Alma Vendida

CAPÍTULO XXVI

Pandora se giró sobre sus pasos para hacer un escaneo rápido del local. Entre los trabajadores y clientes había aproximadamente unas 60 personas... todas humanas, pero no por eso, todas inocentes.

Aunque nadie parecía estar prestando atención a su frustrado intento por salir, estaba bastante segura de que alguien entre ellos debía ser consciente de lo que ocurría. Esto tenía pintada la palabra trampa por todos lados, y solo un idiota iría en su contra sin pensar cuidadosamente las cosas; porque si bien los vampiros no eran realmente inmortales, asesinarlos requería esfuerzo y dedicación. Especialmente a ella, la primera de su clase, y que a lo largo de su existencia había sufrido incontables encuentros con la muerte, de todos saliendo victoriosa.

Aun así, quien estuviera haciendo esto podía un genio si se le daba la gana, pero había cometido un error, que sencillamente, era mortal. Atacarla dentro de la cafetería de Gabriel, era algo que no estaba dispuesta a perdonar.

Por eso aprovechándose de los matices que proporcionaba la iluminación en el lugar, sus ojos hicieron el cambio que en otra noche habría delatado su naturaleza, pero que se disimulaban perfectamente en el entorno de halloween. Necesitaba que sus sentidos despertaran por completo, para percibir exactamente qué pasaba, y contaba con que sus captores no demoraran en mostrarse.

No lo hicieron. Un par de minutos más tarde, el segundo movimiento fue hecho a través de la mano de una joven. La vampiresa notó el momento exacto en que el cambio se efectuó. Obviamente, eso fue premeditado, porque querían que lo hiciera.

La chica estaba sentada en una mesa pegada al escenario, donde la banda seguía tocando y cautivando por igual a los presentes; ella se puso de pie en un movimiento brusco y casi robótico, volcando la silla por el impulso. De inmediato sus acompañantes se giraron para observarla; el estremecimiento que sacudía su cuerpo no se confundiría jamás con un intento de baile. Era anormal, forzado... inhumano.

Sus articulaciones se retorcían lentamente una por una, mientras sus ojos seguían la sinfonía de dicha actividad con especial atención, como si estuviera reconociendo lo que era capaz de hacer. Era justo lo que pasaba. Quien estaba ocupando ese cuerpo ahora, ya no era su dueña original, sino un maldito espíritu impuro, que en cuanto terminó la inspección, tuvo libertad de hacer a lo que fue mandado.

Esa era la trampa en los de su clase, Pandora lo sabía porque se había enfrentado a ellos antes. Almas que se negaban a marcharse, incapaces de olvidar los rencores de su vida, volviéndose entidades depravadas que existían solo para herir; pero tan débiles en cuanto a su alcance, que normalmente los demonios, brujos, o exorcistas, solían atraparlos para usarlos a su voluntad, proporcionándoles medios para que se movieran en el plano mortal. Y por medios solo se refería a cuerpos, ya fueran de vivos o muertos.

En un instante, la vampiresa se movió para poder ver a la criatura de frente; su velocidad nada más que una ráfaga anormal de viento para los simples sentidos humanos.

La poseída sonrío al acoplarse con su nuevo transporte, la maldad corrosiva emanando por cada poro de su piel, trastornando el color incluso bajo el maquillaje; y Pandora sabía que si se quedaba en ese lugar un par de horas, sería imposible sacarla. El único problema, es que ella no tenía la habilidad para extraerla... no obstante, no significaba que se quedaría sin hacer nada.

En otra época, en otro lugar, no le habría importado en lo más mínimo, hubiese matado a la pobre víctima, o simplemente la ignoraría; pero no aquí, no en el café que pertenecía a su querido Gabriel, ni entre estas personas que todavía hacían comentarios amables respecto a él. Eso era sagrado.

Ella ladeo ligeramente su cabeza, como solía hacer inconscientemente cada que algo llamaba realmente su atención, y meditó seriamente su siguiente movimiento. No podía simplemente atacarla, porque no sabía qué era lo que pretendía hacer; y tampoco podía llevarla fuera, porque estaban encerrados; entonces, la mejor opción, sería llevarla a la bodega y ... sus pensamientos se cortaron de golpe, cuando los ojos del espectro se enfocaron en los suyos.

Con un velo de color irreal sobre el iris, la sonrisa se transformó en una mueca asquerosa, con un rostro que no encajaba con el aspecto que ahora mostraba. No había manera lógica de dar una explicación a la transformación que sufrían los afectados, pero era como si el ente se mostrara en el trasfondo del cuerpo. Ella sacó la lengua para relamerse los labios, y antes de que alguien pudiese prever su movimiento, tomó un cuchillo que había sobre la mesa, entre los platos de la comida, y se lo enterró en el estómago.

El grito desgarrador que dio su amiga a un lado retumbó incluso sobre la música, despertando el interés de los curiosos. Los chicos del grupo dejaron de tocar, aun sin comprender muy bien lo que ocurría a causa de la ambientación de las luces, mientras que los demás acompañantes trataban de auxiliar a alguien que obviamente, no solicitaba tal apoyo.

La sangre comenzó a manchar el piso, y ya había corrido lo suficiente como para empapar la ropa de la poseída, que seguía con la vista fija sobre la vampiresa; e incluso si hubiese sido una simple gota, ella la habría percibido con la misma devoción. El olor del hierro era tan intenso, que se convirtió en un dulce sabor en la lengua de Pandora. Llamándola, tentándola, seduciéndola.

No lo podía evitar, era su instinto, su maldición... su venganza. Alimentarse de la sangre de aquellos que la negaron como uno de los suyos, y la abandonaron entre la podredumbre a merced de un vil farsante. Ese fue el inicio de su eternidad, y aun en este tiempo, el impulso de devorar se despertaba en ella como una segunda piel, liberando sus colmillos en un acto reflejo.

Pero no la controlaba. Hacía mucho tiempo que sus acciones estaban dirigidas única y exclusivamente por su mente, a pesar de que su cuerpo se ensañara en rebelarse.




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