Alma Robada

CAPÍTULO XXII

Un leve pero oportuno empujón hacia su lado derecho, hizo a Violeta alejarse del camino de una navaja; el arma pasó tan cerca, que ella incluso pudo observarla en cámara lenta enterrarse sobre la pared. Un fuerte dolor le comprimió el estómago y su garganta se seco todavía más que si hubiese corrido una maratón; por más que intentara repetirse cual mantra que todo iría bien, sus nervios estaban a nada de colapsar… se metió en eso por voluntad propia.

         -¡Estás loca!-. Mirza dijo aquello en una extraña mezcla de grito-susurro, mientras la sujetaba del brazo para hacerla agacharse a su lado. Un segundo tarde le hubiera costado la vida. -¿Qué mierda haces aquí?

         En ese momento Violeta quiso responder mil cosas; que había sido engañada (aunque no fuera cierto), que se moría de miedo, que quería salir corriendo; pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta, compitiendo por un espacio contra su estómago y corazón. Lo único que fue capaz de hacer fue un gesto curioso con sus hombros; aunque al final solo se elevara más uno.

        La súcubo volteo los ojos exasperada y soltó un bufido de sus labios carmín. Hacía solo dos días que la había ayudado a escapar de un demonio imponente (lo cual aun no le contaba a Azahín), y ahora la muy estúpida estaba allí, en un maldito club repleto de demonios.

      -¡Mátala!

        La orden llegó de forma estridente hasta ella, sacándola de sus pensamientos. Azahín trataba de mantener una distancia entre él y Damon, pero no por eso había dejado de prestar atención a su alrededor.

         -¡¿Qué?!-. Mirza apretó con más fuerza el brazo que sostenía de Violeta, mientras que una extraña sensación comenzó a recorrerle el cuerpo. Jamás había desobedecido una orden de él… al menos no una importante; pero ahora todo en su interior se rehusaba a cumplir.

          -¡Mátala. Ahora!

         Dos fuerzas colapsaron en el interior de la súcubo. Ella sabía lo que tenía que hacer, incluso había soñado con ese momento… el momento en que pudiera matar a la estúpida humana que tenía vueltos locos al cielo y al infierno, y que a ella simplemente le parecía la cosa más común y corriente que jamás hubiese visto; el momento en que por fin podría vengar aquella noche de meses atrás en la cual se burló de ella y que tuvo que dejarla escapar… Pero ahora, maldita fuera pues condenada ya estaba, incluso si la mandaban de vuelta al infierno no iba a matarla.

         -No…-. Replicó decidida. Esta vez ya no había marcha atrás.

           La negación hizo que Azahín se desbalanceara. De hecho, hubiese estado seguro que no había entendido bien, de no ser por la postura de escudo que estaba tomando Mirza ante Violeta; lo cual era simplemente incomprensible. El demonio intentó recuperar el orden de sus pensamientos ante lo que estaba viendo, pero su cuerpo y su cerebro habían dejado de comunicarse por un pequeño lapso, lo cual fue el tiempo suficiente que su oponente requería para sacarlo de combate.

         Ante la reacción que sospechaba por parte de la súcubo, y el obvio shock que sufría Azahín; Damon sintió como sus músculos se fueron tensando uno por uno. Sus temores respecto a lo que podía ser Violeta en realidad solo aumentaban con esta situación; y para ser honesto consigo mismo, era algo que lejos de divertirle como tenía planeado, le hacía sentir incomodo, molesto, frustrado… con miedo. No podía creer que esto pudiese estarle pasando por segunda vez.

           Un fuerte deseo de destruir todo lo que estaba a su alrededor inundo los pensamientos de Damon; sin embargo su parte racional seguía siendo fuerte aun y le advirtió que no podía darse esos lujos, o al menos no por el momento; así que, en cuanto notó como Azahín se distraía tratando de considerar  lo que sus ojos estaban viendo, él aprovecho para dejar claro quién era el natural vencedor.

           Un fuerte dolor en el estómago hizo que el íncubo se quedara sin aliento, y su visión se volviera borrosa. Damon había asestado un golpe directo con el mango de su guadaña en cuanto lo notó distraído, y había sido más poderoso de lo que tenía planeado debido a su actual estado de ánimo. Azahín sintió como sus piernas le fallaban debido a la pérdida de oxígeno, y en un lejano lugar de su cerebro parte de su conciencia se aterró ante sus nulas posibilidades de ganar; él intento recuperarse pero le fue imposible cuando un segundo golpe, esta vez dirigido a la parte de atrás de su cuello, lo hizo caer boca arriba.




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