Sus movimientos son cada vez más vertiginosos a la par de la sensación de una corriente intranquila que se extiende por todo su cuerpo, desde su mente errática y llena de confusión hasta penetrar en el músculo de sus piernas temblorosas. Se aferra a la baranda de la escalera para llegar al segundo piso de la casa y con pasos violentos, se precipita a la primera habitación que sus ojos captaron al instante. En ese momento, una mueca de dolor se dibuja en su rostro al sentir nuevamente esas punzadas en su vientre. Por favor bebe, ahora no; se dice a sí misma en voz alta.
Resuena un golpe seco en toda la estancia. Al sentir los nervios a flor de piel, no midió la fuerza con la que abriría la puerta al adentrarse en la pieza, razón por la cual tardíamente se dio cuenta de algunas magulladuras visibles en la pared. Agita la cabeza, no tiene tiempo para preocuparse por esos detalles. Echa un vistazo panorámico al interior. Su observación recae en una maleta azul escondida en un rincón, al lado izquierdo del armario-ropero de puertas correderas. Levanta la maleta y la coloca abierta sobre la cama. Es entonces que gira sobre sus pies para mover la puerta del gran mueble. Tiras y tiras de ropa salen volando de allí para ser guardadas dentro de la maleta sin orden alguno. No se percata en ese instante de la presencia reciente en la habitación hasta escuchar unos pasos que la obligan a elevar su mirada.
—Quiero el divorcio.
—¿Qué?... -le preguntó terriblemente alterado al ver todo el revuelo de prendas.—¿Qué estás diciendo?.
—Lo que acabas de escuchar. Quiero el divorcio —sus nudillos adquirieron un tono blanquecino por la presión que estas están ejerciendo sobre el par de blusas arrugadas .—Ya no puedo más, Eric. Ya no puedo más.
Suelta sin más esa declaración. Aquellas palabras que desde hace mucho tiempo habían estado atascadas en la carne de su garganta, salen finalmente disparadas de sus labios mordidos en una firme pronunciación. Los ojos de castaña no rehúyen ante él, sino más bien, dejan ver el abundante brote de lágrimas dolorosas sin vergüenza alguna. Tal pareciera que deseaba mostrarle la prueba más pura y fidedigna del desastre que él mismo se había encargado de ocasionar: la desolada imagen de un corazón hecho pedazos. La imagen de la mujer a la cual juró proteger de todo y de todos, pero de quien más debía de proteger en realidad, era de él mismo.
Su cuerpo tirita al sentir una leve pero fría ráfaga de viento. De reojo, la calle lentamente se alumbra con las primeras luces de los postes, indicando que está oscureciendo. Se sorbe la nariz y se limpia los ojos furiosamente, continuando empacando sus cosas
—Espera Daniela -ella decide ignorarlo.—Daniela, por favor detente.
Daniela sigue haciendo oídos sordos a su petición, a lo que Eric decide acercarse y agarrar una de sus muñecas con fuerza. Lo que conlleva a iniciar un forcejeo entre ambos. Ella intenta alejarse gritando que la suelte, que ni siquiera la toque y él le implora que pare todo aquello. Sus esfuerzos terminan siendo inútiles cuando ella se libera de su agarre como si de la peste se tratase.
—¿Q-Que me detenga? ¿Que me detenga? ¿Eso me estás diciendo? —cuestiona con fiereza señalando.—Si que eres realmente cínico, Eric. ¿Que no te das cuenta? ¡Estoy cansada de ti! ¡De ti y de todo este maldito circo! ¡Estoy harta!.
—Daniela, escúchame. Escúchame, por favor. Si tan solo me dejaras explicarte...—el hombre vuelve a acercarse con suplicación en su voz.
—¡No!, ahora el que me va a escuchar vas a ser tú. ¿Creías que no me enteraría? No me jodas con eso. ¿Explicar? ¿Explicar qué? ¿Qué el de la foto no eres tú? -su voz, aunque rasposa y agrietada, no pierde fuerza en cada cuestionamiento.—¿Qué es un montaje? ¿Que alguien se hizo pasar por ti? ¡Por un carajo, Eric! ¡El de la foto eres tú, nadie más que tú!
El susodicho no sabe qué responder. Trata de articular alguna palabra pero solo consigue emitir balbuceos trémulos acompañado de una respiración jadeante. Sus manos temblorosas, sus piernas rígidas y su mente bloqueada por un muro de neblina; deja ver su estado a simple vista. No puede tan siquiera mantener la mirada y opta por evitarla. La vergüenza, la culpa y la decepción de sí mismo no lo dejan mostrarse con valor. Oh, Dios. Cómo desearía volver atrás, cómo desearía regresar en el tiempo y poder evitar aquello. Si tan solo nunca la hubiera aceptado, no estaría allí apunto de perder a la única mujer que ha amado en toda su miserable vida.
—S-Sé que me equivoqué. Cometí un error garrafal y sé que nunca me lo voy a perdonar. Pero solo escuchame Daniela, te suplico que me escuches —tartamudea entre ruego, sin embargo; Daniela niega mientras plasma en su rostro una sonrisa irónica.
—¿Explicar que me has engañado? ¿Explicarme cómo te revolcabas cada noche con ella mientras que yo y tu hija te esperamos cada maldita noche? ¡¿Es eso?!.
—Te juro por mi vida que te lo iba a confesar —presiona sus labios por un segundo y se atreve a conectar sus ojos con los de ella.—No quiero perderte, ni a ti ni a...
—¡Ni se te ocurra pronunciarla!.
—Daniela, por favor. Solo quiero que... -la frase queda interrumpida recibir el impacto de varias prendas de vestir. Acción que lo deja espabilado.
Ni en sus cuatro años de matrimonio, ni en el tiempo de su noviazgo, ni siquiera cuando sus discusiones escalaban al punto de los gritos; ella se había atrevido a realizar tal acto. Siendo una persona particularmente tranquila y tímida que prefería arreglar los problemas hablando. Siempre realizaba una respiración profunda para canalizar sus emociones y, luego, le pedía amablemente sentarse. Ciertamente era algo que lo confortaba. Mientras él sentía que ya no tenía fuerzas para continuar, ella siempre lo alentaba a seguir.
Sin embargo, en estos momentos, ambos tomaron papeles contrarios.
—¡Callate! ¡Callate! ¡No tienes ningún derecho de llamarla!.