Capitulo catorce:
Al cabo de dos semanas después de haber dejado a Sergio, Alicia no encontraba consuelo para el vacío que sentía en su corazón. Él tampoco la había buscado para rogarle o siquiera intentó ponerse en contacto con ella posterior al escándalo en su oficina. Y eso, la estaba matando.
Los recuerdos de él y su mirada herida aun la atormentaban por la noche y esta vez sus pesadillas habían cambiado. Pasaron de ser esas terribles situaciones donde se sentía tan indefensa y vulnerable, a una realidad en donde tenía que vivir sin el encanto de Sergio Lovenksco a su lado.
—Alicia estoy hablándote — Lisa, que ahora trabajaba con ella en su pequeña peluquería llamó su atención. Eran solo un par de horas, pero a la señorita Baron le hacía mucha ilusión tener un primer trabajo que no dependiera de su hermano o abuelo. —¿Quieres que almorcemos sándwiches de salame? —preguntó con una sonrisa esperanzada. —El señor que los vende en la esquina me dijo que nos haría un descuento si compró cuatro o más.
A Alicia no se le antojó delicioso la mención del fiambre curado. Últimamente muy pocas comidas se le hacían apetecibles.
—Debería darte un descuento si eres la única que le compra —sonrió al ver la cara de la muchacha. —Es negocio para él que te gusten tanto esos sándwiches de dudosa procedencia…
Alicia bajó el tono de su voz poco a poco y reflexionó, tardíamente, en como su realidad comenzaba a perder nitidez. Escuchó un grito que la llamaba, pero no pudo mantenerse consciente.
“Sergio sonreía divertido mientras comían nísperos a escondidas de su madre. La tarde acariciaba sus mejillas con una fresca brisa de otoño.
—En realidad no quiero irme —le contaba él sobre el gran problema que su madre había tenido con la reaparición de su padre. —Mamá se la pasa llorando y lamentándose por mi partida.
Ella, de diecisiete años, cinco más que él lo miró aburrida.
—Siempre quisiste conocer a tu padre —mascó los terciopelados frutos en su boca. —Tu madre tiene que entender que también lo quieres a él. No puedes ser su bebé por siempre.
Él le hizo malas caras.
—Ya te dije que no soy un bebé. Soy un hombre y me marcharé para hacerme de un nombre importante. De esa forma estarás orgullosa de mi cuando me nombres.
Ella bufó.
—Ah, sí. Lo había olvidado. Dijiste que serías un gran hombre para desposarme, pero yo ya tengo un novio —bromeó ella con inocencia. —¿Apostamos a ver que sucede primero? ¿Me casaré con él o contigo?”
Alicia despertó de sopetón y algo desorientada. Ella estaba en una sala de hospital y sentía que la cabeza le zumbaba. Una joven enfermera controlaba sus signos vitales y a su lado Lisa la miraba a la expectativa.
—Relájate, niña —intentó calmarla. —Fue un tonto desmayo por que se me bajó el azúcar. Quita esa cara de cachorrito apaleado.
—No me gustan los hospitales —contestó Lisa con pena. —Me recuerdan a mi madre y todas las cosas que pasamos por su relación con mi padre.
Alicia arrugó la nariz.
Una simpática doctora llegó hasta ellas y se presentó como la médica a cargo de la guardia ese día. Ella hizo un par de preguntas reglamentarias y avisó a Alicia que habían hecho análisis para conocer el porqué de su repentino desvanecimiento, ya que Lisa no había podido responder a algunas preguntas y querían descartar causas más serías.
—Estrés seguro —bromeó la rubia y la doctora se quedó sería. Muy, seria.
—Estas embarazada, Alicia —dijo seriamente como dando una sentencia de muerte en lugar de una noticia como esa. —Tendremos que hacer una ecografía para conocer el estado del feto.
De pronto la realidad de Alicia adquirió una seriedad que no había tenido en años. Todo el miedo que parecía haber aprendido a ocultar demasiado bien tras una mascara de indiferencia se mostró en su rostro.
—¿Qué? —moduló a duras penas. —Disculpa, debo haber oído mal o mi cerebro se dañó con ese desmayo, ¿Has dicho embarazo? Eso no puede ser posible… ¡Mírame! Soy una vieja de cuarenta y cinco años. Me hice un control de la menopausia hace medio año.
Lisa estaba blanca como un papel mientras oía lo que la mujer mayor le decía a la doctora.
La medica suspiró y se armó de paciencia, entendiendo que muchas mujeres de la edad de Alicia ya no estaban para una noticia de embarazo positivo.
—Por tus antecedentes podemos deducir que se trata de un embarazo de riesgo —explicó. —Es de vital importancia que te cuides en extremo si deseas conservar a ese bebé.
El corazón de Alicia se oprimió en su pecho. No quería ilusionarse, no debía ilusionarse. Sus sueños de ser madre habían muerto muchos años atrás, con la realización de que la maternidad no estaba hecha para mujeres como ella; con traumas, desconfiadas y recelosas de cuanta persona se les cruzara enfrente. ¿Cómo podría criar a un hijo de esa manera?
—No me oíste, soy mayor. Tengo cuarenta y cinco años —volvió a repetir. —Mi periodo es irregular y se ha ausentado durante varios meses…
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Editado: 11.06.2021