Almas Gemelas: El juego del silencio

02

Celestina dejó caer el auricular y agarró el móvil. Decenas de llamadas perdidas. Escribió a su mánager, presa del pánico:
«¡No puedo hablar, algo pasa con mi voz! ¡Y no es un resfriado!»

Cuando Denny y su equipo irrumpieron en la casa, ella estaba sentada en una silla junto a la puerta de entrada, como petrificada. En estado de shock. Tenía los ojos secos, y solo por la forma en que apretaba los dedos se podía adivinar que algo no andaba bien.

Por momentos le parecía que finalmente había perdido la audición, que ese día temido por años por fin había llegado, que simplemente no se escuchaba a sí misma. Pero no. El mundo sonaba. Desde la ventana se oía el canto de los pájaros; en la calle, las parejas reían –era verano, juventud, aire cálido con olor a mojito de menta y al polvo de las carreteras ardientes.

Denny y los demás repetían una y otra vez:

–Todo va a salir bien. No entres en pánico. Ya te has librado de mierdas peores. Lo resolveremos…

El equipo la acompañó hasta la calle; la chica subió al coche. El chófer la saludó, Celestina abrió la boca para responder… y nada. El shock se transformó en desesperación. En el coche, junto a una chica del equipo, se cubrió la cara con las manos y rompió a llorar.

En la misma clínica, el mismo médico guardó silencio durante mucho tiempo mientras la examinaba.

Solo una hora después, con la misma calma en la voz, dijo:

–Buscaré un especialista para usted… Esto no es físico. Es, muy probablemente, psicológico. ¿Le ocurrió algo impactante o traumático ayer?

Todos la miraron.

Celestina abrió la boca un par de veces, sin emitir ningún sonido. Entonces simplemente tomó un bolígrafo y un bloc de notas.

Escribió:
«No recuerdo qué pasó ayer».

Denny estaba más alterado que nadie. Era un mánager joven, pero hábil. Siempre lo tenía todo bajo control: horarios, contratos, imprevistos. Pero la vida no lo había preparado para algo así.

–A finales del verano tenemos conciertos enormes, giras… No podemos… –murmuró, sin mirarla, y luego pareció reaccionar–. Está bien. Qué más da. Lo pospondremos. La gente esperará. Lo solucionaremos –dijo, moviendo las manos con frustración.

Celestina no podía creer que escuchara eso de uno de sus más cercanos, que se atreviera a preocuparse primero por los conciertos. Tuvo que escribir un texto largo en el bloc sobre su estado y sus sensaciones, y aquello la enfureció.

De pronto ya habían pasado tres días. Celestina se había encerrado en casa, aislada del mundo. El teléfono en silencio, las cortinas corridas. Agua –solo mineral. Comida –ninguna en todo el día. Permanecía sentada en la quietud, intentando recordar algo de aquel día, pero su memoria estaba vacía, como una hoja en blanco. Solo el miedo y la impotencia la carcomían por dentro.

La mañana del cuarto día sonó un mensaje. Celestina tomó el teléfono sin ganas. Pero el mensaje era el esperado.

Del médico:

«Creo que he encontrado un especialista que podría ayudarla. Reni Isher es realmente un profesional único y talentoso. Se graduó en la universidad médica más prestigiosa de la capital. Su especialidad es la reconstrucción neurocognitiva de la memoria, y es un sanador–eumonista, el único en el continente que ha dominado esta práctica. Si aún no ha oído hablar de ellos: los eumonistas trabajan con el subconsciente profundo, con los recuerdos. Ya he hablado con él y he concertado una cita para usted».

Pensó: «Maldición... Esto suena a esos charlatanes que salen en televisión... ¿o no? ¿Será un fraude? Si la situación es tan grave que necesitan recurrir a alguien que hace cosas en las que ni siquiera creo… hipnosis o lo que sea…»

Al día siguiente, el Mercedes negro salió de Bruselas.

El conductor, un hombre de mediana edad y silencioso, solo asintió brevemente cuando Celestina se sentó en el asiento trasero. El viaje fue largo: al otro lado de la ciudad, hacia las afueras, donde el asfalto se transformaba poco a poco en caminos estrechos y serpenteantes. La capital quedó atrás, su bullicio se disolvió entre el susurro de los árboles y el canto lejano de los pájaros. Celestina miraba por la ventana, con los dedos entrelazados sobre las rodillas.

El coche giró por un camino de grava, y ante sus ojos apareció la casa de Reni Isher. Allí él realizaba sus sesiones, con licencia oficial. Era una casa minimalista pero acogedora, de dos plantas, con amplios ventanales que reflejaban el verde de las copas de los árboles. No ostentaba riqueza ni imponía presencia. Solo respiraba serenidad, envuelta en arbustos de lavanda y jazmín..

El conductor detuvo el coche. Cuando bajó al patio, el calor cedió un poco –había árboles, sombra. Se quedó unos segundos respirando el aroma del polen, intentando recomponerse. Tenía un aspecto terrible, con los ojos hinchados de tanto llorar, nerviosa.

La sesión duraría hasta la tarde. Miró la casa: ventanas con cortinas semitransparentes, puerta de madera oscura, timbre.

Celestina subió los escalones y llamó. No enseguida, pero no se echó atrás.

Un momento después, la puerta se abrió.

Y en el mismo instante en que lo vio, se sintió mal. No por miedo ni ansiedad, sino por una sensación extraña: aquellos ojos los había visto antes. Ese rostro no era nuevo.



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En el texto hay: fantasia, romance, del odio al amor

Editado: 10.11.2025

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