Daniel salió de la biblioteca con el cuerpo tensionado, y mil ideas dando vueltas en su cabeza; no era fácil concentrarse en sus propios pensamientos con las imágenes que aparecían como flashazos en sus recuerdos, pero trataba de enfocarse en lo que acababa de descubrir. Sabía que dé tras de todo esto había un motivo importante para su reciente locura; sin embargo, también sabía que por sí solo, le sería imposible de descifrar.
Él hecho a andar con paso rápido hasta su jeep; una vez adentro le costó un par de minutos retomar totalmente el control de sus ideas, y finalmente arrancó cuando la realidad presente fue lo único que le rodeo. No tenía mucho tiempo de haber dejado el lugar, y estaba bastante seguro que esa odiosa mujer seguiría allí, pero de momento no se le ocurría ninguna otra opción; esta vez Gabriel tendría que ayudarle quisiera o no, y decirle lo que sospechaba respecto a él.
Aún faltaban unos metros para que llegara, cuando una extraña sensación comenzó a invadirle el cuerpo. No tenía nada que ver con aquella que le avisaba de las terribles imágenes, está por el contrario, fue súbitamente relajante. Aunque no por eso normal.
Daniel se detuvo frente al edificio, y hecho una mirada crítica al lugar; sin duda alguna mil cosas que aún no comprendía debían pasar adentro, y ahora que involuntariamente se veía arrastrado en este mundo paranormal, era capaz de darse cuenta cada vez más y más de los detalles que antes pasaban inadvertidos. Como por ejemplo, la indiscutible calidez del viento al acercarse al edificio, los armoniosos susurros que traía consigo, y el aura de paz que parecía situar este lugar en una dimisión alterna a la realidad. Él meneo un poco la cabeza para despejarse de la ensoñación, y se preguntó si estaba igual cuando lo dejo esa mañana.
Al entrar, no tuvo que esperar mucho para darse cuenta que Gabriel no estaba en la cafetería; sin embargo, uno de los meseros le comentó que debía estar en su apartamento, pues no le habían visto salir; aunque a quien si habían visto alejarse, era a su hermana. Daniel meditó esta información unos segundos, pero recordando la noche anterior, no le costó deducir que ella hubiese ido en busca del nefilim exactamente por la misma razón que él: preguntarle qué pasaba cuando ángeles y humanos se enamoraban...
Un sonoro suspiro salió de sus labios sin poder evitarlo. Las cosas estaban lo suficientemente complicadas, como para encima sumar amores imposibles; sin embargo, en el fondo de sus pensamientos, Daniel sabía que esto no era del todo malo, aunque para nada de su agrado. Él le dio una patada mental a la tintineante y terrible idea que ocultaba su inconsciente, para después comenzar a caminar en busca de Gabriel.
Llegar al primer piso fue realmente sencillo, pero con cada escalón que subía, su cuerpo se volvió más consciente de que algo extraño ocurría, ya fuera en el ambiente o con él. Los melodiosos susurros que parecía traer el aire que circulaba por el lugar, se escuchaban con más claridad conforme avanzaba (aunque no por eso entendía lo que decían); y la atmosfera de paz se estaba volviendo tan intensa, que era como si su mente y cuerpo pronto fueran a caer en un coma inducido. Parecía flotar en lugar de caminar.
Daniel se sujetó de la pequeña rejilla que rodeaba las escaleras, y sacudió con esmero la cabeza para centrarse. No le disgustaba la forma en que se sentía, pero se negaba a olvidar lo que le había llevado a ese sitio en primer lugar; era demasiado importante para permitirse ese lujo; mientras que se preguntaba como nadie más parecía notarlo. Entonces lo vio. El destello verde que salía tras la puerta de entrada al departamento del nefilim.
Aquello era toda una visión. El jade sobrenatural que se escapaba por las pequeñas hendiduras provoco que Daniel se detuviera en seco; no temeroso, pero si sorprendido. Estaba bastante seguro que aquello no provenía de nada que habitase normalmente este mundo.
Durante unos segundos, se deleitó de lo que brillo le ofrecía. Evidentemente la paz que se respiraba en la atmosfera, era ocasionada por lo que fuera que fuese ese fenómeno; y la tranquilidad que lo embargaba seguramente era un efecto secundario. Jamás se podría imaginar lo que le esperaba al otro lado, pero se moría por averiguarlo.
Al abrir la puerta, un nuevo mundo se abrió ante sus ojos.
El departamento había desaparecido en algún lugar en el olvido, mientras que en su sitio podía observarse un espacio gigantesco que parecía ser un punto del universo. Gabriel estaba hincado sobre un círculo que emitía un opaco y obscuro resplandor, suspendido en la nada; mientras que sujetaba entre sus brazos a una detective inconsciente, pálida, y por extraño que pareciera, carente de expresión alguna en su rostro. Frente a ellos, atajando parte de la entrada, y quedando de perfil a Daniel; se encontraba David. El ángel tenía sus alas completamente extendidas, y orgullosas mostraban su luminosidad plateada; eran tan llamativas como el círculo sobre el que estaba de pie, igualmente suspendido sobre la nada, y que tenía el mismo color y brillo que sus plumas.