Los latidos de su corazón se volvieron un estridente golpeteo que retumbaba en cada molécula que conformaba su cuerpo.
El pecaminoso gesto de seducción en los labios de Damon, era algo que con esfuerzo y mucha concentración, podía ser capaz de soportar; sin embargo, que a eso le incluyera su dedo, dentro de su boca... sin duda alguna estaba totalmente fuera de su liga.
El calor que susurro con sus entrecortadas palabras, rozo su índice y se expandió como una caricia de dulce perversión sobre su piel, eliminando todo lo que había a su alrededor, para dejarla encerrada en el par de gemas azules que reflejaban su propia imagen en destellos dorados, tan inhumanos, como la criatura que les poseía.
No podía moverse. Estaba absorta descendiendo por un espiral de fuego azul que la consumía desde el interior, y hacía vibrar cada una de sus terminaciones nerviosas, alcanzándola incluso en un nivel más profundo. No solo se trataba de su cuerpo reaccionando a la provocación del demonio, era su alma la que se estaba retorciendo para contener el gemido que quería liberar desde lo más recóndito de su ser.
Pero eso él lo sabía, después de todo, era su dueño; por lo tanto, la media sonrisa que ya mostraba, se expandió para revelar sus dientes en una mueca digna del depredador peligroso que era, y a Violeta se le tambalearon las piernas, hasta que un suspiro general la hizo despertar.
Al principio pensó que su cuerpo la había traicionado, y finalmente soltó la exhalación de placer que tenía atorada en la garganta; pero el dolor provocado en sus mejillas a causa de la fuerza que estaba usando al apretar su mandíbula, le dijo que eso era imposible.
Entonces, aferrando el último gramo de voluntad que le quedaba, y a la impresionante curiosidad que navegaba entre sus ideas, logró girar unos cuantos grados su rostro hacia las mesas de la cafetería.
Todos los ojos, puestos en ellos. No. Todos los ojos, puestos en él.
Un arrebato descabellado de posesión arrasó con furia los demás sentimientos. El choque de uno contra otro, fue igual o peor que una descarga eléctrica, que logro por fin despertar todos y cada uno de los sentidos seducidos. El maldito engendro del mal, estaba usando sus poderes para sacarla de balance... eso lo hubiera aceptado, de no ser por el pequeño e insignificante detalle, que no solo la había afectado a ella; sino a cada simple ser humano dentro del lugar, y quizás hasta varios metros a la redonda.
Era como si la lujuria flotara en el ambiente. Caliente y salvaje.
-Cerdo pervertido...-. Siseó entre dientes, con los ojos entrecerrados. Su voz tan violentamente amenazadora, que incluso Mika, que estaba tratando de procesar lo que ocurría, dio un respigo hacia atrás al escucharla.
El brillo dorado y divertido que recibió a cambio de sus palabras, solo logró que el enojo se volviera más intenso. ¿Por qué si estaba jugando con ella, tenía que incluir a todos en el local? Necesitaba enseñarle que era una chica envidiosa por naturaleza. Nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, compartía sus cosas... salvo con Daniel; pero dudaba mucho que su hermano quisiera algo de eso...
Aunque sus instintos asesinos flaquearon considerablemente, cuando su dedo fue mimado una vez más por una lengua traviesa, en lugar de fundirse con el calor como lo hizo antes, esta vez reconsideró sus opciones; no había forma de ganarle en su juego tratando de superarlo, lo que si podía, era cortarlo de tajo sus endemoniados poderes, para que dejara de ser el centro de atención.
Podía no ser buena en el uso de sus dones, y de hecho, no tener ni idea de cómo controlarlos o hacer lo que deseaba; pero estaba tan molesta con sigo misma... con él... que apenas lo pensó, sus iris se fragmentaron en dos partes. Amanecer y anochecer. Aunque nadie fue capaz de verlo, pues sus ojos se cerraron para conservar la intimidad de su identidad en el mundo sobrenatural; y al instante, el tiempo detenido por el calor de Damon, retomó el ritmo dejando el episodio en el pasado, pero como si nunca hubiera ocurrido.
Ambos poderes colisionaron en silencio, y la promesa de pecado que se disipaba como fuego invisible por el ambiente, se sofocó cuando el brillo de la estrella de la exorcista resplandeció en el interior de la boca de Damon.
Muy a su disgusto, el demonio finalmente la liberó.
-Bien jugado...-. Comentó recargándose con aire casual en la barra
-No vuelvas a hacer eso...-. Ordeno tranquila; aunque una espada hubiera sido más delicada que su voz
-¿Tentarte?-. Ronroneo malicioso. No mataría a Daniel, no mataría a ningún hombre que se acercara a ella y la hiciera sonreír; pero eso no significaba que él mismo no se presentaría en esa batalla...
Los dientes de Violeta rechinaron con la pregunta, y sus puños se apretaron marcando medias lunas sobre sus palmas, en un intento de no ensartarse contra la perfecta cara que miraba y le robaba el aliento.
-Tentar a todo el mundo idiota...-. Replicó con la respiración poco menos que agitada
Había intentado ocultarlo, pero lo cierto es que estaba celosa; y aquellos a su alrededor, pendientes de esta guerra de poder que llevaban, podían ver a través de ello como de cualquier cristal.
Era lo que pasaba cuando se trataba de él. La vida de Violeta vibraba llena de color por las intensas emociones que acarreaba con su presencia. A su lado sentía que podía ser ella misma, sin contenerse, sin restricciones; porque él era capaz de sostener todo: lo bueno, lo malo, la desesperación, su fuerza, su debilidad... con Damon no había necesidad alguna de pretender.