Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
—Mateo 5:10
La carretera que conecta Balkanova con Zelenik siempre me ha puesto ansioso. Aunque delgada, la capa de nieve sobre el asfalto no ayudaba en lo absoluto. A un costado del trayecto aún yacía el viejo y oxidado GAZ Pobeda que tanto me costó comprar con mi salario de interno. Recuerdo cómo me quedé varado a solo diez kilómetros de llegar a Zelenik... Por suerte, una camioneta postal que regresaba al pueblo me dio un aventón.
Así conocí a Tobías. Era su primer día haciendo aquella ruta, y escuchar la historia de su vida fue el precio a pagar por aquel favor. No pude evitar soltar una leve carcajada al recordarlo.
Conducir el Bentley S2 que Aurelia me prestó era como comparar el día y la noche con el Pobeda. El plan original era tomar el tren, pero insistió en que usáramos su coche; quería que le mostrara a Sylvie la ciudad de Balkanova.
Suspiré.
Estas no son vacaciones... se supone que estamos ocultándonos. Aunque, pensándolo bien, cuando las cosas se calmen un poco podría llevarla a conocer la ciudad. La sola idea de que Sylvie vuelva a sentirse encerrada me da escalofríos...
—Hace unos meses se reportó el fallecimiento del senador Edwin Schlachter...
La voz del noticiero me sacó de mis pensamientos. Subí un poco el volumen.
—Esta mañana la policía de Montresia emitió un comunicado informando que su hermano, el doctor Ralph Schlachter, debe entregarse a las autoridades tras las recientes declaraciones reveladas.
El presentador continuó hablando sobre los múltiples cargos por los que Schlachter era buscado, incluyendo los testimonios de Ziegler y Klein.
Sylvie suspiró entre sueños.
Creo que ya fue suficiente de noticias.
Cambié la estación a Radio Gold, donde seguían transmitiendo baladas navideñas.
Después de lo que ocurrió aquella noche, me será imposible volver a ver la Navidad sin cierto sabor amargo.
Por lo menos me tranquiliza verla dormir. Estuve a punto de acariciarle la cabeza, pero me contuve y volví la mano al volante.
Es mejor no perturbarla.
Todavía necesito ordenar mis pensamientos.
Aún no sé qué le diré a mi padre cuando lo vea... mi mente no deja de revivir esa noche con lujo de detalle.
Aquel alemán pudo matarme en cuanto me noqueó, pero no usó mi arma hasta que herí a su compañero. Mientras que yo... si no fuera por Sylvie, lo habría asesinado en ese instante. Podría justificarme diciendo que me dejé llevar por la ira, pero seguía siendo yo.
Esclavo o no... estuve listo para quitarle la vida.
Qué farsa de doctor soy...
"Tus manos dan vida, Lloyd... no la arrebatan."
Las palabras de Sylvie resonaron en mi cabeza, desordenando aún más mi mente... Decidí ahogar mis pensamientos en la música por el resto del trayecto.
Finalmente, llegamos a la capital. Me detuve frente a una tienda de antigüedades al notar que estaba abierta. Un alivio: no quería presentarme ante mi padre con las manos vacías.
—¿Llegamos? —preguntó Sylvie, desperezándose con un suave bostezo.
—Solo pasaré a comprar un regalo para mi padre. ¿Vienes?
Sylvie asintió y bajó del coche después de mí. Entramos a la tienda, donde una joven desinteresada atendía mientras hojeaba una revista.
El aire olía a polvo y madera vieja. Las estanterías rebosaban de relojes antiguos y joyas deslustradas.
—¿Regalo atrasado de Navidad? —preguntó la dependienta sin levantar mucho la vista.
—Algo así. ¿Tienen instrumentos musicales?
La chica señaló una vitrina con la mirada y volvió a su lectura.
Buscaba algo adecuado cuando un pequeño estuche de cuero llamó mi atención. Al abrirlo, encontré una armónica niquelada con incrustaciones de plata. Una M. Hohner.
—Es perfecta —sonreí.
Me dirigía a la caja cuando noté a Sylvie con algo en las manos.
—¿Arcilla para modelar? —le pregunté, señalando su elección.
Sylvie asintió.
—Quiero probar nuevas técnicas. Me pareció un buen punto de partida.
—Me parece excelente. ¿Necesitas que lo pague por ti?
—Está bien. Puedo pagarlo por mi cuenta —respondió, negando con la cabeza.
No sé por qué, pero escucharla decir eso me hizo sonreír.
—¿Desea envolverlo? —interrumpió la dependienta.
—No hace falta, gracias.
Pagamos y retomamos el camino. Sylvie observaba con asombro la magnitud de la ciudad: los edificios barrocos, las estatuas de bronce de héroes olvidados, el bullicio de los tranvías. Antes de que me diera cuenta, ya tenía el cuaderno de bocetos y un lápiz en mano.
—¿Un repentino brote de inspiración? —reí.
—La ciudad es muy hermosa —respondió mientras garabateaba.
—Eso sí lo es...
Cuando uno no protesta, puede apreciar su belleza y su cultura. Pero es difícil admirarla cuando sabes lo podrida que está. Basta con pasar por las zonas ricas o por los campos de cultivo para ver cuántos esclavos siguen existiendo en Montresia.
Es mejor que ella ignore esos aspectos.
Por desgracia, no puedo cambiar este país. Morgan lo intentó durante años, pero lo único que consiguió fue que el director de su antigua firma muriera por "causas desconocidas".
Aun así, aceptó ayudarme, aunque no sé qué lo motiva. Sé que sigue resentido por mi ausencia.
Suspiré y seguí conduciendo, dejándola dibujar en silencio.
La ciudad pasó desapercibida hasta que llegamos al lugar que más temía enfrentar.
—Llegamos —anuncié al estacionarme.
—Esto es... —murmuró Sylvie.
Estábamos frente al cementerio de Balkanova.