Alma Mia

CAPÍTULO IX (parte 4)

Pasaban cinco minutos de las cinco de la mañana, cuando Daniel salió de su habitación intentando no hacer ruido. Francamente tenía ganas de usar el tono del tren de su celular, para despertar a Violeta para agradecerle por la espantosa noche que paso, pero como sabía que ella seguramente estaba peor, opto por ser amable y aguantarse el enojo para desquitarse con quien lo mereciera. Gabriel una vez le había dicho eso. No creía que fuese lo mejor, pero definitivamente era una buena solución; o al menos justa.

También le había dicho que estaba mal escuchar conversaciones ajenas y lo había reprendido como pocas veces alguien lo había hecho. Pero, si tuviera que defenderse en ese momento, alegaría que en primer lugar, no usó sus poderes para enterarse de las cosas, lo cual era bastante loable de su parte; y en segundo, que ni siquiera fue intencional, simplemente tenía el sueño ligero desde que parecían ser un objetivo de seres inmortales.

La cosa era que David había estado allí hablando con Violeta. Una pequeña conversación que delató cuán preocupada estaba ella por él. Y sin embargo, de frases cortas que dejaron al descubierto, como ambos intentaban mantener una distancia segura.

Desesperante, demasiado desesperante; ya que la distancia que Daniel consideraba segura entre ellos, era una tan cercana como el sol de la tierra. Así que si, quería despertarla solo para descargar un poco de enojo... pero no lo haría, sería bueno, respiraría profundamente, saldría a correr como cada mañana, y no mencionaría el tema porque dudaba que pudiese ponerse en plan de amigo al respecto.

Por si fuera poco, no era por el único por el cual debía preocuparse. También estaba cierto poderoso demonio, cuya presencia nunca se extinguía del todo del lado de su hermana; y no lo sabía solo porque los Serafines no hablaban cerca de Violeta, sino por el pequeño fuego fatuo que titilaba cerca de ella mientras dormía.

El profeta apretó la mandíbula y siguió su camino, antes de que decidiera apagar ese maldito fuego con una tina de agua... que bien podría o no, mojar a la bestia durmiente. No obstante, sus pensamientos adquirieron tintes distintos una vez que abrió la puerta. Pandora no estaba esperando por él, y con ese, ya serían dos días.

Sabía que estaba allí. Su mirada depredadora era igual que un rayo láser sobre su cabeza; no muy agradable, pero al menos mantenía sus alertas en el punto más alto. Aunque al parecer, esos días prefería mantener su distancia... la palabra comenzaba a darle repelús...

No fue difícil saber la razón. Su dolor había sido demasiado obvio dos noches atrás, cuando Violeta había invocado el sello mágico que representaba a Gabriel; luego de eso, la vampiresa se había mantenido ausente el resto de la noche, perdida en sus propios pensamientos, y al día siguiente simplemente no se acercó.

Tampoco es que pudiera culparla, porque por más extraño que le resultara asimilarlo, ellos habían sido madre e hijo. Tenía como pruebas el recuerdo (que extrañamente, y todavía no sabía cómo, compartió con Violeta) de su primer encuentro; además, su hermana le tenía una confianza casi ciega, gracias a lo que el pilar sentía por ella y que todavía retumbaba en su interior por sus poderes.

La cosa es que ahora gracias eso, el Profeta no tenía ni idea de cómo volver a acercarse sin ser un entrometido, lo que ya de por sí era bastante complicado dado las habilidades que poseía para ver el futuro o pasado de otros; y lo peor es que de hecho ya tenían una plática pendiente, una en la que de alguna manera Mika se había involucrado...

Justo pensaba en ello, cuando una sombra verde comenzó a destellar por delante de sus pasos, mientras que las voces en su cabeza le decían que llegaría pronto. Corrió medio kilómetro más antes de que el pequeño ángel apareciera sobre los juegos del parque; y para ese momento, Daniel ya estaba parado frente al lugar.

-Te apuesto a que puedo sorprenderte...-. Sus ojos estaba entrecerrados, y sus labios torcidos hacia un lado, mientras que el columpio se mecía de un lado a otro sin alterar su balance, aun cuando estaba de pie y sin sujetarse. Seguro las alas eran un buen apoyo para su proeza...

-No creo que un ángel pueda hacer eso...

-¿Apostar o sorprenderte?

-Ambas...

-Tomo el reto. ¿Qué me darás si gano?-. El niño expandió una sonrisa en su cara, que junto con la postura que tenía lo hacían parecer más un diablillo que otra cosa

-No estoy interesado Mika

-Si tu ganas te diré cosas que molestan a Damon...-. Sus ojos brillaron en azul celestial, contrastando contra su mueca traviesa. -Pequeños detalles que lo irritan hasta rabiar...-. Susurro con tono cómico/lúgubre de película...

Daniel levantó una ceja y cruzó los brazos al pecho. Quería mantenerse serio, pero la verdad estaba a nada de caer tanto en carcajadas, como en la tentación que le ponía sobre la mesa el mocoso. ¿De verdad él era alguien importante? Bueno, pues le gustaba. Era fantástico que allá arriba también gozaran de humor.

-¿Te estás metiendo con el diablo?

-Es mi deber sagrado...-. Explicó poniéndose una mano al pecho solemnemente. -Además, serán solo cositas pequeñitas, inofensivas...-. Casi junto el pulgar y el índice de su mano libre...

-Soy un Profeta, puedo adivinar eso por mi cuenta...

-¿Con ayuda de los Serafines?-. Una carcajada infantil inundó el ambiente. Sus alas ya ocultas, parecieron agitarse en el viento por los destellos esmeralda en su espalda. –No...-. Su cabeza haciendo una negación para reafirmar. –Ellos jamás te dirían nada que ponga a Damon en vergüenza; sin contar que, seamos honestos, tu habilidad en lenguas no es exactamente un plus en tu poder...-. Era como un león (cachorro) jugando con su presa...

Esta vez fue el mayor de los Cábala quien entrecerró los ojos, tratando de ver cuál era la trampa. Podía sentirlo. En el interior, en las sombras del destino, en sus ojos, Daniel podía sentir pequeños indicios del poder eclipsado del ángel, de la misma forma en que lo hacía con el demonio. Ambos eran abrumadores en extremos opuestos de la balanza.




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