Alma Mia

CAPÍTULO VIII (parte 3)

El brillo bicolor de sus ojos desapareció una vez que salió del inframundo, y el miedo se delató en la amplitud de sus pupilas distorsionadas por lágrimas sin derramar. Violeta todavía no entendía como había arrancado un pedazo del alma del hombre, en el sentido de que si quisiera repetirlo, probablemente no tendría idea de cómo; pero si comprendía que lo que acababa de hacer marcaba un antes y un después en su vida.

Ya no había vuelta atrás. Se había convertido en un monstruo.

La certeza de su nueva realidad hizo que las paredes a su alrededor se movieron vertiginosamente; y su estómago alcanzó su garganta en punto cero segundos. Necesitaba llegar al baño antes de que su desayuno terminara en el piso; pero sus piernas se negaban a obedecer sus órdenes, sin contar que con el poco aire que sus pulmones lograban alcanzar todo se estaba volviendo una tarea imposible.

Finalmente, por lo que a su parecer fue un milagro, se encontró en el área del bar (todavía cerrada al público a esas horas), y tambaleante se introdujo en el baño, donde a duras penas logró entrar en uno, solo para vaciar todo lo que había comido antes de llegar; lo que fue un alivio, considerando que lo había hecho en medio de una plática con Mika, pensando una y otra vez en la amenaza que representaba para Damon.

Más arqueadas llegaron con el recuerdo.

Por si fuera poco, en momentos como ese, cuando no tenía la capacidad mental para controlar el giro de sus pensamientos e incluso su cuerpo, los recuerdos que Gabriel le había cedido antes de marcharse, despertaban como un torrente de imágenes que se mezclaban con los propios, haciendo prácticamente imposible centrarse. En realidad era un milagro que no estuviera meciéndose en un rincón totalmente inhibido del mundo.

Quería hacer un alto, detener el flujo de sus emociones solo para respirar hasta poder calmarse. Sabía que esconder sus sentimientos no era la mejor solución, ya que solo se convertía en una bomba de tiempo con sus poderes; pero no se trataba de eso, sino más bien enfriar sus ideas para medir sus siguientes pasos.

Estaba harta dejarse llevar por la corriente; de que todos a su alrededor se preocuparan por qué haría a continuación, como si fuese incapaz de sostenerse por sí sola; Damon le había demostrado que podía hacer lo que quisiera, siempre y cuando aprendiera a controlarse... la cosa es que no se podía poner a gritar como loca cada que la situación la abrumara. Y francamente, aunque el lodo hizo maravillas en su piel, no estaba de humor para tomar otro baño.

Una pequeña risa escapo de sus labios. Corta, casi inexistente, pero lo suficiente para detener sus nauseas. El mundo se estaba desmoronando bajo sus pies; pero Damon encontraba la manera de hacerla reír incluso no estando a su lado... Al segundo después, ya estaba otra vez en su tarea de vaciar la bilis gracias a las palabras de Mika; solo que esta vez, su enojo se hizo más notorio cuando una ventisca de aire sacudió las puertas del resto de los baños.

Luc tenía razón, necesitaba encontrar un maestro pronto, porque como alguien la atrapara con la guardia baja, de la sorpresa era capaz de provocar un tornado. Cosa graciosa si tomaba en cuenta que en ese momento no podía respirar; bien podían los espíritus de viento cooperar un poco con eso.

Entonces, como si hubiese dado una orden, el aire a su alrededor comenzó a dejar de ser furioso, para convertirse en una brisa helada que calmaba el sudor de su cuerpo; y que conforme llegaba a sus pulmones cortando de tajo esa presión invisible que los mantenía cautivos, mariposas iridiscentes comenzaron a bailar a su alrededor.

Su estómago se asentó apenas y dio el primer respiro, los temblores de su cuerpo disminuyeron considerablemente, y la temperatura de su piel se normalizo a un grado notablemente agradable. El oxígeno puro hacía maravillas, especialmente en el apartado de su mente, que ahora estaba tan entretenida siguiendo la danza de las pequeñas y gráciles criaturas a su alrededor, que el pandemonium de su interior simplemente hizo alto para admirarlas.

Era hermoso.

En medio del caos, de la furia, del dolor; lo que su poder (incluso siendo uno prestado, ya que no era algo que hubiese adquirido por mérito propio) podía hacer, era hermoso... bueno. Podía ser bueno.

Más tranquila ahora que sus latidos regresaban a la normalidad, y no retumbaban en su cráneo, Violeta se recargo en la inestable pared falsa que separaba los retretes, dándose egoístamente unos segundos más antes de salir a enfrentar la realidad. No podía quedarse allí para siempre, porque por más limpio que estuviera, seguía siendo un baño. Los demonios resultaron increíblemente aseados para su sorpresa; aunque para ese punto ya tenía claro que Azahín gozaba de gustos buenos, así que no era tan sorpresivo; igual eso les funcionaba para atraer a más personas...

Un minuto más tarde, se detuvo frente al espejo para recoger su cabello en una coleta, enjuago su boca para quitar el mal sabor, y respiró profundamente por última vez antes de encaminarse a la puerta. Igual que antes, como si hubiese dado la orden, las mariposas se esfumaron como el humo al disolverse en cuanto abrió.

Afuera, una mujer con el cabello de colores al hombro, tez blanca como la porcelana y ojos negros como el abismo, aguardaba por ella. Tenía puesto un vestido que apenas cubría lo necesario, unos tacones que a la exorcista la hubieran hecho irse de boca, y en la mano una charola con una botella de agua, y tres vasos con líquidos de diferentes colores, además de unos pequeños sobres transparentes con pastillas.

-Puedes tomar lo que necesites...-. Ofreció con seducción en los labios, y ojos deslumbrantes en rojo. Era una súcubo. Justo en ese instante, un chico pasó a unos cuantos metros de donde estaban. -También a él...-. Explicó divertida

-Tomaré el agua, gracias...-. Respondió Violeta con un asentimiento serio ¿Cuántos venían al bar y vendían su alma por solo una mirada como la que estaba recibiendo? Tal vez demasiados; pero por más mal que eso estuviera, sabía que no podía interferir, ya que cada persona era responsable de su propia suerte... tenían libre albedrío para decidir, y los demonios jamás mentían. Manipulaban, tentaban, seducían, pero no mentían, por lo que si aceptabas jugar con ellos, ya conocías las consecuencias




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