Capitulo once:
Sergio no pegó un ojo en toda la noche, velando por el sueño de Alicia. Cada cierto tiempo, cuando ella se movía, la corroboraba y calmaba su malestar en sueños. Sus gemidos lastimeros y el ruego que murmuraba de ratos, estaban acabando con su cordura y paciencia.
Su pobre, pobre estrellita había sufrido un infierno junto a ese imbécil que juró ante Dios protegerla y amarla como ella merecía. Y eso, estaba matando a su carácter pacifista y planeo, en cuanto volviese a su oficina, cobrarse los favores que altos mandos de la policía y la corte le debían.
¿Nadie había hecho justicia por la estrella más bonita del firmamento? Pues él se encargaría de que Alicia obtuviese lo que esos incompetentes no supieron darle; paz al saber que sus verdugos obtenían una condena.
Tal y como ella había predicho cerca de las cuatro de la madrugada, se orinó encima después de rogar lastimeramente que no la lastimaran más.
Sergio sintió que la sangre le hervía al verla despertarse tan exaltada.
Él, que estaba desde hacía rato sentado en un pequeño sofá al lado de la cama, se excusó con ella mintiendo al decir que estaba despierto desde antes ya que había ido por agua a la cocina. Pudo ser testigo de su expresión aliviada al no haberlo ensuciado con su orina.
—Ve, estrellita, higienízate y yo ordenaré nuestra cama —habló con gentileza. —Aquí tenemos sabanas y más mantas.
—Yo puedo hacerlo —combatió ella que buscaba una segunda muda de ropa en su bolso de mano.
—Lo sé —contestó Sergio y al ver que no se movía, continuó. —Está bien, te esperaré y juntos lo haremos.
Así, ambos cambiaron las sabanas de la cama y volvieron a recostarse. Él se sorprendió cuando Alicia se giró y lo envolvió en sus brazos, olisqueando su ropa.
—Me gusta como hueles.
Sergio sonrió.
—Rociaré tus almohadas con mi perfume para acostumbrarte a mi presencia.
—Eso suena genial —murmuró ella y él sintió como su corazón latía con más fuerza por sus palabras. Ella lo aceptaba.
Él ni siquiera se preocupó por lo mucho que sentía respecto a Alicia. Para Sergio, a diferencia de ella, todo era natural y el ritmo inevitable de la vida. Él la había adorado desde que era un tonto niño adolescente y jamás se perdonó el haberla perdido. Sergio intentó rehacer su vida sin ella, pero a cada mujer que se le cruzaba en la vida era inevitable compararla con lo que Alicia provocó alguna vez en él. Por eso que a sus casi cuarenta años era el tío solterón con dinero. Su sobrino no se cansaba de repetírselo a cada momento.
“Ya llegara mi estrella” le dijo una vez, pero Milo simplemente sonrió y negó con la cabeza. Y ahora cumplía, la vida había sido generosa con él y su espera había valido la pena. Su recompensa descansaba ahora entre sus brazos mientras olisqueaba sin cesar el aroma de su colonia marina.
ººº
La muchacha joven que se encargaba de limpiar las habitaciones de la gran casona de Bibi y Daniel miraba a Sergio con el ceño fruncido.
—Lo lamento —dijo él sin un ápice de culpa. —Quería darle un desayuno romántico a mi estrellita, pero tengo manos jabonosas y terminé por volcar todo en la cama.
La dueña de casa apareció en ese momento para ver de qué se trataba el pequeño incordio en el área de lavandería.
—¿Qué sucede? —preguntó Bibi que utilizaba una bata mullida y tenía la cara llena de cremas. —¿Hilda?
La muchacha resopló.
—El señor ha botado el jugo de naranja sobre las sabanas de la cama grande. Ahora quedarán manchadas.
Sergio volvió a sonreír y miró a Bibi con una disculpa grabada en su rostro.
—Prometo pagarlas… solo que no le digan a mi estrellita —pidió con tono bromista. —Ella no creyó que fuese para tanto. Olvidemos el pequeño incidente o que quede entre nosotros tres.
Bibi miró a Hilda y la regañó con la mirada. Sergio era la persona más encantadora y amable que había conocido y se le hacía grosero hacerle algún desaire.
—No, Sergio. No hay problema, compraremos unas nuevas —miró de nuevo a Hilda, en un tácito gesto de que era suficiente. Su mirada bastó para que la muchacha dejara la tela de lado y se marchara a hacer otra cosa.
Bibi se sorprendió, a pesar de ser la futura reina de Liechtenstein ella nunca creyó que pudiese alcanzar ese nivel de influencia en las personas.
Sergio carraspeo.
—Hablo en serio, puedo pagarlas.
Ella le devolvió una mirada analítica y él no hizo nada por apartarse o siquiera se sintió cohibido.
—Nosotros no habíamos tenido tiempo a solas —dijo de pronto.
—No sabia que querías tiempo a solas conmigo, alteza —bromeó con doble sentido y el rostro de ella enrojeció. —A mi estrellita y a tu futuro marido no le haría mucha gracia escuchar eso. Sé que mi Alicia es bastante liberal en algunos aspecto, pero hasta yo reconozco lo suicida de esa idea.
Bibi por poco y se desarma en disculpas y explicaciones mientras él reía.
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Editado: 11.06.2021