Eran las tres de la tarde en punto del sábado; y el grupo de meseros que trabajaba en el “Café Monster” por la mañana se estaba despidiendo, y poniendo al tanto a los que recién iban entrando de las mesas que debían atender. Y, aunque parecía que Gabriel estaba atento presenciando todo lo que sucedía en su muy querido negocio, la realidad es que su mente se encontraba en otro lugar. Para ser más precisos, en una mujer que lucía mayor que él, tenía instintos acosadores, hermosos ojos color chocolate, y portaba una placa… Susan LeBlanc.
Esa mañana, David le había comentado que platicando la tarde anterior con Violeta, ella le había dicho que esa mujer se estaba volviendo bastante descarada en el sentido de su supuesta vigilancia, y es que al parecer, ahora lejos de intentar mantenerse oculta mientras los custodiaba, simplemente llegaba y aparcaba frente a su casa, donde podía pasar horas sin moverse. Siempre y cuando Daniel también estuviese allí. No es que a Gabriel el asunto en particular le pareciera algo importante, de hecho, tenían cosas mucho más urgentes que tratar; sin embargo, el que Susan llegara a la conclusión de que fue el mismo Daniel quien hirió a Violeta le parecía intrigante, ya que no existían motivos aparentes para que pensara eso, y menos cuando incluso hubo un testigo. Entonces la pregunta obvia saltaba a la vista ¿Por qué ella insistía en el asunto? Bueno… porque había algo más, algo que él estaba dispuesto a averiguar.
Gabriel se puso de pie de su asiento y observó el lugar; era un hecho que los chicos no le necesitaban para hacer su trabajo de forma correcta, y solo estaría ausente un par de horas; además, ser el dueño tenía ciertas ventajas, desaparecer del trabajo a media tarde si querías era una de ellas. Dejó la cafetería para subir a su departamento; una vez allí, se quitó el pequeño delantal y la playera negra que conformaban el uniforme, y se puso una camisa gris a cuadros, reacomodo su cabello luego de que hubiese estado aplastado todo el día por un gorro, y bajó una vez más.
-Emma…-. Gabriel le hizo una seña a una de las jóvenes que ahora mismo limpiaba tranquilamente una de las mesas. –Voy a salir un par de horas. Si ocurre algo importante llámenme.
La joven asintió con una sonrisa ante la petición de su apuesto jefe, y se disponía a continuar con su trabajo, cuando él la detuvo una vez más.
-Oye…-. Gabriel observaba su reflejo repetido por un espejo roto, que formaba parte de la decoración embrujada del lugar, mientras acariciaba su barba de tres días. -¿Cómo me veo?
-Bien-. Respondió ella extrañada, luego de que lo barriera de la cabeza a los pies. Siempre había considerado que su jefe era tremendamente guapo, y que con su aire de chico bueno lograba que el ochenta por ciento de la clientela y el setenta por ciento de sus trabajadores, fueran mujeres.
-Gracias-. Replicó Gabriel con una gran sonrisa, para después transformarla en una tímida. –Pero a lo que me refiero es….-. Él volvió una vez más la vista hacia su reflejo. -¿De cuantos años crees que parezco con esta barba?
-Mmm…veinticinco-. La barba lejos de hacerlo verse mayor, solo ayudaba dándole un toque sexy a su rostro de niño bueno. -¿Cuántos años tienes?-. Ahora que se lo preguntaba, la verdad es que no tenía ni idea.
-Esos…-. Él volvió a darle una de sus tiernas sonrisas, y luego suspiro decepcionado. Nunca le había molestado estar increíblemente bien conservado a sus ciento treinta y cinco años; pero en ese momento le gustaría aparentar un poco más… quizás algunos treinta y algo….
Sin embargo, una chispa de diversión brillo en sus ojos. Había algo a lo que ninguna mujer podía resistirse, es más, ni siquiera un hombre era capaz de pasar por alto “eso”; no importaba la edad que el aparentara tener, si conducía su AC Shelby cobra 427 color vino, seguro le prestaban atención. Un pequeño lujo que se dio en 1965, sin pensar que se volvería una de sus más preciadas posesiones.
Con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro, debido a todas las miradas que lo seguían, Gabriel conducía su auto en una velocidad relativamente un poco más arriba de la permitida; tenía ya mucho tiempo que no daba un paseo en el, y ahora en verdad lo estaba disfrutando. No le agrado mucho tener que ponerle la capota, pero debido a la amenaza de lluvia no pensaba correr ningún riesgo. Para cuando finalmente llego a la comisaría, las gotas de agua finalmente habían empezado a caer.
Gabriel se bajó del auto sorprendido por su propio descuido, había cubierto su carro pero no llevó un paraguas para él mismo; para su buena suerte había encontrado un lugar donde aparcar relativamente cerca, aunque eso no evitaría que se mojara un poco.