Una tarde de verano en un pasado distante, el sol se mostraba orgulloso en el horizonte, logrando que el azul del cielo pareciera de cuento; la brisa templada acariciaba con cuidado las hojas de los árboles; y las aves revoloteaban en los alrededores felices con la llegada de sus fieles visitantes.
Unos grandes y curiosos ojos verdes, brillaron con inocente emoción al ver el panorama. El pequeño Daniel de cuatro años sonreía entusiasmado, mientras apretaba con fuerza las semillas que a duras penas cabían en sus manitas; adoraba estar en ese lugar, le encantaba la manera en que esos animales revoloteaban a su alrededor cuando amablemente les alimentaba; incluso juraba que algunos le seguían felices y agradecidos después de haber engullido su regalo. Él arrojó finalmente el alimento, y lo que para él pequeño parecieron ser miles de palomas se arremolinaron a su lado.
Una carcajada infantil se liberó de los labios del niño, y acto seguido persiguió sin mucho éxito la grisácea ave. Él sabía, debido a la experiencia que le otorgaba ir todos los días, que no iba a ser una tarea sencilla atrapar alguna de ellas; sin embargo, estaba decidido en lograrlo tarde o temprano. Daniel sabía que había una personita que sería incluso más feliz que él si lo lograba.
De pronto su tarea se vio interrumpida; alguien lo sujetaba por la espalda. Él se giró tratando de averiguar qué ocurría, y su mirada se cruzo con un rostro regordete y muy, muy sonriente. Violeta le miraba con gran entusiasmo, mostrándole una sonrisa de oreja a oreja, y con los puños cerrados y extendidos hacia él. Daniel observó a la niña, y no pudo evitar devolverle el gesto; había algo en ese curioso rostro que le parecía de lo más interesante. Después de eso, centro toda su atención en los diminutos puños.
En cuanto la pequeña Violeta se dio cuenta que el niño miraba curioso sus manos, ella las abrió entusiasmada por mostrarle lo que ocultaba en su interior; algunas cuantas semillas salieron volando en cuanto sus deditos se extendieron, y Daniel amplio su sonrisa al descubrir las nuevas provisiones.
Entonces, una paloma se acerco lentamente para tomar una de las semillas que había caído al suelo. La pequeña soltó una sonrisilla de felicidad ante la cercanía del ave, y sus ojos castaños se volvieron una delgada línea al ensancharse su sonrisa infantil. Daniel por el contrario, no le prestó mucha atención a la paloma; el mejor espectáculo lo tenía frente a sus ojos. Sin embargo, cuando notó como los ojos de la pequeña se abrieron de golpe, decidió prestarle atención a las aves.
La pequeña Violeta miró con terror lo que segundos atrás le parecía divertido. Más aves de las que le gustaría se estaban acercando peligrosamente, y una que otra atrevida intentaba alcanzar sus manitas. Ellas nunca dejaron caer del todo el alimento. De un momento a otro, ella también entro como parte del menú.
Daniel miró a su alrededor sorprendido de que las aves, hubiesen elegido precisamente ese momento para perder el temor; estaban tan cerca que ahora si no tendría problema en atrapara alguna; sin embargo, esa idea ya había pasado a la historia.
La niña sintió la terrible amenaza de ser picoteada, y sus puños se cerraron con fuerza sobre su pecho mientras intentaba emprender la huida. Entonces una inocente paloma revoloteo a solo centímetros de su rostro, y la sorpresa fue tal, que Violeta término de sentón en el concreto. Los pucheros no se hicieron esperar.
En un esfuerzo inútil por espantarlas, Daniel levantaba y agitaba sus manitas con determinación; cuando la pequeña cayó frente a sus ojos. Él no perdió tiempo y se acerco para espantarle a las insistentes aves.
-¡Rayos!
Escuchó que decía una voz tras su espalda, Daniel se giró un poco para ver sobre su hombro, aun maniobrando para detener el ataque; y observó como aquel hombre que le parecía gigante, se ponía de pie de la banca donde se encontraba, y caminaba con rapidez hasta ellos.
Daniel lo sabía… ese hombre era un súper héroe.
-¡Fuera, fuera!-. Unos cuantos movimientos, y los nuevos y peligrosos enemigos se alejaron. Sí, era un súper héroe.
Entonces el hombre bajo la cara, y posó sus ojos sobre ellos. Para esos momentos, el sol ya estaba despidiéndose en las alturas, y los últimos rayos que regalaba tornaban el paisaje en una gama de naranjas y dorados. Sin embargo, los colores aun eran tan brillantes, que provocaron una extraña sombra sobre el familiar rostro; más no sobre sus ojos. Aquellos ojos azules que a Daniel siempre le parecieron un pedazo de cielo; estaba seguro que el súper héroe había obtenido ese trozo como premio a su valor.