Alma Mia

CAPÍTULO VIII (parte 2)

Violeta sintió el cambio que se produjo en el ambiente, de la misma forma en que hubiese notado entrar en una habitación distinta; sin embargo, seguían recorriendo el mismo pasillo, cosa totalmente extraña si tomaba en cuenta las dimensiones del edificio. Fue algo similar a cuando cayó en los túneles bajo la cafetería... bajo la ciudad en general; un aura densa que hacía a su cuerpo sentirse más pesado, y sus nervios crisparse en señal de alerta.

El peligro asechaba en cada simple espacio a su alrededor; no, corrección, la maldad asechaba por todo el lugar. Estaba en el inframundo del plano mortal.

La exorcista notó que su garganta se secó ante la realización, a la par que un imprudente grado de emoción hizo dar vueltas a su estómago; había querido entrar en el (al menos de forma consciente) desde hacía ya algún tiempo; y gracias a su tercer pilar, no se sentía tan perdida en cuanto a la existencia de tal lugar.

De la misma forma en que los demonios o ángeles se movían alrededor del mundo a través de sus sellos, desapareciendo en un sitio, y llegando a otro a cientos de kilómetros de distancia; ellos podían utilizar su poder para amplificar espacios que se adecuaran a sus necesidades, sin temor a que los humanos pudiesen entrar en ellos. Cuanto más fuerte fuese el creador, más amplia era su capacidad de alcance.

Un ejemplo claro podían ser sitios que se presumieran embrujados. Si bien una persona al entrar en ellos, podía notar cosas inexplicables como el movimiento de objetos, o escuchar voces que no provenían de nadie; no era capaz de ver a los demonios o seres que se movían a su alrededor burlándose de su incapacidad de notarlos. Era como un mundo tras el mundo real, un reflejo oscuro que se apegaba en gran medida a aquellos que podían crear la ilusión; y cuya existencia, de vez en cuando, también servía como puente entre los planos para algunos entes escurridizos como los hellhounds.

En la Torre de Babel, Azahín había creado todo un parque de diversiones para los íncubos y súcubos, que lograba confirmar los rumores respecto a su supremacía; y la única razón para que Violeta estuviese en ese instante recorriéndolo como si formara parte de ello, era que, en primer lugar Mirza estaba a su lado; y en segundo, todos allí dentro sabían exactamente quién era.

Tal como le dijera Luc, el día que se adentrara, controlarían todo para su seguridad.

-Es aquí...-. El primer pilar se detuvo finalmente frente a una de las puertas, las cuales se habían multiplicado como si estuviesen dentro de una casa de espejos. -Como pediste, separé al más reacio a hablar...-. Había estado tratando con los inquisidores que logró capturar, este en especial, habría jurado que era mudo de no ser por los alientos que les daba a sus compañeros... era taannn insoportable, que todavía no entendía porque no le había arrancado la lengua ya; quizás se debía a que la sabía utilizar muy bien para otras cosas.

Haciendo a un lado la ola de curiosidad que se sacudía en su mente, Violeta se centró de nuevo en el presente. Recorrió el poco espacio que la alejaba de su meta, y se detuvo sin darse cuenta de sus propios movimientos, para tomar una profunda respiración. Sabía lo que le había dicho a Mirza la noche que los capturaron, y también lo que le pidió esa mañana; solo que hablar y actuar eran cosas muy, muy diferentes.

No obstante, a pesar de la confusión, la ansiedad y el miedo que hacía a su consciencia gritar sin parar que diera la vuelta y se marchara; dejó que la rabia la ayudara a cuadrar los hombros, enderezar su postura, y encaminar sus pasos hacia su nuevo futuro. Ellos habían decidido que para dañarla, era justo involucrar a inocentes; entonces ella les regresaría el favor brindándoles la atención que le pedían, siendo justo el monstruo que esperaban.

Su mano se movió con seguridad sobre la perilla haciéndola girar antes de empujar hacia adelante, dejando salir de dentro un hedor que anunciaba tortura, pecado, sexo y perdición. Mirza mostró su sonrisa más afilada mientras inspiraba con deleite el aroma de su propia creación, y Violeta usó cada gramo de su control para no flaquear en su avance... luego simplemente tiró del lazo que la unía al súcubo, y sucumbió a esa oscuridad que ya poseía por derecho propio.

-Veo que te has estado divirtiendo... -. Voz como un ronroneo seductor abandonó sus labios. Algo dentro de su interior saltó por la sorpresa, y su estómago hizo amago de revolverse ante la visión; pero el exterior se mantuvo impasible.

El panorama cambió de un perfecto edificio a una casa en ruinas, cuyas paredes que aún se mantenían completas, seguramente se vendrían abajo si los gigantescos postes de madera que se apoyaban verticalmente sobre ellas, eran retirados.

Una ventana de vidrios y cortinas destrozadas permitía que unos deslumbrantes rayos de sol iluminaran naturalmente a su alrededor; lo cual debería ser extraño, porque el bar estaba situado entre otros dos que impedirían tal entrada de luz. En una esquina, un sillón impoluto casi parecía brillar, mientras que el fuego en una completa y perfecta chimenea crepitaba con particular energía, enviando sombras danzantes al suelo resquebrajado y cubierto de distintas tonalidades de sangre, donde cuatro cadenas sujetaban de pies y manos a un hombre.

En el centro de la habitación, el inquisidor estaba hincado sobre sus rodillas, con las manos apoyadas en el concreto para ayudarse a mantenerse lo más estable posible. Su respiración era trabajosa, y hacía un ruido ronco cada que alcanzaba a meter aire por su boca, ya que su nariz, evidentemente, era inservible por el corte que tenía en el centro y la dividía en dos.

Cada simple parte de su cuerpo tenía una herida. Golpes, rasguños, raspones, cortadas profundas que mostraban el hueso, dedos torcidos en ángulos que parecían imposibles; en su pecho, el cual no estaba cubierto por ninguna prenda, faltaba un gran pedazo de piel sobre su costado derecho. Todo eso explicaba de dónde había salido la gran cantidad de sangre sobre el piso; aunque Violeta estaba segura que en ese lugar solo había recibido unos cuantos golpes, ya que Mirza lo había colocado allí unas horas antes a petición suya.




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