Alma Mia

CAPÍTULO XI (parte 1)

La última clase había terminado hacía cinco minutos, y Violeta observaba lo sucios que estaban sus converse, mientras que su profesor le decía que si seguía al ritmo que iba, probablemente no lograría acreditar la materia. Como si la "charla" que le había dado el director esa tarde no hubiese sido suficiente. Como si lo que iba a hacer más tarde no le provocará la cantidad adecuada de nervios.

Por supuesto, todos estaban muy asombrados del drástico cambio en sus notas, pues de ser una estudiante buena, se había desplomado hasta lo más bajo manteniéndose a flote solo por milagros obrados por sus amigos. A ella le hubiera gustado gritarles que no era su culpa, que su vida se había vuelto un caos, y que el único responsable de todo era un ángel cruel totalmente desquiciado; pero tuvo que morderse la lengua, no solo porque a la que hubieran creído desquiciada era a ella, sino porque Daniel estaba en la misma situación, y seguía siendo el chico modelo. Lo habría envidiado y odiado sino lo amara tanto.

Cual fuera el caso, ahora asumía su culpa con vergüenza, y una firme convicción de lavar sus zapatos antes de irse de viaje... probablemente tendría que llevar otros...

-Oh, por favor no sea muy duro con ella...-. El ronroneo sensual llegó desde la puerta, y la exorcista notó el exacto momento en el hombre frente a ella se transformó de una figura de autoridad, a un flan listo para ser devorado. -Últimamente está sometida a mucha presión...

La mano de Mirza descendió con una suavidad pasmosa a lo largo del brazo de la exorcista, antes de que la otra se posara en un movimiento decadente sobre su hombro; luego sintió sus dedos acariciar de manera juguetona su mejilla, al tiempo que su cuerpo se le pegaba para poner su cabeza encima de la de ella.

El ambiente a su alrededor cambió drásticamente. De manera extraña, aunque familiar para Violeta. La sensualidad prácticamente chispeaba en el aire como pequeñas partículas que electrificaban los sentidos; algo denso que se metía por los poros de la piel, y te sacudía los nervios a fuego lento.

Por un instante, quiso pedirle a su primer pilar que se detuviera, que dejara de tentar a ese incauto que no podía ver más allá de esa belleza decadente, y que probablemente con un mínimo aliento a sus deseos le vendería su alma. Pero no podía hacerlo, pues sabía, con dolorosa aceptación, que eso sería una ofensa a la misma naturaleza, tanto como intentar volver a un león vegetariano. Así que se contuvo.

-Dis...disculpe...-. El hombre tartamudeaba cómo si su lengua no pudiera coordinarse con su cerebro. -¿Quién es usted?-. Preguntó con la respiración tan agitada como si hubiese corrido una maratón

Mirza amplió aún más su sonrisa; y así, de un solo golpe, en una fracción de segundo todo se disipó. La lujuria y la seducción se desvanecieron como si la corrupción nunca hubiese sido parte del menú de esa noche.

-Solo una conocida. Lamento mucho la interrupción...-. Explicó con una educación desbordante de coquetería sencilla. -Pero es viernes por la noche, y las clases han terminado ya ¿Le importaría mucho si me la llevo?-. Un aleteo de pestañas que jamás podría alcanzar la inocencia, pero que sí podía hacer a reyes suplicar

Tanto Violeta como su maestro parpadeaban confundidos. Así de fácil, así de simple, todo estaba de nuevo en una clama neutral que movía la balanza de un lado a otro.

Al pobre le tomó poco más de un minuto ser capaz de volver a articular palabras; afortunadamente esta vez sus neuronas ya habían reconectado sus cables, y su lengua solo reprodujo lo que estás pensaron sería adecuado para la ocasión.

-De acuerdo...-. Espetó apartando la mirada de la hermosa mujer, para centrarse en su alumna. -Procure retomar el camino señorita Cábala. Use a su hermano como ejemplo...-. Fue lo último que dijo, dirigiéndose a la salida con pasos tan vacilantes como los de un potrillo recién nacido

-¿Qué fue eso?-. La exorcista tenía el ceño fruncido, y la mirada recelosa sobre su pilar, que todavía estaba más cerca de lo necesario

-Yo salvándote de morir de aburrimiento, a ese tipo le hace falta una buena sesión de sexo...-. Expresó como si le dijera que le faltaba comer

-Desde tu perspectiva, a todo el mundo le hace falta lo mismo; pero no hablaba de eso, sino de la parte en la que te contuviste

Hacía poco, la actitud de la última descendiente de Salomón le era insoportable a la demonio; ahora que la estaba conociendo mejor, que la unión en su interior se fortalecía, le resultaba fascinante la dualidad que habitaba en su carácter.

En un movimiento tan calculado como el de un depredador jugueteando con su presa, la súcubo paso de estar a su lado a ponérsele en frente, y le demostró que el poco espacio que las separaba podía volverse inexistente, juntando sus rostros a tal punto que su nariz pudo propiciar caricias en la de Violeta. Había tenido que doblar un poco las rodillas para poder igualar su altura.

-Esto es una sociedad...-. Ojos rojos que combinaban con sus labios destellaron entre el mar de espesas pestañas. -Si tú no te metes en mis asuntos, yo tampoco me meto en los tuyos-. Le dio un guiño antes de quitarle las manos de encima, y girarse para salir haciéndole una seña sexy con la mano para que la siguiera

Por supuesto que su pilar se había dado cuenta cuando su consciencia le gritó que la detuviera de tentar almas, de igual manera que de su decisión de no interferir; lo que no esperaba es que fuese a reaccionar con la misma cortesía. Eso la hizo sonreír de verdad, y olvidar un poco lo que le quedaba por enfrentar esa noche.

Para cuando salieron del edificio, en la universidad quedaban muy pocos estudiantes comparado con lo que normalmente ocurría antes del viernes anterior. Ahora todos salían casi corriendo, temerosos de que algún demente intentara quemar el lugar de nuevo.

No obstante, Daniel estaba sentado en una banca con Pandora, y tenía una mueca indescifrable al ver a Esteban intentando convencer a Mirza para irse con él. Por su parte, Luc seguramente habría pasado inadvertido, de no ser porque Liz se giraba en su dirección cada dos segundos, asegurándose que no hubiera desaparecido.




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