Alma Mia

CAPÍTULO VII

David ocultó las alas mientras levantaba las manos, declarando su rendición inmediata a su atacante. Había tantas personas a su alrededor, que incluso si su presencia estaba situada más en el lado espiritual que mortal, era bastante probable que alguien saliera lastimado; así que no se arriesgaría.

Sin embargo, sus ojos hicieron un escaneo rápido de lo que alcanzaba a vislumbrar, solo para confirmar lo que tan vagamente su cerebro ya había analizado, incluso cuando sus pensamientos estaban centrados en un lugar muy distinto y apartado.

Debía elevarse al cielo, esa era la respuesta; pero primero, necesitaba averiguar quién y porqué intentaban retenerlo. Por supuesto, ya tenía una idea al respecto, así que una calma brutalmente helada comenzó a abrirse camino a través de su cuerpo, al mismo tiempo que las ideas que antes ardían en su cabeza sin control, se solidificaban como hielo.

-No estoy cruzando los límites...-. Voz baja entre palabras neutrales. Se apegó a la realidad que conocía antes de encontrar a Violeta... antes de descubrir los secretos de su hermano. -No hay pelea posible entre nosotros...

-¿Quién dijo que esto se trataba de límites?

Una mezcla de gruñido con risa fue la melodía de aquella pregunta; pero el ángel no esperó para ver como terminaría, pues al instante volvió a liberar sus alas mientras se agachaba para evadir el arma. La reacción que tuvo fue la correcta, sin embargo, ya era esperada por su agresor, quien igual de rápido liberó la flecha para atinar el golpe mortal en ambos objetivos.

Una rasgadura lo suficientemente profunda para mandar una punzada de dolor a través de su cuerpo, hizo que apretará la mandíbula con fuerza; pero ignoro a consciencia ese detalle, apoyó la mano izquierda contra el suelo para poder hacer mejor un barrido, a la par que con su mano derecha invocaba su arco.

Dando un giro de 360° que convocó un remolino de tierra a su alrededor, David alcanzó a romper el balance de su oponente, antes de lanzar una flecha para interceptar la que ya había sido liberada. Su estela plateada fue rápida en alcanzar su destino, desviándola de impactar contra la maestra por poco.

Ella no se dio cuenta, ni siquiera sospechaba el peligro en que su parecido con una joven desconocida la estaba situando. No obstante, el ángel que viajaba a su lado disfrazado de un humano poco convencional, si miró sobre su hombro con evidente sorpresa. Todavía no dejaba claro si por el falló de plan, o por el ataque en sí mismo.

Si esperar, David ajusto sus alas realizando un despegue precipitado, que lanzó una ráfaga de aire entre los humanos ajenos a la batalla que se vivía en ese instante. Su principal objetivo era mantenerlos protegidos, y para ello necesitaba dejarlos fuera del alcance.

Acomodando su cuerpo en un mejor ángulo, su mirada cayó en el lugar en el que había estado solo segundos atrás, tratando de encontrar a su adversario; pero un destello escarlata por el rabillo de su ojo le advirtió que veía hacia el sitio equivocado. Sus alas se retrajeron demasiado tarde, la flecha le había atravesado la izquierda, quemando las plumas como ácido en una espiral de 3 cm alrededor de la lesión.

Una mueca más de enfado que de dolor, profundizó las facciones del ángel cuando liberó de un solo golpe tres flechas hacia su derecha, donde por primera vez pudo ver a su enemigo. Con la piel blanca como el marfil, sonrisa de dientes filosos, ojos rojo sangre, y alas que reflejaban las de un murciélago, pero diseñadas para la guerra; el íncubo mantenía una figura que se disolvía entre la falsa humana y la real demoniaca tratando de evadirlo.

En teoría no era de extrañar que uno hubiese estado cerca, de hecho, era bastante natural encontrar este opuesto infernal a la entidad divina, que había caminado hasta hacía poco al lado de la maestra. Un Cupido.

Una alarma interrumpió sus pensamientos. Los reflejos del ángel se crisparon en advertencia, y antes de que su cuerpo recibiera el impacto, ya se había deslizado por el aire para ponerse a salvo. En medio de sus cavilaciones, su mente guerrera suprimida a la voluntad de sus deseos por una exorcista, al parecer todavía funcionaba cuando se encontraba al filo de una pelea; el joven que antes caminaba con la futura víctima, ahora volaba a unos metros de distancia con el arma favorita de los de su clase, y que él mismo portaba: un arco.

Lo supo siempre, este par trabajaba juntos. Trabajaban para Leo, y si los capturaba, si lograba someter aunque fuese a uno, entonces llegaría a él.

-¿En dónde está?-. No había tiempo para preguntas, pero hacerlos hablar era solo una distracción que le daba espacio para calcular un nuevo plan

Seguían sobrevolando la ciudad, en una calle que para su gusto (o necesidad) estaba demasiado concurrida a esas horas de la mañana. Pasaba poco del medio día, y los rayos del sol hacían brillar con más fuerza el poder que reflejaban sus naturalezas; pero contrario a él, a la pureza en la plata que lo envolvía pese a los tentáculos de oscuridad que oscilaban en su interior, el amarillo del otro ángel parecía fuera de lugar, una imitación de perfección que causaba repulsión.

Sus ojos en infinito azul celestial, se entrecerraron tratando de descubrir que era lo que no encajaba en la escena, sin contar el hecho de que trabajara con un íncubo; después de todo, él también trabajaba con un demonio.

-No te preocupes...-. Respondió el objeto de su atención. -Ya te llevaremos ante él...

Su arma se ajustó para la lucha, y una estela de flechas se alienaron a su alrededor como si un manto solar lo cubriera; por su parte, el íncubo invocó su sello bajo sus pies, y el arco que sostenía se transformó en una lanza cuyas puntas eran simples, pero con un filo que seducía a la muerte.

El oxígeno a su alrededor comenzó a volverse tóxico para sus sentidos. Sus oponentes no pretendían dejarlo escapar, así que estaban liberando su energía sin medir las consecuencias; porque claro, a ninguno le preocupaba que las personas pudiesen lastimarse; lo peor, es que si hacía lo mismo en un intento por superarlos, pronto el cielo convocaría una tormenta poco natural para la soleada mañana en la que se encontraban... no podían seguir modificando el clima a su antojo, y definitivamente no podía atraer la atención de otros, cuando se suponía estaba allí como espía.




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