Alma Vendida

CAPÍTULO XI

Los primeros rayos del sol comenzaban a colarse por el horizonte, mientras que la brisa matutina se daba el lujo de empapar todo a su paso, haciendo que un delicado brillo se elevara sobre las cosas ante el reflejo del astro rey... al menos en el exterior... en el interior, las cortinas eran tan oscuras, que nadie podría darse cuenta que estaba amaneciendo.

Gracias a eso, Violeta dormía como un tronco en medio de su cama.

Estaba acostada de lado, la sábana que la cubría se había enrollado entre sus pies, y el cabello de su trenza estaba esparcido en mechones por la almohada, como si alguien hubiese tenido una batalla en su cabeza; aun así, su semblante estaba relajado y su respiración era tranquila, lo que le hubiese brindado a su aspecto un toque de ternura, si alguien que no fuese su hermano la estuviera observando.

Daniel encaró una ceja despectivo, mientras una mueca torcía sus labios. Ella era una maldita bestia, por qué de otra forma, no se explicaba como en medio de todo lo que ocurría podía seguir durmiendo así de tranquila. Él había tenido una noche de terror, los nervios le hacían estremecer el cuerpo, las voces lo estaban volviendo loco, las visiones lo tenían a punto de llorar... y ella allí, dormidota como si el mundo no se estuviera volviendo cenizas... no es que no estuviera feliz por eso, lo cierto es que el hecho de que ella estuviera en calma, le hacía sentirse infinitamente mejor; pero sinceramente, también lo hacía morirse de envidia.

Por eso, valiéndose de su derecho como hermano para fastidiar, y escudándose tras la idea de que lo estaba haciendo por su bien, iba a despertarla a las plenas 5:30am.

Esta vez, su gesto se volvió malicioso al tiempo que buscaba concentrado en su celular. Cuando por fin dio con lo que quería, la sonrisa que esbozaba se ensanchó, y sus pies retrocedieron dos pasos para alejarse de la cama; si más adelante los vecinos se quejaban, él les reclamaría que porque si escuchaban eso, no se daban cuenta de la cantidad de demonios que visitaban el vecindario...

El estridente ruido de la locomotora funcionó tal y como esperaba.

Violeta se levantó de un brinco, y atontada como estaba por las horas de sueño, se movió sin coordinación alguna hasta dar de bruces contra el suelo; aunque el golpe fue duro, ella volvió a ponerse en pie tan a prisa, que ni un ninja hubiese podido seguirle el ritmo, haciendo que Daniel asintiera sorprendido por su agilidad. Era un plus que su hermana no fuera tan lenta cuando se trataba de supervivencia, cosa que había estado dudando seriamente las últimas semanas.

Sin embargo, lo que pasó después lo sorprendió un poco. Un destello morado comenzó a dibujar un círculo bajo sus pies, de entre el cual, una estrella tomo forma en cero punto cero segundos.

Al profeta se le desencajó la mandíbula. Tal vez, solo tal vez, se le había pasado un poco la mano con la broma; pero rayos, se sentía mucho mejor eso si que no lo podía negar, y en su defensa, no esperaba que llegara tan lejos.

Decidido a no dejar que esto avanzara hacia vientos desfavorables, y sin tener una ligera idea de que más hacer, gritó su nombre con la vehemencia que solo los hermanos mayores conocen. Funcionó a la perfección; ella lo buscó, y al instante en que sus miradas se cruzaron, el círculo se rompió en pedazos cual cristal, esfumándose en el aire.

-Qué...¿Qué ha pasado?-. Preguntó la exorcista con cautela, sin poder apartar los ojos de él, mientras respiraba como si hubiese terminado una sesión de zumba. Ni siquiera se percató de que su sello se había dibujado en el suelo.

Daniel se tensó de pies a cabeza; de pronto se sintió como cuando era niño y lo descubrían en una travesura. Lo gracioso es que era justo lo que pasaba en ese momento. No quería darle demasiada importancia al hecho de que los poderes de su hermana, parecían reaccionar demasiado pronto ante cualquier circunstancia.

-Te llame un par de veces...-. ¿Estaría muy mal visto que los que hablaban con los Serafines, mintieran?. -No me hiciste caso...-. Terminó encogiéndose de hombros...

Esta vez fue a ella a quien se le desencajo la mandíbula. Esos hermosos ojos verdes destellaban una malversada culpa divertida; pero lo mejor era verlo luchar contra sus ganas de reirse, admiración por alguna causa que desconocía, y la sorprendente cosa que estuviese en el suelo pero que Violeta no podía ver.

Una extraña sensación de calidez la embriagó. En medio de la tormenta, el caos, y la posible llegada del apocalipsis, su hermano, el señor seriedad y madurez, iba y la despertaba con el sonido que hace un maldito tren a punto de arrollarte. ¿Acaso no era el hombre más perfecto sobre la faz de la tierra? Era una lástima que fuese a morir por sus manos. Antes de que Daniel se diera cuenta de lo que pensaba hacer, Violeta se giró hacia su cama, tomó la almohada que hasta hace unos segundos era su portal al mundo de los sueños, y se la lanzó con toda la fuerza que fue capaz de reunir.

El profeta tardó en reaccionar, permitiendo que el golpe fuera directo a su cara. Todavía no se creía lo del círculo, pero en un recóndito lugar de su cerebro, la aprobación se aliaba con la suerte; si ella reaccionaba así medio dormida, entonces no estaba tan indefensa como pensaba...




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