Almas Gemelas: El juego del silencio

03

Durante unos segundos, la miró en silencio. En su mirada no había ni superioridad ni la curiosidad que suelen despertar las celebridades. Más bien, desconcierto.

Celestina sintió una punzada de incomodidad. Apartó la vista, se acomodó un mechón de cabello que se le había deslizado sobre la mejilla. Tenía la sensación de que algo no encajaba. La discográfica había insistido en cambiarle el tono del cabello: añadir un toque cobrizo al castaño oscuro para que brillara a la luz. Y aún no se acostumbraba a su reflejo.

–Pasa –la invitó por fin–. Reni. Así me llamo. Prefiero mantener un ambiente amistoso con mis pacientes, así que puedes llamarme de tú.

Ella cruzó el umbral. Él caminaba delante, sin mirar atrás, con paso seguro y tranquilo, dándole tiempo para observarlo todo.

–Tu otoneurólogo ya me informó –dijo, girándose hacia ella en el pasillo–. Has perdido la voz. Y... ¿no recuerdas en qué circunstancias?

Asintió. No lo negó… ¿cómo podría hacerlo?

Reni abrió una puerta en la esquina de la casa y la condujo a su despacho. Era una habitación espaciosa, con techos más altos que los de una casa moderna. Las paredes, de un suave tono gris verdoso; una estantería ocupaba una de las esquinas, las ventanas eran grandes y limpias.

En el centro, un pequeño sofá color marfil; junto a él, un sillón y, entre ambos, una mesa baja blanca. Detrás, un escritorio de madera, sobrio y pulido, con algunos cuadernos abiertos.

A un lado del sofá, una pizarra, igual que las de la escuela. Trozos de tiza…

Celestina se sentó con cautela en el sofá.

Él se acomodó en el sillón frente a ella, apoyó sobre las rodillas una libreta negra y un bolígrafo, pero no la abrió de inmediato. Primero le tendió una libreta parecida y una pluma a su invitada.

–No voy a apresurarme. Tenemos tiempo. Hoy, el que necesitemos –por un instante pareció confundido, lo que hizo que Celestina dudara de si realmente estaba lista para la sesión… y de si él era tan buen especialista como le habían dicho.

Se inclinó un poco hacia adelante, apoyando un codo en el reposabrazos, y por primera vez la miró directamente a los ojos.

–Trabajo con la memoria. Pero antes de que toquemos algo más profundo, necesito saber… al menos por dónde empezar. Celestina, ¿verdad?

Ella bajó la mirada. Abrió la libreta nueva. No le gustaba el bolígrafo: rascaba demasiado el papel. Escribía despacio, pensando.

«Sí. Mi nombre real es Celestina. Verás… creo que desperté como siempre. Pero todos a mi alrededor insisten en que olvidé un día. Y mi mánager está perdiendo la cabeza… No tengo idea de qué pasó después de salir del médico y quedarme dormida. Pero mi voz desapareció».

Giró la libreta hacia él.

Reni se inclinó apenas para leer.

–Entonces, eres cantante, ¿verdad?

Asintió.

Él continuó, tomando una pequeña tetera del escritorio y sirviendo la infusión en dos tazas:

–Es té de hierbas… Bien. Así que estás bajo contrato con una discográfica, ¿entiendo bien? ¿Qué tan estricto es el contrato y cuánto tiempo tenemos?

Ella escribió:

«Poco. Verano. El 31 de agosto comienzan los conciertos. Tengo que resolver lo de mi voz antes de esa fecha».

Y volvió a mostrarle la libreta.

Los conciertos cancelados significaban un desastre. Lo perdería todo…

–Casi tres meses… No es poco. Entonces, ¿qué tan estricto es el contrato? –preguntó de nuevo.

Escribió debajo:

«Si los conciertos se cancelan, mi carrera se derrumba. No hay manera de retroceder. Pero, antes que nada, quiero recuperar mi voz. Si no cumplo con el contrato, pierdo el escenario… y si además nunca vuelvo a hablar, eso sí que sería lo peor. Porque sé que incluso después de una caída, uno puede levantarse y empezar de nuevo. Al menos intentarlo».

Y giró otra vez la libreta.

Él asintió.

–Tu médico me dijo que no hay causa física. Entonces, lo que haya pasado parece una reacción de la mente ante un impacto emocional fuerte. Algo que el cerebro cerró para protegerte. A veces no podemos abrir esas puertas por nuestra cuenta. O alguien te empujó… lo suficiente como para que olvidaras incluso ese día.

Celestina suspiró, pero no con alivio. Esperaba que él dijera algo más.

Reni permaneció un rato en silencio, golpeando suavemente la libreta con la pluma, y luego se levantó con calma.

–Antes de empezar, quiero proponerte algo muy simple. Pero realmente importante.

Caminó hacia la puerta y la cerró suavemente. Luego se acercó a las ventanas y bajó las persianas. La luz se volvió más cálida, menos intensa.

–Aquí no hay cámaras, y esto no es un escenario. Quiero que sientas que nadie te está mirando. Que nadie te juzga –dijo, mirando sus zapatos–. Puedes quitarte los tacones, si quieres. La alfombra es realmente suave.

Celestina dudó un momento, se inclinó, desabrochó las correas y liberó los pies. Los dedos se hundieron en el tejido blando. Era agradable, más fácil respirar así. Aunque un poco incómodo… No había venido aquí a desvestirse, después de todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.