier cosa que disguste al tonto de tu hermano, tu cuentas conmigo —rio. —¿En que soy útil?

**

Alicia estacionó su auto en las afueras de la mansión Baron. Al ser recibida por una de las empleadas rápidamente fue conducida a donde los señores se encontraban.

Miró de reojo a Dolores, que reía llena de dicha mientras su esposo por poco y se la comía a besos. La pareja estaba disfrutando de una tarde de piscina y de no ser por ella, las cosas podrían haber pasado a mayores.

—¡Cristo, Dolores! Son apenas las cuatro de la tarde —gritó y para regocijó suyo la joven pareja se separó como dos perros espantados con agua. —Guarda un poco de esa emoción para la noche… o tu luna de miel, como máximo.

Un par de ojos ambarinos se estrellaron contra su mirada y Alicia tuvo que suprimir un escalofrío. Ese chiquillo le ponía los pelos de punta.

—Hola, Alicia —dijo Nicholas. —Diría que es un placer verte, pero lamentablemente no soy bueno para las mentiras. Dime, ¿Qué te trae de visita por nuestra tranquila morada?

Sí, el sarcasmo era un arma con el que Alicia podía jugar como una experta. Ella sonrió ante la oportunidad que el chico ameba, como Dolores lo llamaba, le entregaba en bandeja de plata.




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