Alma Robada

CAPÍTULO XL

   El aire templado que acariciaba con cuidado la ciudad durante el día, se había vuelto más osado con la llegada de la noche; y en su rebeldía, varias nubes grises llegaron con él. 

        Las cortinas del departamento se balanceaban de un lugar a otro sin descanso, pues el balcón estaba abierto a cualquier intromisión; y así, entre las sombras nocturnas, y los ruidos provenientes del primer piso, donde la cafetería recibía a sus habituales visitantes, un destello plateado llenó de luz el espacio, permitiéndole la entrada a su departamento a David. 

         El ángel suspiro al darse cuenta que ya no estaba en el cielo, y se llevó una mano a su cabello para sacudirlo. Estaba en shock. El mundo se había puesto de cabeza frente a sus ojos.

        Luego de que Damon revelara que Daniel era el único Profeta de la época, habían decidido que sería bueno investigar más al respecto, solo para estar seguros cual papel desempeñaba el joven en este embrollo; en especial, porque hasta el momento no había mostrado un solo indicio de la habilidad que estos humanos poseían. Al menos él no había visto nada que lo delatara, y por sus alas, eso era imposible.

        Resultado de su reciente visita al cielo: Era cierto, Daniel Cábala era un Profeta... el único. Sin embargo, sus poderes habían sido suprimidos desde su nacimiento por alguna clase de hechizo desconocido; y no solo eso, sino que su alma se encontraba resguardada de tal forma, que ni siquiera un arcángel hubiese podido encontrarlo. Quién lo hizo, por qué y cómo; era totalmente desconocido para todos. 

       Entonces, el problema no estaba en si era o no, sino como Leo lo había averiguado, y qué estaba ocultando el cruel ángel, que sentía la necesidad de matar a Daniel para que nadie se enterara. 

       David miró a su alrededor tratando de ubicarse de nuevo en la realidad, y se dio cuenta que con cada pregunta que lograban contestar, obtenían en la respuesta, otras tantas imposibles de entender. Sería interesante si al final del día, iba a ser Daniel quien encontrara la solución a este imposible problema; y de ser así, lo primero que necesitaban era mantenerlo con vida... y sacarlo de la vista de los policías. 

       Él ángel bajó las escaleras para llegar hasta la cafetería. Pensaba que al ser Gabriel quien se había quedado cuidando de Violeta, ahora seguramente los encontraría en el lugar; sin embargo, al darse cuenta que no estaban, dudo seriamente hacia donde debía dirigirse. Al final la mejor elección era a casa de ella.

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        En el momento exacto en que los sellos fueron abiertos, una sonrisa se dibujó en el rostro de Arial. No era fácil mantener espíritus impuros controlados en el cuerpo de un humano, pero gracias a la ayuda de Malthus, las cosas estaban resultando mejor de lo que esperaba; y como si fuese ella misma quien estaba en frente de Daniel, ahora podía ver el terror que se apoderaba de su rostro.

        El pobre humano no tenía idea de lo que le esperaba, y esta vez no habría nadie que viniera a rescatarlo, nadie se interpondría entre ella y su presa; y mejor aún, por fin tomaría venganza por su ala perdida.

         -Ha pasado mucho tiempo Daniel...-. Comentó cautelosa y divertida, parada en las escaleras que estaban frente a la comandancia. Aun no podía dejarse ver, las instrucciones de Leo habían sido claras.

         Al instante en que lo dijo, las mismas palabras salieron de los labios de uno de los hombres que estaba parado frente a Daniel, dentro del lugar. 

        De ser figuras inertes con rostros demoniacos, el mayor de los Cábala observó como aquellas personas carentes de humanidad, volvían sus ojos hacia ellos. No sabía si era una suerte que Susan no fuera capaz de ver lo que estaba ocurriendo, o un problema; pero al escuchar como la deforme voz lo llamaba, estuvo seguro que no era el miedo quien lo paralizaba, sino aquel que le observaba tras las líneas de fuego.

        Pero Daniel no era el único consciente del horror que los rodeaba; aunque la detective empeoraba con el correr del tiempo, el sonido bajo y manipulador que llamó el nombre del joven, hizo que toda su sangre se congelara, y sus músculos se tensaran en contra de la marcha desenfrenada de su corazón. 

       -¿Qué... está pasando?-. Preguntó entre dientes, notando como Daniel apretaba su agarre sobre ella.

        Él la observó de reojo, y meditó seriamente que responder. No había forma de que le dijera que al parecer todos lo que estaban dentro de la comandancia estaba poseídos; pues aunque en su vida había visto algo similar, no encontraba otra explicación. Por otra parte, aunque solo venía el nombre de Leo a su cabeza, tenía el presentimiento que era alguien más quien lo llamaba. Especialmente por qué dudaba que ese ángel se mostrara frente a él. 




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