Alma Robada

CAPÍTULO XXVII

Daniel acababa de llegar a la escuela, y aun no sabía cómo le iba a explicar al maestro lo que había hecho la tarde anterior; aunque siendo honesto con él mismo, tampoco es que tuviera muchas ganas. Además, estaba convencido que con el carácter que tenía ese hombre, y por la forma en que le había dejado en ridículo (sí, era consciente que eso había hecho) iba a ser un milagro si no lo mandaba a la oficina del director en cuanto lo viera.

        La idea de verse envuelto por primera vez en muchos años en este tipo de problemas, le hizo sonreír de forma traviesa. Hubo un tiempo en el que había sido bastante habitual verle esperando por su castigo en la oficina del director; sin embargo, esos tiempos ya habían quedado atrás, y ahora estaba bastante seguro que eso podía ser lo mejor que le pasara. Siendo el consentido… que tan mal podía irle.

       Sí, algunas veces podía ser un verdadero ego centrista.

       Entonces todo pasó muy rápido, la infernal y conocida sensación se apoderó de su cuerpo cortándole la respiración, y alterando su visión hacia una realidad diferente. Un lugar conocido se situó frente a sus ojos, y aunque allí ya había obscurecido, Daniel no tardo en reconocer el parque cercano a su casa; de pronto, el susurro del viento se precipitó contra su cuerpo, y unos lejanos y aterradores gruñidos le helaron la piel.

         En completo estado de alerta, Daniel se giró hacia todos lados tratando de averiguar de qué se trataba, cuando como una ola de barro en la distancia, al menos diez hellhounds corrían en su dirección. Él rápidamente intentó moverse, pero sus pies estaban clavados al suelo como si una fuerza superior los aprisionara. Las cosas pasaban tan deprisa, que su corazón intento igualar la presión latiendo con más fuerza.

         Al darse cuenta que la idea de escapar de ese lugar era sencillamente imposible, un estresante temblor comenzó a intentar apoderarse de él; y aunque Daniel no era una persona que se dejara llevar por el miedo, viéndose atrapado como estaba, este particular sentimiento ganaba terreno en su interior.

         La distancia que lo separaba de las endemoniadas criaturas se cerraba más a cada segundo, y sus esperanzas estaban a punto de morir junto con sus intentos por escapar, cuando lo vio. Damon paso a un lado suyo sin siquiera prestarle atención (o mejor dicho, no le había visto), y alborotando su cabello con fastidioso desdén; sus ojos dorados brillaban en la penumbra y su boca soltó una palabra en un idioma que Daniel desconocía… aunque por el tono en que lo dijo estuvo seguro no era nada dulce.

         El demonio se detuvo a unos cuantos pasos,  volvió su vista hacia su lado derecho con un gesto inescrutable, suspiró resignado, y meneo ligeramente su cabeza en negación. Tal vez no era posible ver la casa de Violeta y él desde dónde estaban, pero era un hecho que sus ojos y actitud delataban que sus pensamientos viajaban hacia ella, Daniel hubiera sido capaz hasta de jurarlo. Y entonces, cuando los perros estuvieron a nada de alcanzarlos, unas poderosas  llamaradas azules los consumieron.

       Al instante, su realidad volvió a estar frente a sus ojos. Daniel tuvo que esperar un par de segundos antes de recuperar el aliento.

  ****************

       La voz que llegó plagada de sarcasmo, afortunadamente rompió el hechizo que envolvía a los amantes… Violeta pego un brinco hacia atrás, y David estuvo a nada volver hacer aparecer la flecha y clavársela a Mirza. ¿Qué estaba haciendo allí ese demonio?

       -¡¿Tú?!-. El ángel tuvo que hacer un esfuerzo por contener sus alas tras su espalda; esta presencia solo altero más su ya incontenible obscuridad. Él sujeto a Violeta por el brazo y la colocó tras de sí para mantenerla a salvo. -¿Qué pretendes, iniciar una pelea en medio de un lugar repleto de humanos?

         -Uhh…-. Mirza dibujo una torcida sonrisa en su rostro, mientras sus ojos rojos prestaban atención al agarre de David. Rápidamente se dio cuenta qué, ahora el único peligro que parecía haber en ese lugar, por extraño que pareciera, era ella. –Me encantaría desatar el apocalipsis, pero…-. Ella levantó a la altura de sus rostros el bolso que llevaba en mano. –Aparentemente ustedes tienen cosas que hacer…-. Terminó encogiéndose de hombros.

       Violeta asomó un poco su cabeza, para poder ver a qué se refería la demonio, y en cuanto vio su mochila inevitablemente una sonrisa se le dibujó en el rostro. La realidad y cotidianidad aun tenían piedad de ella, y regresaban a su lado aunque fuera por breves intervalos de tiempo. Dejarlos ir no era una opción en ese momento. Además, sentía que lo mejor que pudo haberle pasado fue que ella llegara… aunque sonara terriblemente raro en su cabeza, fue como si la salida de escape por la que pidió segundos atrás se hubiera materializado en la súcubo.




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