Capitulo 8. Solo nosotros.

La cena transcurría despacio, como si el tiempo hubiera decidido detenerse para nosotros. El murmullo suave del restaurante se desvanecía en el fondo, y lo único que existía era la mirada de Henry sosteniendo la mía.

—No puedo creer que estemos acá —murmuró él, con una sonrisa tranquila, como si aún dudara de que todo fuera real.

—Yo tampoco —respondí, jugando distraídamente con el borde de mi copa—. Es como si la ciudad se hubiera vuelto más bonita esta noche.

Él rió suavemente.

—No es la ciudad… sos vos. Todo se ve distinto desde que estás conmigo.

Sentí cómo mis mejillas se encendían, pero esta vez no quise ocultarlo. Bajé la vista un instante y, cuando me animé a levantarla, encontré sus ojos brillando con una ternura que me desarmó.

Henry extendió la mano sobre la mesa, y yo la tomé sin pensarlo. Su pulgar trazó un círculo lento sobre mi piel, un gesto tan simple y a la vez tan lleno de significado que me estremeció.

—¿Sabés? —dijo él, después de un silencio cómodo—. Pasé meses sin saber qué hacer conmigo mismo. Todo me parecía ruido, vacío… hasta que llegaste vos.

No supe qué responder. Solo lo miré, con el corazón latiendo fuerte, como si quisiera grabar cada palabra en mi memoria.

Él sonrió con suavidad, inclinándose apenas hacia adelante.

—Y ahora que te tengo acá, siento paz. Esa paz que nunca había conocido.

Apreté su mano un poco más fuerte, dejándole saber que lo entendía, que yo sentía lo mismo.

El mozo apareció en ese instante con los platos, pero nada logró romper la magia de ese momento. Cenamos despacio, casi en silencio, compartiendo sonrisas y miradas que decían más que cualquier palabra.

Cuando la noche avanzó y las luces del restaurante se atenuaron, Henry llevó mi mano a sus labios y la besó con delicadeza.

—Gracias por estar acá, Ally —susurró—. No sabés lo feliz que me hacés.

Sonreí, con el corazón desbordado. Y en ese instante comprendí que esa cena, tan tranquila y serena, sería uno de esos recuerdos que guardaría para siempre.