Alma Robada

CAPÍTULO III

Violeta sintió como su hombro comenzaba a ponerse más caliente que el resto de su cuerpo, y el termino dolor ya había superado por mucho la escala esperada, o más bien lo que una persona normal puede soportar; pronto su visión se nublo y las pocas fuerzas que aún conservaba la estaban abandonando. Mantenerse en pie era ya una labor titánica.

     Sin ánimos de seguir torturándose a sí misma, Violeta se sentó sin miramientos en el pasillo de la entrada de la Iglesia; si ya antes las personas la veían de forma extraña por su peculiar entrada, ahora comenzaban a estar seguros de que esa joven estaba loca. Y fue precisamente este indicio, lo que provoco que uno de los curiosos se acercara a ella tratando de entender que le pasaba, lo que no se esperaba es que resultara ser alguien ya bien conocida.

     -Disculpe, pero… ¿Violeta…Violeta Cábala?-. Preguntó el hombre en un tono intrigado a medida que se acercaba y lograba verle mejor.

    En cuanto escucho su nombre, ella se giró para ver de quien se trataba, pues aunque le resultaba familiar aquella voz masculina, a ciencia cierta era incapaz de asegurar de quien se trataba. Durante unos segundos intento enfocar su mirada, pero la verdad es que ya le costaba bastante distinguir prácticamente nada. El hombre, que pudo notar la vista perdida de Violeta, se acerco aun más para ayudarla, y fue en ese momento que pudo notar la herida que tenía en el hombro.

     -¿Pero qué te pasó?-. Dijo mientras intentaba examinar la lesión.

     En el mismo instante en que le puso la mano encima, Violeta sintió como una descarga eléctrica le recorrió todo el cuerpo, saliendo de su hombro; ella no pudo más que sofocar el grito en su garganta, pues aun tenía su conciencia algo despierta, y sabía que el escándalo que había realizado antes ya era suficiente. El hombre que noto aquella reacción, la sujeto por la barbilla, haciéndola enfocar su vista en él para que lo reconociera.

     -¿Doctor Borja?-. Ella aun no era capaz de distinguir nada con sus ojos, pero la voz finalmente había hecho eco en su cerebro, y este lo había reconocido.

    -¡Sí, sí, soy yo! ¿Qué fue lo que te pasó?-. Le preguntó una vez más, al mismo tiempo que la levantaba del suelo y la ayudaba a sentarse en una banca. Luego, como observo a un lado del bolso de Violeta la botella de agua, la tomó y se la dio para que ella tomara un poco.

    Mientras el vital liquido pasaba por su garganta, el fuego que sentía en su interior se iba calmando, y todo comenzaba a regresar entre comillas a la normalidad; su visión empezaba a despejarse, sus pulmones cada vez absorbían más aire, y sus rodillas de gelatina dejaban de temblar; lo único que no podía erradicar era el terrible dolor en su hombro. Ella se giró para observar su herida, y un escalofrío la recorrió, el endemoniado cuervo se la había hecho buena.

      -Y bien Violeta ¿Qué fue lo que le pasó?-. Repitió con énfasis el Doctor, quien estaba intrigado y preocupado.

     -Yo…yo…-. Ella no tenía idea de que responder… ¿Sería fácil engañar a un psicólogo?; porque decir la verdad JAMAS, si lo hacía estaba segura que de allí se la llevaban directo al manicomio. –Bueno… pues me caí al entrar.-. Dijo intentando sonar lo más convincente posible.

     -Sí, eso ya lo he visto. Pero dudo mucho que una herida como esta se haga por una caída como…-. El doctor dejo su frase sin terminar, pues un estridente ruido de ambulancias y patrullas retumbo por todo el lugar.

     Una mujer que acababa de entrar en la iglesia, caminó y se sentó en la banca que estaba justo delante del doctor y Violeta, y comenzó a hablar con otras mujeres que ya estaban allí; explicándoles todo respecto al horrible suicidio de hacía unos momentos.

     El doctor, que alcanzo a escuchar perfectamente la conversación, no tuvo más que sacar sus propias conclusiones.

     -¿Viste lo que pasó?

     -¡No!-. Violeta se quedó callada unos instantes ante la inquisitiva mirada del hombre; y es que en verdad no tenía ningún motivo para negar que ella hubiese presenciado todo; después de todo, ella no la empujo, y nadie más había visto al demonio que se la llevó. –Si… yo…

     -Estas en shock. Dime ¿Hay alguien que pueda venir a recogerte?

     -¿Qué?

    -Necesitas que te lleven a un hospital a revisar esa herida, pero como estas no sería bueno que te fueras sola. ¿Hay alguien a quien puedas llamar para que venga por ti?-. El doctor hizo uso de su buena memoria, y analizo de forma crítica y rápida lo que recordaba de su paciente (a la cual por cierto, no había visto en un tiempo). Violeta Cábala, 18 años, sufría de extrañas alucinaciones, solo tenía un hermano mayor. –Si bien recuerdo ¿Tienes un hermano?




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