Alicia (spin off saga cliché love)

2.

Capitulo dos

A Alicia se le estaba haciendo difícil mantenerse de pie, e inmutable. El hombre frente a ella ya no era el niño escuálido que ella recordaba. Ahora, frente a sus ojos tenía a una bestia de casi dos metros de altura, a quien la ascendencia rusa le había otorgado lo mejor de sus genes; cabello rubio y abundante, ojos celestes casi eléctricos y ninguna arruga en su rostro de niño bueno.

Ella debía ser honesta, estaba claro que sus… ¿treinta y nueve? ¿cuarenta? años ayudaban mucho.

Recordó como si hubiese sido ayer que compartían las mandarinas del árbol de su madre, sentados sobre la medianera que separaba sus hogares y mirando a las personas pasar.

Sergio siempre había sido el niño raro del barrio, ese al que sus padres le compraban libros en lugar de juguetes, el niño que iba a los museos en lugar del autocine como los demás. Un jovencito curioso que se convirtió en un compañero ideal al momento de la jardinería dados sus conocimientos en botánica.

Un conocido que, lamentablemente, había desaparecido como el resto de las personas de la vida de Alicia.

Lisa a su lado frunció el ceño ante su mutismo y de forma disimulada tomó su mano. La joven le susurró alguna una pregunta que Alicia no pudo entender, pero que sí contestó con un asentimiento de cabeza.

—Sergio —respondió al fin recobrando su voz y dándole un tono firme. Por nada del mundo Alicia debía mostrarse en desventaja con él. —Sergio Lovenksco.

Él respiró profundamente, complacido por volver a oír cada nota de su voz. Su ritmo cardiaco se había acelerado cuando escuchó a su personal de seguridad que identificaba a sus visitantes. Ahora la veía de nuevo, frente a él y brillando como la más bonita de las estrellas del firmamento. Esa había sido siempre Alicia para él; su pequeña estrella.

—Todavía eres la única persona que pronuncia bien mi apellido, pequeña Alicia Vizenzo —Sergio sonrió con calidez. —Me sorprende gratamente saber de ti, después de… ¿Cuántos años? —él hizo cálculos metales, intentando no ser demasiado obvio. Era claro que conocía la cantidad exacta de años que no la veía. —Veintiocho —concluyó. —¿En qué puedo serte de ayuda?

El corazón de Alicia dio un vuelco. ¿Sería Sergio el padre del niño que ahora molestaba a Lisa?

¡Pero es que era tonta! Se reprendió. A ella no tenía por qué importarle el parentesco. Su único objetivo era de hacer de apoyo a la jovencita que le había pedido que la acompañase. Lisa se encontró de repente contra la espada y la pared; ser leal a su hermano o al muchacho que significó su primer amor. Ahora tocaba hacerle frente a un asunto que la venia atormentando desde hacía bastante.

—Vine para dejarle en claro a tu hijo que no tiene ningún derecho a continuar hostigando a Lisa, y aunque él no lo sepa, ella tiene muchas personas que la protegen y se preocupan por ella.

Sergio tenía una expresión indescifrable.

—¿Hablas de Milo? —él dirigió su mirada a la jovencita de cabellos castaños claros y ojos ambarinos. Que espécimen tan bonito. Ambas mujeres asintieron y Sergio suspiró profundamente. —¿Quieren entrar?

Su idea de charlar un tema delicado, como lo era Milo, en la puerta de su casa no le parecía atractiva.

—¿Estas sordo o qué? —graznó Alicia, sorprendiéndolo. —Te dije que le advirtieras a tu chiquillo de que deje en paz a Lisa. No vinimos a tomar el té con ustedes.

Sergio asintió sopesando cada una de sus palabras. Luego, dirigió sus impresionantes ojos celestes hacia la muchacha que lucía atormentada.

—No te preocupes, jovencita. Hablaré con Milo y él no volverá a molestarte.

—Gracias —dijo ella. —No quería recurrir a esta instancia, pero la verdad es que necesito que él se detenga. Por su bien y por el mío.

Alicia entrecerró sus ojos de manera sospechosa. En ningún momento Lisa le había dicho que era cuestión de vida o muerte para ninguna de las partes involucradas. Para ella no pasaba más allá de un drama adolescente.

—Eres la hermanita pequeña de ese empresario importante —concluyó Sergio y ella regresó su atención a él. —Ese tal Baron, ¿verdad?

Lisa asintió y Sergio pudo comprender todo el panorama.

—Por favor, no llores —murmuró al verla acongojada y sus ojos llenos de lágrimas. Lo siento tanto —él se acercó a ella y Alicia interpuso su cuerpo antes de que la tocara.

Sergio la miró fijamente, y después, como quien no quiere la cosa, se apretó contra el rollizo cuerpo de la rubia que se interponía. Al sentir que ella se tensaba por su contacto, limpió con su pañuelo las mejillas de la joven.

—Lo lamento, pequeña Alicia —susurró a su odio mientras exhalaba cada palabra. —Debes saber que no es bueno entrometerse en mi camino cuando estoy determinado a hacer algo.

Los vellos de su nuca se erizaron. ¿Qué diablos sucedía con él?

Lisa se vio de repente y de manera inconsciente, en medio de un sándwich humano del que no quería formar parte. Era obvio que el pariente de Milo conocía y estaba de más interesado en Alicia. Pobre diablo.

—¿Quieres un vaso con agua?




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