Alma Robada

CAPÍTULO XXVIII

Recargado sobre una pared, con la mirada fija en la nada, el cuerpo más tenso que una tabla de madera, los brazos cruzados sobre el pecho, y con su dedo índice derecho dando pequeños golpecitos sobre la cicatriz que selló su participación en esta historia, Damon estaba bajo los túneles del Café Monster esperando porque la puerta al infierno fuera abierta.

       Durante las últimas horas, su “activa” participación y ganas de fastidiar a cualquiera que se dejara, se habían apagado de forma tan notable, que incluso Gabriel lo miraba extrañado de vez en cuando. No fue un misterio ni para él ni para Azahín, que la llamada de Mirza había sido la completa responsable de este cambio.

      Las palabras que la súcubo le había dicho, se habían quedado parpadeando de forma intermitente en su cerebro, sin dejar en claro si lo hacían para burlarse, ó como una advertencia. “El ángel esta por caer”. Sin embargo, esta simple frase se abrazaba al tiempo de forma tan sutil y perversa, que era imposible adivinar cuándo pasaría exactamente.

      Pero eso ni de lejos era el problema. Lo que realmente tenía al demonio sumido en sí mismo, era el centenar de posibilidades que este futuro hecho podría traer como consecuencias, y las formas en que cada una de ellas afectaría sus intereses.  No es que le gustara admitirlo pero, para como estaban las cosas, su trabajo de niñera iba para largo.

       -¿En verdad tienes que esperar hasta media noche?-. Damon se despego de la pared por primera vez en un buen rato, y dio unos pasos alrededor del gigantesco círculo que Gabriel trazaba frente a los tres túneles que una vez atemorizaron a Violeta.

       -No es que tenga que “esperar”-. Replicó Gabriel remarcando las comillas, y soplándose el mechón de cabello que caía por su frente. –Es el tiempo que me va a tomar terminar los preparativos. Abrir una jodida puerta al infierno con boleto de ida y vuelta, no es cualquier cosa sabes…

       -Es lo más sencillo…-. El demonio hizo una mueca curiosa, pues para él esto no representaba el mayor de los trabajo.

       -Entonces por qué no lo haces tú y dejas de fastidiarme…  a claro…-. Gabriel levantó una ceja divertido, y volvió a centrarse en su dibujo. –Porque el universo entero sabría que estas aquí…-. Terminó de modo sarcástico y burlón.

        -Mide tus palabras nefilim. No te recomiendo tentar a tú suerte conmigo…-. De momento su humor no estaba para bromas.

        -¿Por qué dudas?-. Preguntó sorprendiendo al demonio, levantándose de nuevo para ver su reacción. –Por qué insistes tanto en negar una realidad que con tu sola presencia se ha confirmado; Violeta es un…-. Gabriel guardó silencio al notar la silenciosa advertencia.

       -Su alma no se parece a la de ellos-. Azahín intervino por primera vez, y se arrepintió al instante.

         Las gemas azules se transformaron en oro líquido, y atraparon en un arrebato de ira al íncubo. Damon se negaba incluso a escuchar la palabra, sentía que si la pronunciaban en voz alta, entonces ya no había marcha atrás y quedaría confirmado su horrible temor.

       -En mi eternidad jamás vi algo igual, su alma es diferente… es especial…-. Su voz comenzó como un gruñido, y fue adquiriendo un tono tranquilo conforme hablaba. Su mano derecha se había posado instintivamente sobre la cicatriz en su pecho.

         Gabriel observó con cuidado la actitud que mostró. La forma en que el brillo de sus ojos cambió de dirección, le hizo preguntarse cuanto de culpa tenía la flecha de Leo, el poder de Violeta… o simplemente ella; al final, este demonio no era como los demás.

         Por su parte, Damon había dicho esas palabras más para sí mismo que para los demás. Las palabras de Mirza seguían tatuadas en su cerebro, y algo en su interior le carcomía los nervios. Caer podía ser lo mejor para ese estúpido ángel… ¿Pero que si resultaba más demente que su hermano?

         De pronto el rostro enfurecido y sádico del demonio, adquirió un matiz burlón y lleno de ególatra seguridad. Su típica y maliciosa media sonrisa levanto la comisura de sus labios; y tanto Azahín como Gabriel, sintieron incluso más temor que segundos atrás. Damon extendió sus negras alas, y con un leve impuso se situó en el centro del círculo incompleto que estaba en el suelo; sin perder el semblante divertido, con su mano derecha desgarro con fuerza su antebrazo izquierdo, abriéndole paso a un brillante río de sangre escarlata.

         La sangre no paró de fluir durante por lo menos un minuto, y cuando Damon lo consideró suficiente, su piel se fue regenerando por sí sola, hasta desaparecer por completo la herida.




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