Violeta arrastro sus pies a través del sendero; estaba más mojada que un pez, y no solo estaba cansada físicamente por la caminata; sino que mentalmente ya no podía con nada más. Incluso estaba segura, de que si alguien le pedía sumar dos más dos, sus neuronas harían corto circuito.
Los hechos de los últimos días habían sido sorprendentes, agotadores, y jodidamente irreales. Antes de que su vida se volviera tan descabellada, nunca fue gran entusiasta de los inicios de clases; pero sin duda alguna, este curso se estaba llevando por tres pueblos a todos los demás.
Extrañaba su tranquilo verano… extrañaba más su antigua y normal vida…
La lluvia se había convertido en una ligera brisa, y aunque el viento era agradable Violeta aun seguía sufriendo espasmos por todo su cuerpo; aunque estos lejos de ser por frío, se debían completamente a su estado emocional… el cual cabe mencionar no estaba muy segura de cómo definir en ese momento. Decir que se encontraba en shock probablemente fuera lo más acertado; sin embargo, no era un término que se ajustara completamente… su cabeza estaba en un perfecto caos desordenado que bailaba entre imágenes, recuerdos, voces y sentimientos. Todo parecía estar allí solo para torturarla.
Varias personas pasaron por su lado vestidas de negro, despertándola de sus pesadillas. Algunas de ellas tenían el rostro cubierto de lágrimas, otros parecían sorprendidos, algunos cuantos resignados, y uno que otro mantenía la cara inexpresiva. La mayoría de ellos ni siquiera repararon en su presencia, a excepción de una pareja de ancianos, quienes se acercaron amablemente a preguntarle si se encontraba bien; Violeta se percato de que con el aspecto que tenía debía parecer más un zombi que un ser humano, inspiro profundamente tratando de estabilizarse, y sonrío lo mejor que pudo.
-Estoy bien…-.Su voz era un susurro plagado de convicción.
En el momento en que esas dos palabras salieron de su boca, su cerebro se aferro a ellas como si fuesen un bote salvavidas. Durante la última hora, había estado sumiéndose cada vez más en su propia obscuridad, culpándose por las espantosas muertes, sofocándose en un odio que no entendía, y sintiéndose atrapada en un mundo que antes solo había existido en su imaginación. Pero ya era suficiente.
La pareja asintió afirmativamente con una sonrisa a su respuesta, y continuaron con su camino, al igual que Violeta; quien finalmente empezaba a entender porque estaba allí. Necesitaba hablar con alguien; con esa inesperada amiga que la había ayudado tanto en los meses anteriores, y que ahora, desafortunadamente descansaba en ese lugar. Margo.
Con cada paso que Violeta avanzaba, su corazón latía de forma más normal, sus pulmones se iban deshaciendo de esa presión que se negaba a dejarlos trabajar tranquilos, y los espasmos por fin habían desaparecido. Incluso el cielo parecía estar de acuerdo con ella en su ligero cambio. La lluvia había parado por completo, y las gigantescas nubes grises surcaban con rapidez las alturas, para llegar hasta su próximo destino.
Entonces un hermoso rayo de luz capto su atención.
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Mirza seguía de cerca los pasos de Violeta; lo suficiente para no perderla de vista, pero a una distancia prudente para no ser descubierta. Y aunque sus ojos no se habían despegado de su objetivo en todo este tiempo, su cerebro estaba completamente en estado de alerta por si el demonio de ojos dorados en algún momento volvía.
Desde el incidente del museo, ni ella ni Azahín se habían podido acercar lo suficiente a Violeta. No es que un hubiesen tenido oportunidades; sino que Azahín no quería hacer nada hasta tener más información entre las manos. A ella personalmente le parecía de cobardes que él no se quisiera arriesgar, ese demonio no parecía ser la gran cosa, pero Azahín se mostraba muy juicioso al respecto; incluso más que ante el hecho de que un ángel también la rondara de vez en cuando… y eso que últimamente eran los ángeles quienes parecían haberse convertido en cajas de pandora.
Pero el destino es caprichoso, y la suerte de quien se aventura. Esa tarde, mientras se divertía seduciendo la pobre alma de un joven oficial de policía a una cuadra de la comisaría, Violeta apareció en el lugar; y aunque en determinado momento el maldito de ojos dorados apareció… ahora estaba sola e indefensa.
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La luz se extendió de forma celestial por el espacio, y recorriendo su camino desde las alturas hasta la tierra, terminó iluminando de forma gloriosa la figura de un gigantesco ángel de mármol blanco. Era una figura masculina de aproximadamente dos metros de alto, que reposaba sobre una nube vigilando de forma permanente tres lápidas; y mientras que con su mano derecha sostenía un báculo de su misma altura, su mano izquierda sujetaba un pescado.