Alma Robada

CAPÍTULO XXXII

El silencio obligatorio que se mantenía dentro de las paredes de la biblioteca, hicieron mucho más fácil para el aire, llevar consigo los susurros ahogados que salieron de los labios de Daniel, hasta el pequeño ángel que se ocultaba tras los estantes de libros. 

       El niño estaba sentado en el suelo, recargando su espalda contra el mueble, con las alas ocultas, mientras que con sus manitas se abrazaba las rodillas. Estaba seguro que de momento ningún humano debía ser capaz de verlo, pero no podía confiarse de que eso aplicara todavía a Daniel; si bien sus poderes aún no se liberaban por completo, sería muy arriesgado que lo descubriera.

       No muchas veces había seguido al mayor de los Cábala; por lo regular estaba tras los pasos de Violeta, por qué tras ella siempre tenía la certeza de encontrar a David, o en el mejor de los casos a Damon... sin embargo, aquella mañana tras darse cuenta que Leo observaba a Daniel con retorcido interés (sabía que no podía ser nada bueno) había decidido seguirlo para asegurarse que no intentara matarlo de nuevo. 

       Si bien se suponía que no podía intervenir directamente, pues eso podía delatar no solo quien era él, sino también el nombre de Damon (lo cual era el verdadero peligro), el pequeño no estaba dispuesto a dejar que la vida de Daniel se pusiera en peligro.   Aunque afortunadamente para él, ya faltaba muy poco para que su presencia en el plano mortal pasara totalmente desapercibida

      Sin embargo, Leo se había marchado apenas los jóvenes entraran en la biblioteca, y aunque el niño estuvo tentado a seguirlo, algo en su interior le hizo quedarse. Ahora que Daniel mostraba los síntomas, entendió que fue una buena idea. 

      El pequeño suspiro con tristeza en el rostro, y se puso de pie; sabía que había ciertas cosas que aunque fuesen dolorosas, eran para un bien mayor. En este caso el don que tenía Daniel, en un principio iba a parecer una verdadera tortura; pero, aprovechando que Leo se marchó, y que nadie más estaba a su alrededor...

      El ángel cambió la mueca de tristeza por una precavida, y miró a su alrededor con los ojos entrecerrados, tratando de percibir cualquier presencia fuera de lo común. Nada. Su tranquilidad se reflejó en su sonrisa. Entonces, asomándose por entre los libros, y notando el pánico que cubría el rostro de Daniel, el niño comenzó a mover su mano derecha a su costado, dibujando círculos como si acariciara algo inexistente; pronto el viento pesado que sofocaba los pulmones de Daniel, se convirtió en una brisa suave que lo envolvió con delicadeza, aliviando así la presión de su cuerpo.

       "Respira" la voz atravesó las espantosas imágenes que turbaban sus pensamientos; Daniel no podría describir lo que escuchaba, pero se aferró a ello como una luz en medio de sus tinieblas. "Observa". No eran órdenes, sino concejos. "Aprende". Por primera vez desde que estas pesadillas comenzaran, Daniel se sintió capaz de mirar lo que parecía ser su muerte, con el corazón tranquilo... cada detalle a su alrededor le helaba más la sangre, pero el apoyo que venía de la voz le impulsó a seguir adelante, haciéndolo notar, algo que aparentemente había pasado por alto...

      -Daniel... ¿Daniel?-. Naty tenía una mano sobre su hombro, y le movía tratando de llamar su atención. 

       Él despegó la vista del punto donde tenía clavados sus ojos, y el brillo que antes los iluminaba y que para la joven fue imposible de ver, poco a poco se fue extinguiendo, mientras él volvía a la realidad. 

       -¿Qué?-. Preguntó tratando de ubicar sus pensamientos en el presente. La gente los miraba con curiosidad, se habían montado todo un espectáculo en un lugar donde no podían hacer ruido.

      -Eso mismo te pregunto yo...-. Replicó ella con un gesto. -Te pusiste pálido ¿Estás bien?

      Daniel sacudió un poco la cabeza y miró a su alrededor; al parecer el tiempo en sus pensamientos y en la realidad no iban precisamente de la mano. Él tomó los libros que aún estaban en el suelo y se puso de pie con prisa, para luego tenderle la mano a Naty, y ayudarla a levantarse. 

      En ese momento, el eco de unos tacones resonó con fuerza por el edificio. Una mujer de mediana edad, avanzaba hacia ellos con la misma gracia de un dinosaurio cazando. Decir que estaba molesta probablemente no fuese una idea aproximada a la forma en que les miraba. 

       -Si quieren permanecer aquí...-. Explicó con un susurro grave a unos pasos de ellos. Era obvio que le hubiese gustado más gritarles. -Será mejor que se mantengan en silencio...

       -Claro... lo sentimos mucho... de verdad... es que...-. Las mejillas de Naty estaban de nuevo tan rojas como su playera, y alternaba su vista de Daniel a la bibliotecaria. 

       -Lo siento...-. Daniel ofreció una disculpa sincera hacia la mujer, y luego se giró para ir a dejar sobre la mesa los libros que tenía en las manos. Una vez que los dejó, el avanzó de nuevo hacia ellas, y le dio un beso en la mejilla a la joven. -Olvidé que tengo algo que hacer. Te veo en clases-. Dijo sin más para salir del lugar. 




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