El mundo dejo de existir alrededor de Violeta, una vez que se dio cuenta de la realidad.
Había algo extraño en reconocer a Leo incluso cuando no podía ver su rostro; pero existía una conexión mucho más poderosa atrayéndola que no era exactamente dirigida por él. Un deseo de extender la mano para alcanzar aquello que le pertenecía por derecho, por amor... por amistad; como si su propio equilibrio dependiera de tomar esa pieza perdida, que indicaba como resultado la identidad del conejo.
Al darse cuenta que tenía su atención, el ángel hizo un ademan de saludo con su mano, para después moverla lentamente hasta su cintura y levantar el saco, dejando al descubierto una pequeña daga de un brillo irreal.
Gabriel.
Cuando el nombre abandonó sus labios en un susurro posesivo, el alma de su amigo resonó al llamado haciendo un eco en sus pensamientos; mientras la marca del beso que selló su contrato, punzaba en la piel de su mano.
Casi podía escucharlo en su cabeza; desafortunadamente su poder no era suficiente para establecer el contacto.
Un instinto asesino se apoderó de su cuerpo. La exorcista nunca había sentido interés en lastimar a alguien; pero en ese instante era como una necesidad primaria en su sistema nervioso. Se encontraba a un paso del límite de no retorno, y francamente, no estaba asustada por la posibilidad de cruzarlo.
No obstante, mantuvo la tranquilidad letal de una espada en su funda; una funda que provenía de la esencia del nefilim, que le impedía olvidar en dónde se encontraba.
Su calmada fiereza hizo que Leo sonriera bajo la fría máscara. Cada vez que se encontraba con ella, descubría retazos de su verdadera personalidad, una tan diferente a la mujer que se parecía tanto; pero que para sus planes era excelente, porque facilitaba las cosas a un grado que nunca nadie podría comprender.
La verdad, no había imaginado esto cuando intentó asesinarla por primera vez, meses atrás.
Alentado por el ritmo de los sucesos, el buen ánimo que ya traía para esta operación se acrecentó varios grados. Esta noche pondría algunas cartas sobre la mesa, y se moría de ganas por ver las que sus contrincantes mostrarían; así que, conocedor del poco tiempo que gozaba, esta vez hizo un gesto para que lo siguiera, al tiempo que se encaminaba por entre la gente a la salida.
Tratando de contener los espasmos de la rabia que sufría, Violeta miro levemente sobre su hombro hacia donde David discutía con otros profesores, y algunos estudiantes del consejo. Sabía que si lo llamaba, el llegaría a ella en un instante; pero ese valioso instante sería suficiente para perder de vista a Leo... o causar un disturbio mayor.
El riesgo no valía la pena.
Y en realidad no estaba sola, no lo estaría nunca más; ahora tenía a sus pilares, uno de los cuales necesitaba ser recuperado. Por eso aun sabiendo que se dirigía a una trama, lo siguió.
Podía ver a sus amigos en la pista de baile, a sus demás compañeros conviviendo, los maestros hablando... ninguno de ellos merecía quedar en medio de una guerra eterna, incluso si inconscientemente formaban parte de ella.
Entre tanto, Leo se movía de forma casual disfrutando la ironía de la situación. Habría preferido encontrar a Violeta disfrazada de Alicia, eso hubiese sido la cereza del pastel; pero como la chica parecía más un demonio que otra cosa, tuvo que conformarse con que siguiera al conejo blanco como en el cuento, pero dándoles una nota sobresaliente a David y Damon por su elección de atuendo.
Estaba a pocos pasos de llegar a la puerta, cuando aminoró su andar para elaborar una última y necesaria distracción. En el instante en que usara sus poderes, David lo sentiría, así que le daría algo en que entretenerse para lograr su cometido; había trabajado tanto en este plan, que no pretendía dejarse vencer simplemente porque se tratara de su hermano. Una cosa es que estuviera dispuesto a apoyarlo, y otra muy diferente a apartarse de su camino.
Con esa determinación que lo había traído así de lejos, se detuvo frente a un grupo de estudiantes. Un simple susurro fue suficiente para perforar las defensas de una mente distraída.
Si bien su designación en la escala angelical estaba enfocada a propiciar el amor entre los mortales, el cambio de su metas le había hecho descubrir que tanto podía extender el enfoque de estas; porque el amor sin duda alguna era el sentimiento más poderoso jamás creado, pero gracias a eso la depravación a la que podía caer era infinita en matices.
Solo bastó un susurro para que sus habilidades se infiltraran superficialmente en la primera capa emocional de los jóvenes a su lado, alterando la realidad. Lo próximo que Violeta divisó fue que aquel al que el ángel le había hablado como si le contara un secreto, ahora estaba en el suelo, peleando con una ferocidad animal contra uno de sus amigos, al tiempo que otros dos intentaban separarlos; algo que dentro de poco se volvería más grande, siguiendo las pautas de una bola de nieve rodando en una colina.
Eso provocó que los músculos de la exorcista se tensaran de ira. La facilidad con la que seres como él jugaban con la mente de los humanos era obscena; pero de nuevo, se limitó a seguirlo sin detenerse. Ante algo como eso, el libre albedrío del cual según se decía gozaban los humanos, podía parecer tan real como los unicornios color arcoíris; sin embargo, la mera presencia del mismo Leo, era la confirmación a que todo era posible.
Y con esa interesante contradicción en mente, finalmente ambos atravesaron la salida.
Cual Alicia siguiendo al conejo hacia un pozo, Violeta se encontró caminando hacia el estacionamiento, preguntándose qué pasaría a continuación. Sabía que estaba siendo arrogante al mantener silencio, pensando que podía manejarlo sola; pero el agarre que tenía el ángel sobre la daga, era como una correa sobre su cuello.