Alicia (spin off saga cliché love)

15. FINAL

Capitulo quince: Final.

—¿Sigues llorando por tu novia, tío? —fue el saludo que Sergio recibió por parte de su sobrino. Milo le tendió un café y se acomodó en el asiento del acompañante de su camioneta. —Te dije que esa mujer no estaba hecha para ser domada. Parecía una salvaje cuando la conocí.

Sergio sonrió apenas, recordando el numerito que su sobrino montó cuando le dijo que Alicia había terminado con él.

—Ella es una salvaje, pero la amo de esa manera.

—Estas jodido —sentenció Milo con expresión pétrea. —Deberías pedirle perdón cuando regresemos y prometerle que te cambiaras el apellido. Tu no tuviste elección al nacer en esta familia.

—Sí, haré eso.

Ambos hombres se pusieron completamente serios al ver al sujeto que venían acechando desde hacía días. Era el ultimo de su lista y Sergio estaba más que ansioso de hacerle una pequeña visita.

¿Así que se creía impune y había vivido su vida como si nunca hubiese dañado a nadie? Pues ahora aprendería que todas las malas acciones se pagan en vida y que el infierno siempre reclamaba por las basuras como él.

Luis Echarre salió del casino donde había pasado casi toda la noche y parte de la madrugada. Luego, se dirigió hasta el lugar donde tenía su pequeña casa. Una vez que se introdujo en su hogar, Sergio estacionó su camioneta en la acera de enfrente y bajó junto a su sobrino para buscarlo.

La casa estaba en un estado deplorable y cuando el abogado, de carácter pacífico escuchó el primer grito de una mujer, tuvo que intervenir. Él y Milo saltaron la medianera que separaba la casa de sus vecinos y se internaron en el patio trasero.

La imagen que encontraron les puso los nervios de punta. El maldito bastardo de Echarre tenía a una mujer acorralada contra una alacena, en la cocina. Él la golpeaba mientras un niño pequeño lloraba a un lado.

Sergio fue el primero en actuar. Tomó al malnacido de la parte posterior de la chaqueta que utilizaba y lo alejó de la mujer.

—¿Qué carajos…? —pero Luis no pudo continuar hablando ya que un pesado puño se estrelló conta la boca de su estómago.

—No jodas nunca con un pacifista, idiota —dijo Milo mirando la expresión de su tío. Él corrió a socorrer a la mujer que, para espanto suyo, tenía una enorme barriga de embarazo. —¿Esta bien?

Ella asintió y corrió a proteger a su otro hijo. Milo miró la situación sintiéndose un bastardo. Él se adelantó y a ver que ella intentaba cubrir el pequeño cuerpo con el suyo, le habló;

—Nadie volverá a lastimarlos —sacó un sobre de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa ratonera del living. —El señor Echarre se viene con nosotros. Es tiempo de saldar sus deudas.

Sergio estaba furioso y así se lo hizo notar al imbécil de Luis que ahora, que un igual le hacía frente, parecía haber perdido toda la valentía que tenía al golpear a su mujer.

—Camina, machito —exigió con acento ruso y el tipejo tembló. —¿Quieres saber lo que se siente ser sometido a la voluntad de otro? —susurró en su oído con rabia. —Bienvenido a tu infierno personal, Luis. Soy Serge Lovenksco y he venido a cobrarte una deuda de hace veinticinco años.

Antes de marcharse, Milo se giró y miró a la joven mujer. Su atención se desvió a otro cuerpo delgado que observaba tras una puerta. Era una adolescente que también tenía la cara con moratones.

Él apretó con fuerza sus puños y cuando su tío hubo sacado al idiota de la casa, murmuró;

—Si quieren dar aviso a la policía de que nos lo llevamos, les voy a pedir que esperen solo diez minutos —sonrió a medias. —En el sobre tienen una pequeña recompensa por haber soportado a esa escoria. Por favor, no sufran más por él. Salgan adelante y olviden que alguna vez Luis Echarre estuvo en sus vidas…

—¿Van a matarlo? —preguntó la embarazada y él negó.

—Él nunca volverá a sus vidas. Tengan eso por seguro.

Milo salió por la puerta y miró la camioneta de vidrios tintados de su tío. Como si de una visita social se tratase, se subió con una sonrisa. Estando a punto de cerrar la puerta y ante la estupefacta mirada de Luis, la chiquilla que estaba dentro gritó;

—Gracias.

***

Alicia miró a Nicholas que rebuscaba algo en el gran refrigerador que su casa tenía. Él tarareaba una canción antigua, y ella se sorprendió que incluso en su tarareo se oyera desafinado.

—Quiero hablar contigo —dijo de pronto, —¿puedo?

Él se enderezó rápidamente y sonrió al verse descubierto. Sus labios tenían un montón de crema rosa proveniente del pastel que Dolores había comprado para la tarde, y el cual no estaban autorizados a comer hasta la hora del té.

—¿Qué sucede? —miró a su alrededor y se limpió disimuladamente la evidencia de su atraco. Nicholas no deseaba una esposa embarazada que se cabreara con él. —¿Quieres que yo te ayude con tu novio? —sí, era de público conocimiento el hecho de que Alicia ya no veía a Sergio. —Sabía que este momento llegaría.

—¿A qué te refieres? ¿Sabes quién es él?

Nicholas tomó asiento en uno de los altos taburetes que su cocina tenía.




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