Alma Vendida

CAPÍTULO X

Bajo la sombra de la luna llena, los pequeños copos de nieve parecían destellos de plata flotando en el aire, igualando cual espejo el brillo de las estrellas, haciendo difícil distinguir exactamente en qué punto, el cielo y la tierra se separaban.

El viento por su parte, soplaba gélidos susurros que evocaban recuerdos de un pasado distante y lleno de melancolía; mientras que las voces del presente rompían en tortuosa agonía la tranquilidad del paisaje, dejando huellas rojas de pecado a su paso.

La sangre salpicada hizo que la pureza del blanco se viera oscurecido. El caído bajó la vista hacia su brazo, donde una profunda herida despegaba su piel, y gruño con fastidió; había sido un descuido con un fin afortunado, de lo contrario, su cabeza pudo haber terminado rodando en el suelo.

Leo miró la daga que sostenía en su mano, y una sonrisa sin ganas curvo ligeramente sus labios. No había pensado usarla, pero el rápido movimiento que había hecho el demonio lo tomó por sorpresa, y reacciono sacándola para defenderse.

-Lo lamento amigo...-. La sincera disculpa hizo resonar el arma; el alma de Gabriel probablemente se había inquietado, ya que la ironía, de que fuese precisamente esto lo que defendió la cabeza del traidor, no se le escapaba.

Al ver la forma en que la daga respondió a sus palabras, los ojos del ángel se entrecerraron queriendo ver más de lo que podían. Poseía muchas habilidades, pero aun no tenía la capacidad de escuchar las palabras de las almas que mantenía presas... era una pena, seguramente habría sido divertido oír lo que decían...

De pronto un ligero sonido capto su atención, y el movimiento tras su espalda desató la reacción de su cuerpo. Sus pies se movieron con agilidad hacia un lado, permitiendo que escapara de la embestida del demonio, mientras que volvía a guardar la daga. Necesitaba terminar esa pelea pronto, o de lo contrario, necesitaría más tiempo para recuperarse de todas las heridas físicas que estaba obteniendo, a que del que necesitaría para recobrar por completo su esencia de ángel.

Claro, tampoco había esperado que fuera del todo sencillo llevar a cabo su tarea, cuando el demonio contra el que luchaba entraba en la clasificación de caballero; podía derrotarlo, sin duda, pero no saldría ileso del combate, tal y como ya lo estaba viendo.

Sin ánimos de prolongar su estadía en ese lugar más de lo necesario, realizó una serie de ataques para abrirse espacio, y contemplo a su adversario con desdén; era una criatura tan grotesca como poderosa.

Medía dos metros de alto, pero su esquelética figura lo hacía parecer más grande; un pellejo cuarteado que segregaba una sustancia viscosa cubría ligeramente sus huesos, haciendo difícil acertarle un golpe; sus largos brazos terminaba en dedos tan filosos como cualquier espada, los cuales ahora estaban cubiertos de la sangre de Leo; y aunque todo eso ya daba una apariencia bastante repugnante, era su cabeza lo que podía enloquecer a cualquiera. Con unos prominentes y cortantes cuernos de venado saliendo por sus lados, la cara quedaba dividida en tres secciones: la parte baja, aquella que le unía al cuello, era una boca repleta de una cantidad incontable de dientes con apariencia de agujas que abarcaban el tercio correspondiente; en el centro, un par de ojos completamente grises, que hacía imposible distinguir hacia donde miraban, estaban enmarcados por una sombra negra y rojiza; y al final, en la parte de arriba, una segunda boca se abría y cerraba repulsivamente mostrando una lengua similar al tentáculo de un pulpo.

Leo se estremeció de asco, y pensó que podía calificar de milagro, el hecho de no haber vomitado ya ante tan asquerosa presencia. Bien pudo usar forma humana para la batalla; aunque claro, eso no pasó porque limitaría sus poderes...

El ángel se sacudió los pensamientos innecesarios, y dio un paso al frente para afianzar su postura de defensa, cuando sintió que su pie se envolvía en un doloroso calor. La primera idea que cruzó por su mente fue retroceder, estaba en una jodida montaña cubierta de nieve por lo tanto, era imposible encontrar terreno caliente; sin embargo, cuando su cerebro unió la información, involuntariamente su mandíbula se tensó por la respuesta.

Estaba parado sobre los restos de sus ex compañeros, un par de ángeles tipo cupido...

Un suspiro que parecía más un bufido salió de sus labios, y sus ojos destellaron por un instante en rojo, para de inmediato volver a su color humano. No quería perder el control de sí mismo, pero se complicaba con tantas cosas en su cabeza; además, ya estaba cansado de ese lugar.

El demonio aprovecho lo que pensó era un momento de distracción en su oponente, arremetiendo contra él; Leo pudo verlo por el rabillo del ojo, y tuvo menos de un segundo para decidir qué hacer a continuación.

Una maldición antigua se liberó por entre sus dientes, mientras su pie se clavaba ligeramente sobre el suelo, para luego elevarlo hacia el demonio; las cenizas invadieron su rostro, y los restos de divinidad aun presentes en ellas le hicieron aullar de dolor. Leo utilizo el tiempo libre para clavar su espada en la tierra, y en cuanto lo hizo, una estrella comenzó a dibujarse bajo sus pies, encerrándolos a ambos.




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