Alma Pura, Corazón Marchito

4.- Un listón rojo

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

—Mateo 5:8

—Entonces, ¿cómo se llama esta obra? —te pregunté mientras te observaba pintar.

—Aún no está terminada. Si la nombro ahora, nunca la acabaré —respondiste sin apartar la vista del lienzo.

—Pero ya va tomando forma. ¿No tienes algún nombre en mente?

No respondiste; estabas concentrada en tus pinceladas, así que me recosté sobre el césped de la arboleda, dejándome envolver por la brisa otoñal, el canto de las aves y el suave roce de tu pincel sobre el lienzo.

Hace varios días que llevo a Sylvie a esta arboleda, a las afueras del pueblo, pues no encontraba inspiración para su nueva pintura. Casi ha llenado su diario de dibujos en apenas un par de semanas, desde que la animé a retomarlo. Terminé consiguiéndole un caballete y todo lo necesario para que ni la tinta ni el papel del diario limitaran su creatividad. Aun así, no ha descuidado mis clases de cocina; incluso me he propuesto enseñarle algo de educación básica y primeros auxilios.

Sylvie muestra mucho entusiasmo por aprender, y como consecuencia no he dejado de consentirla con vestidos de Aurelia, libros de sus autores favoritos, pinturas y ocasionales desayunos o comidas en el café de Nephy. Es gratificante verla feliz, cada vez más expresiva con sus emociones. Parece que las sesiones de terapia por teléfono y el medicamento que Sandra prescribió realmente le han ayudado.

Al menos, su sonrisa me hace olvidar que sigue siendo mi esclava.

Solo desearía recibir una respuesta de la Suprema Corte para que, al fin, sea libre. ¿Por qué tardan tanto? ¿Acaso es una prioridad tan baja? Estamos hablando de la vida de una persona, por Dios...

Solté un profundo suspiro.

Estos últimos meses pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Javi y yo decidimos dejar de indagar en el caso del Dr. Schlachter y su hermano, el anterior dueño de Sylvie. No se revelaron detalles sobre la muerte de Edwin Schlachter ni sobre el hecho de que hubiese tenido esclavas. Los medios se encargaron de encubrirlo. Supongo que, como senador, necesitaba mantener una fachada que ocultara la clase de escoria que fue.

Lo único que sé del Dr. Schlachter es que fue quien hizo el chequeo preliminar y vacunó a Sylvie. No sé qué tan involucrados estaban en la red de esclavitud que le arrebató su libertad. Es posible que el senador solo fuera un comprador y el doctor, un médico haciéndole un favor a su hermano.

Sin embargo, los rumores sobre la mafia serbia no me dejan tranquilo. Lo último que quiero es poner en peligro a Sylvie... o a mí.

Javi aún no ha encontrado nada concluyente sobre la sangre de Sylvie, en parte por mi culpa. Le pedí su máxima discreción después de todo, y la única razón por la que sigue ayudándome es porque le prometí un coñac de principios del siglo XIX, aún sellado. Espero que mi abuelo me perdone por ese intercambio.

Javi teoriza que podría tratarse de un desorden genético, pero ni siquiera la segunda muestra que envié ha arrojado resultados concretos. Me insiste en que lleve a Sylvie al hospital para hacerle más pruebas, pero...

—¿Lloyd? ¿Te quedaste dormido? —me picaste la mejilla, sacándome de mis pensamientos.
Al abrir los ojos, tu tierna mirada me recibió.

—Solo estaba soñando despierto. ¿Ya terminaste? —pregunté mientras me incorporaba. —Aún falta mucho, es solo que...

—¡Hola, Lloyd! ¿Dormiste bien? —Nephy te interrumpió saltando detrás del caballete, con su risa burlona de siempre.

—Hola, Nephy. Qué sorpresa verte. ¿Qué haces aquí? —pregunté tras estirar los brazos y soltar un bostezo.

—¡Hum! ¡Qué grosero! No recordaba que fueras el dueño de la arboleda —dijo, haciendo un puchero que la volvía imposible de tomar en serio.

Desde que nos volvimos clientes habituales de su café, Nephy y Sylvie entablaron una amistad gracias a su gusto común por la literatura y la música. Sin embargo, Nephy tiene la manía de provocarme o ponerme en situaciones incómodas solo porque le divirtió mi reacción ante un comentario increíblemente inapropiado. A estas alturas, soy inmune a sus imprudencias... incluso suelo divertirme de vez en cuando.

—¿No lo sabías? Esta arboleda me fue prometida hace miles de años por el mismísimo Dios.

Hubo un silencio entre los tres. Nephy trataba de procesar lo que acababa de decir, mientras yo apenas podía contener la risa... hasta que:

—Eres un imbécil —Nephy rompió el silencio.

No pude más y estallé en carcajadas, espantando a las pobres aves de sus nidos.

—Idiota... es de mal gusto hacer ese tipo de bromas... —remarcó Nephy con aparente disgusto, aunque bien podía ver que apenas aguantaba la risa.

—Pero por un momento creíste que hablaba en serio. ¿Quién es el idiota? —continué fastidiándola.

—Sigues siendo tú. Idiota. —respondió Nephy con una sonrisa burlona.

—Chicos, basta, ja ja. No hay por qué pelear, ja ja —interviniste entre risas.

Nos unimos a tu risa. Al final, esta competencia de quién saca a quién de quicio siempre termina contigo riendo. Es verdaderamente contagiosa.

—Estoy segura de que Lloyd se refería a que no solemos verte por aquí, Nephy. ¿Estabas recogiendo flores? —te dirigiste a ella, señalando una canasta llena de flores rosas y azules que apenas acababa de notar.

—¡Así es! —Nephy asintió con entusiasmo—. Estas solo florecen a la sombra durante el otoño y la primavera. Cerca de aquel montículo es donde más crecen. —Explicó, señalando a lo lejos. Logré ver un par de flores cuyos colores sobresalían entre el verde. El resto debían estar detrás del montículo.

—Ya veo. ¿Son para la decoración otoñal? —pregunté.

—¡Claro que no! —Negó con la cabeza—. Estas flores se usan para infusiones. Leí que las azules tienen propiedades relajantes y las rosas... —hizo una pausa con una sonrisa maquiavélica (nunca es buena señal)—. Escuché que son afrodisíacas.



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En el texto hay: redención, esclavos, cicatrices

Editado: 21.11.2025

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