Alma Robada

CAPÍTULO XXXIV (parte 2)

        En el instante en que la pequeña grieta dejó de avanzar en su camino por el alma, las voces y visiones que intentaban alcanzar a Daniel se detuvieron. Él no era consciente de que estos dos hechos estaban unidos, es más, ni siquiera sabía que lo que estaba haciendo Damon con su hermana era ayudarla y no lastimarla. Sin embargo, esto era difícil de creer cuando lo único que quedó visible ante sus ojos, fue la forma en que el demonio la apuñalaba de nuevo.

       -¡Violeta!-. Gritó desesperado.

      Entonces se quedó de piedra. Incluso un ciego hubieses sido capaz de notar, la delicada forma en que el demonio la tocaba; o peor aún, que ella en lugar de temerle, parecía confiar completamente en él. ¿De qué se había perdido, qué rayos había ocurrido el lunes que se fue con Damon?

       Sí, su mundo simplemente se resquebrajaba bajo sus pies. 

       Daniel miró horrorizado a su alrededor; quizás ya no sentía nauseas, ni veía nada aterrador en su cabeza, pero lo que había frente a sus ojos no era agradable, y necesitaba detenerlo a la voz de ya. Claro que era mucho más fácil pensarlo, que hacerlo; en especial cuando estas rodeado por un maldito circulo de llamas azules.

          Pero sus ideas respecto a cómo escapar quedaron rápidamente frustradas, cuando el peso de una dorada mirada cayó sobre él. Damon había recostado a su hermana en la cama, y ahora le veía fijamente, aunque de forma muy diferente a como lo había hecho con Violeta. 

         De pronto, la flecha que solo segundos atrás había desaparecido, una vez más estaba frente al demonio, acompañada de un imponente arco tan negro como sus alas, y la misma arma. Damon no perdió tiempo y apuntó sin titubear a su objetivo; Daniel por su parte intentó retroceder, pero el calor que despedía el fuego era insoportable, aunque curiosamente solo lo sentía si se acercaba demasiado a las llamas. Al final, parecía que su muerte no tendría nada que ver con las horribles visiones que lo habían estado atacando.

        El mayor de los Cábala inspiro profundamente. No iba a fingir que no sentía miedo, aunque lo cierto es que no quería morir; pero tampoco pretendía suplicar como un cobarde. Daniel le hecho un último vistazo a su hermana, y un amago de sonrisa intentó aparecer en sus labios... su bestia durmiente, tan tranquila y serena; le dolía no saber si estaba dormida, desmayada o agonizante; y finalmente se centró en el demonio.

        Un choque entre verde esmeralda y oro líquido que levantó chispas. Había tantas dudas en el interior de ambos, que incluso su mirada lo reflejaba; sin embargo, era más la fuerza que denotaban, que los dos sintieron respeto por el opuesto. 

        Y fue en ese momento que todo se detuvo.

         Damon tenía sus ojos puestos en la mira, era un tiro sencillo; sin embargo, los segundos se convirtieron en eternidad, y por alguna razón que se negaba a aceptar en voz alta, no disparaba.

        Pronto su cuerpo igualo la tensión que su mente estaba sufriendo, y cada uno de sus músculos se puso más rígido que una tabla. Su mandíbula estaba tan apretada, que incluso sus dientes comenzaron a castañear.

        -¡MALDICION, ESTO TIENE QUE SER UNA BROMA!-. Bramo enojado, indignado y frustrado; para luego continuar la retahíla en una lengua olvidad por los humanos; aunque ninguna de las palabras que salieron de sus labios hubiese sido agradable de escuchar por nadie.

        En el proceso sus ojos cambiaron a azules, las armas desaparecieron, el fuego se extinguió; y su imponente aura demoniaca, se volvió la de un niño caprichoso en una rabieta descontrolada. Daniel estaba poco más que anonadado; y se hubiese reído, de no ser por qué no encontraba sentido a nada a su alrededor. 

         -¡Tú!-. Dijo de pronto, cortando la pataleta y apuntando con gesto inquisitivo a Daniel. -¿Has tenido siempre esas visiones?

           Al mayor de los Cábala le tomó un par de segundos reaccionar, se sentía como dentro de la dimensión desconocida. En cuanto su cerebro volvió a comunicarse con su cuerpo, lo primero que hizo fue caminar hasta su hermana.

           -Solo está dormida. Ahora contesta...-. Damon finalmente bajo de la cama, y comenzó a andar de un lado a otro intentando entender él mismo lo que pasaba.

          -¿Qué fue lo que le hiciste?-. Daniel estaba a un lado de Violeta, cuando pudo por fin hablar. Su respiración era normal, y su rostro reflejaba tranquilidad.

        El demonio se giró para volver a centrar sus ojos en Daniel, y luego se llevó una mano hasta la barbilla, para comenzar a darse ligeros golpecitos con un dedo en la boca; sinceramente, no tenía idea de si lo que estaba haciendo ayudaría, pero a estas alturas ya cualquier cosa extra que obtuviera sería un avance.




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