Violeta aceptó los abrazos de sus amigos, como si fuesen un simple saludo. Fue cordial, respondió a sus condolencias, escuchó atentamente lo que le decían respecto a Gabriel, y lo mucho que les sorprendió la noticia, y tuvo el valor de esbozar una sonrisa resignada por sus palabras. Estaba tranquila...sin embargo, su engaño no era capaz de alcanzarlos a todos.
No importaba cuan buena se hubiese vuelto escondiendo sus sentimientos, inclusive transformando parte de ellos en verdad; el destello de odio en sus ojos era tan claro para Damon, como el sufrimiento que le erizaba la piel lo era para David.
A su alrededor el mundo se había vuelto una necesidad absurda para su existencia; pues no encontraba sentido a estar rodeada por un montón de personas que ni si quiera sabían la batalla que se desarrollaba entre las sombras; la clase de monstros que caminaban a su lado, y el despreciable ser que había provocado su pérdida. Una realidad falsa, en la cual ella bailaba al ritmo del traidor compás; mientras que tras sus ojos el tiempo se perdía entre recuerdos y memorias.
Crecer sin sus padres fue realmente difícil. La curiosidad por qué tan diferente hubiese sido su vida si estuvieran a su lado, siempre estuvo presente en su mente; de la misma forma que la pena por no comprender el amor que sentía hacia ellos; a final de cuentas, estos eran sentimientos utópicos ya que era imposible querer algo que no conocía. En su pasado, eran simples destellos de una existencia; y aunque tal vez cuando el fuego consumió sus vidas, la pequeña Violeta llorará su muerte, a su corta edad no tuvo la madurez para comprender realmente que había pasado.
Pero con Gabriel era diferente.
El vínculo que el nefilim formara con ellos, era más profundo de lo que hubiera esperado. Su presencia se había vuelto una constante en la vida de ambos hermanos; de manera natural se encargó de guiarlos en medio de la tormenta, apoyarlos, estar a su lado con una sonrisa para calmarlos; y con nada más que una simple amistad como pago, se mantuvo firme en su decisión de protegerlos. Resolución que lo condujo a una muerte cruel y despiadada.
Ahora su pérdida provocaba un vacío sofocante; y que la oscuridad que con un letal sacrificio había querido alejar, se acercara.
Para Violeta ver morir a su amigo, fue un punto de no retorno. La imagen se había quedado tatuada en su cerebro con fuego y sangre; no importaba hacia donde mirara, o que recuerdos se mostraran en su interior para apaciguar este hecho, el daño ya estaba instalado en su sistema, y solo habría una forma de matizar el dolor. Venganza.
Ya no se trataba de un sueño o un simple deseo. Esta idea la engullía desde el interior, y la realidad de lograrlo era lo único que la mantenía en pie. Sus padres, Margo, Gabriel, y probablemente una lista interminable de nombres, coronaban este pacto entre ella y la muerte de un ángel cruel.
Sin embargo, sabía que no sería fácil llegar a su objetivo; y cuando vio que Damon y David se acercaban a ella, todos sus músculos se pusieron en alerta.
Gabriel se había marchado, sí, y la pena le rasgaba hasta las entrañas; pero aun podía escuchar su voz a través de los recuerdos que le dio. Y aunque no entendía del todo las imágenes, si se aseguro de dejar algo en claro: Ella era una exorcista, y como tal, su relación con el ángel y el demonio no era más que un círculo de destrucción; pues a ninguno de los dos se les permitía vagar libremente por la tierra.
El límite que dividía el miedo y esperanza se volvió borroso ante sus ojos, y con un esfuerzo que le causo dolor, sus pies retrocedieron antes de que ninguno pudiera alcanzarla.
Ahora no podía pensar. Ahora no sabía que hacer. Ahora necesitaba escapar. Pero de pronto sus pies se negaron a moverse de nuevo, porque ella no quería marcharse; esa noche no se trataba del ángel o el demonio, y poco le importaba si se acercaban o desaparecían como lo habían hecho durante toda la mañana. No los necesitaba, lo único que realmente quería, era estar cerca de Gabriel.
El maldito apocalipsis podía esperar... y su falsa tranquilidad debía continuar; porqué si nada podía hacer para controlar lo que había a su alrededor, entonces por lo menos debía ser capaz de controlarse a sí misma.
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La detective dio una gran bocanada de aire mientras escuchaba a Daniel, y apretó los puños con fuerza para dejar de temblar. Él tenía razón, eran muchas cosas las que tendría que asimilar, y quebrarse en ese momento era lo más estúpido que podía hacer... tal vez más tarde pudiera encontrar unos minutos para asustarse y abrazarse a sí misma en un rincón; pero de momento necesitaba centrarse en los hechos y actuar como la jodida profesional que era.
-Tienes razón...-. Comentó aprovechando la pausa que había hecho el joven. No fue capaz de escuchar el nombre que susurro entre dientes. -Son demasiadas cosas, debemos tomar esto con calma, o podríamos perder algo importante en el camino...
Daniel enfocó sus ojos en ella mientras ponía a trabajar a su cerebro. El semidemonio estaba dentro de la capilla, mezclándose entre la gente, y sería muy fácil abordarlo para averiguar que rayos era lo que le había dado tanto a él como a su hermana; pero las palabras de Susan le hicieron detenerse.