Alma Robada

CAPÍTULO II

 Daniel estaba parado atrás de su abuela, tenía los brazos en jarras y su mirada era decidida.

     -No soy un niño, ¡Ya tengo nueve años!-. No lo dijo gritando, pero su tono de voz fue lo suficientemente elevado como para llamar la atención de la pequeña Violeta, que jugaba en la otra habitación.

     Su abuela dejó de lavar los platos, y se giró para poder observarle mejor. Al hacerlo se topó con unos hermosos ojos verdes con destellos miel; que aunque mostraban calidez, también denotaban la gran fuerza interna del pequeño.

     -Lo sé Daniel, es solo que…-. Ella se acerco más al pequeño, y revolvió con cariño su obscuro cabello. Él dejó escapar un resoplido de molestia, mientras que la mujer tuvo que reprimir una sonrisa por el gesto. –Tú siempre vas a ser mi pequeño, no importa que crezcas o te cases…

      -¡Abuela, ni siquiera estamos hablando de eso!-. Daniel suspiro desesperado, mientras movía sus manos acentuando sus palabras. Quizás eso le ayudara a hacerla entender.

      -¿O sea que estás de acuerdo en que siempre serás mi pequeño?…-. Ella se agacho para poder quedar a su altura.

      -Claro-. El niño ni siquiera dudo al momento de responder. –Pero ahora… ¿Podrías por favor dejarme ir a jugar?

     Toda esa comedia de “discusión” había comenzado porque Daniel quería salir a jugar al parque; pero quería ir solo. La niñera usualmente los llevaba a él y a Violeta ya que  estaba doblando la esquina de su casa, era bastante cerca, pero jamás habían ido solos. Sin embargo, ese día al ser domingo, la niñera tenía el día libre y no había quien lo llevara, pues su abuela estaba preparando la cena.

     -No lo sé… porque mejor no esperas para después de cenar; así puedo llevarlos a los dos-. Ella observó la mirada de decepción en su nieto. Tenía que aceptar que era un niño listo  y responsable, además el lugar estaba muy cerca, y solo sería un rato… -Esta bien-. Accedió finalmente con un profundo suspiro. –Pero será poco tiempo pues la cena esta casi lista.

     Daniel no pudo evitar sonreír de oreja a oreja; sería la primera vez que iba a jugar solo, sin ningún adulto que lo vigilara… porque él ya era grande para cuidarse solo. Aquel pensamiento casi le hace comenzar a brincar de alegría, pero como creyó se vería muy infantil, decidió esperar a llegar al parque para hacerlo.

     -Entendido. Gracias-. Dijo tratando de sonar lo más normal posible. Él se giró para poder irse, pero sus planes se vieron interrumpidos.

     -Yo también quiero ir-. La pequeña Violeta de siete años estaba parada justo frente a él. Sus enormes ojos obscuros casi brillaban de la emoción, mientras abrazaba con fuerza un dragón de peluche. ¿Puedo ir contigo? Porfavoooorrrrrrrr

      Daniel se quedó como si fuera de piedra; definitivamente entre sus planes no había contemplado llevar a su pequeña hermana. Pero ella estaba allí, y le miraba con esos ojos, y le sonreía de esa manera…

      -Si la abuela te deja….-. Respondió finalmente, para luego soltar el aire que había estado conteniendo, mientras este le hacía volar un mechón de cabello que le caía por la frente.

     Su abuela tuvo que contener una sonrisa cuando escucho la respuesta del niño; y es que tratándose de Violeta, parecía que la palabra “no”  se borraba del vocabulario de Daniel; no había cosa que ella le pidiera que él se negara a cumplir.

      -¿Podrás cuidar de ella?-. Preguntó la mujer, aunque ya sabía la respuesta.

      El pequeño Daniel se giró solo un poco para poder observar a la mujer de reojo, parecía ofendido ante la ridícula pregunta.

      Minutos más tarde, ambos caminaban tranquilamente por la banqueta, mientras Daniel pateaba su balón con la fuerza necesaria para avanzar sin perderlo. Al llegar al parque, había solo unas cuantas personas caminando en sus alrededores; y para la buena fortuna del niño, había un espacio perfecto en donde podía jugar con su balón justo al lado de los columpios. Violeta se sentó a observar a su hermano jugar, y aunque a ella le parecía la cosa más tonta patear la pelota, decidió que no diría nada, pues fue él en un principio quien pidió permiso para salir.

     La pequeña Violeta giraba entre sus manos al dragón de peluche, y luego lo abrazaba, para después repetir el mismo proceso, mientras hacía unos sonidos sordos con su boca; Daniel que le echaba una mirada de vez en cuando, y podía escuchar ese extraño ruido que hacía, pudo notar como ella constantemente miraba hacia los columpios. No habían pasado ni cinco minutos, cuando finalmente se dio por vencido.




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