Aún no sabía lo que era... odiar a un desconocido, hasta que ocurrió… el incidente, el accidente.
«¡Agáchate, idiota!» –gritó el chico, y ella se volvió mecánicamente hacia el sonido.
Todo pasó en un segundo, ¡zas! Un golpe del balón en la sien. Estaba junto a la línea del campo de fútbol, una joven estudiante con blusa blanca y zapatos de charol, demasiado elegante para un estadio escolar, pero lista para interpretar el himno de la universidad antes del inicio del partido –la competición. Faltaba una hora para el evento, y Celestina había ido a ver dónde colocarían las decoraciones para la presentación. Los equipos de chicos se calentaban, corriendo y pasando el balón cerca del campo.
Un solo golpe, y el oído empezó a zumbar, el dolor agudo, punzante. En un instante, el mundo se volvió más silencioso.
Y ella, tonta, en vez de agacharse o apartarse... vio su rostro cuando él corría hacia ella… solo un moreno, atlético, pero se le quedó grabado. Sin embargo, fue el profesor quien alcanzó primero a Celestina, la sostuvo del brazo y la sacó rápidamente del campo.
Después de aquel incidente, su primer profesor de canto le dijo:
«Tina, con este oído no puedes cantar. Para ti, todo ha terminado. Lo siento».
Celestina abandonó los estudios, porque la educación musical ya no tenía ningún sentido. Solo un chico lo había destruido todo.