Alma Robada

CAPÍTULO XXXIV

      El demonio observó con ojo crítico a la joven que tenía enfrente. 

     Pese a que a la mayoría se les había pasado por alto el pequeño pero importante detalle, de que el contrato que tenían él y Violeta se había sellado por una flecha de Cupido, Damon estuvo bastante consciente de este hecho desde el principio; y aunque no sabía de ningún caso similar, quería creer que esto no lo afectaría en lo más mínimo pues no era humano, y que si hasta ahora la había estado salvando era simplemente por su propia conveniencia.

       Sin embargo, así como era consciente de este detalle, también lo era de todos los factores que  rodeaban su encuentro. Por ejemplo ¿Por qué la salvo aquella noche que todo inició? Tantas cosas juntas no podían ser solo casualidad, y eso empezaba a darle desconfianza.

       El caso es que parecía haber mucho más detrás de esta historia, que la misma historia en sí; y el hecho de sentirse como un simple peón en el juego, siendo él quien era, le comenzaba a dar una idea de que tan difíciles iban a ponerse las cosas; sobre todo si sus sospechas respecto a la identidad de Violeta eran reales. 

       Aun y con todo, la pregunta permanecía en el aire. ¿Por qué la había salvado?

      Violeta por su parte, estaba tan confundida como él. Sabía lo de la flecha, pero prefería adjudicar los sentimientos que le despertaba al hecho de que era un demonio... se supone que ellos están para tentar, y bueno, con el físico de Damon era muy natural   que cualquier mujer tuviera fantasías con él. Además, si bien era cierto que la había estado salvando desde entonces, se podía asegurar que era por que así le convenía; y no porque estuviera afectado por la flecha. Bastaba recordar el día que la mandó al hospital... no todo había sido amabilidad.

       Por lo tanto, algo quedaba bastante claro: tendrían que entender el pasado, si querían descifrar el presente.

       De pronto la burbuja que los envolvía se rompió.

       El ruido provocado por Daniel, hizo que Violeta diera un brinco del susto; mientras que Damon se quedó pasmado ante la realidad: se había enfocado tanto en ella, que ni siquiera estaba poniendo atención a lo que ocurría a su alrededor. 

      Durante un par de segundos, la mente de Daniel se revoluciono por completo. Si de por si sus pobres neuronas ya estaban trabajando a mil por hora, en ese momento hicieron un esfuerzo épico; la imagen frente a sus ojos no pasaba desapercibida. La forma en que el demonio miraba a su hermana era digna de analizarse; sin embargo y muy a su pesar, eso tendría que se en otra ocasión.

      -Desaparece...-. Gruño de forma baja y gutural, aunque intentaba por todos los medios verse normal, mientras se recargaba sobre el marco de la puerta de la recamara de su hermana. 

       -Oblígame...-. Replicó Damon encogiéndose de hombros y sonriendo socarronamente. 

       Violeta puso los ojos en blanco ante la respuesta del demonio, y luego se concentro en su hermano. Al instante notó que algo no andaba bien. 

        -¿Qué ocurre?-. Preguntó extrañada, verlo fuera de sus cabales no era normal.

      Daniel se retiró del duelo de miradas con Damon, y enfocó sus ojos en ella. Recordar el estado en que encontró a la detective, hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo; era difícil aceptar que Violeta hubiese pedido que le hicieran algo así, y que ahora mismo estuviera sentada charlando con un demonio como si no pasara nada. De pronto fue como si la obscuridad que reflejaban sus ojos marrón, se hubiese transformado en un abismo sin fondo.

       -¿Por qué lo hiciste?-. Soltó sin más. La angustia que sentía comenzaba a formar un enorme nudo en su estómago. -¿Por qué le hiciste eso a la detective?

       La pregunta golpeó a Violeta de frente y sin contemplaciones; ni siquiera se había puesto a pensar que ocurriría si Daniel se enteraba. Por primera vez el peso de sus actos hizo eco en su consciencia; no es que no lo hubiese pensado frente a Mirza, pero ella a final de cuentas no le recriminaría por ello... en cambio su hermano, ahora mismo la veía como si estuviera viendo a un mostro.

       Ella sintió como su corazón se detuvo ante este gesto. Podía no importarle lo que el mundo pensara sobre ella, pero Daniel, él lo era todo y ahora estaba decepcionado...  asustado.

        -Yo no...no pretendía...-. Las palabras se sintieron como aguijonazos en su garganta. Se negaban rotundamente a salir, e incluso sus neuronas se revelaban, pues no le daban la idea correcta que pudiera expresar su arrepentimiento. Cuando llegó a esa conclusión, todo quedó claro. -Yo le advertí que nos dejara en paz...-. Dijo recuperando el control de sus pensamientos, y respirando profundamente para tranquilizar sus pulsaciones.




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