Almas Gemelas: El juego del silencio

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Escribió con rapidez, todavía en shock:

«¿Cómo que “revisar”?»

–Es una técnica especial –admitió él–. Lo confieso, suelo trabajar con investigadores cuando se trata de resolver casos… cuando necesitan entrar en la mente de un infractor o de un criminal. Pero también tengo pacientes como tú. Es parte de mi trabajo.

No lo entendía del todo. ¿Entrar en la mente? ¿De verdad? ¿Ver los recuerdos, literalmente? ¿Las imágenes, los sonidos, las sensaciones?

Reni tomó un pequeño cuenco con hierbas, alzó una ceja preguntando si podía encenderlo, y sacó un encendedor.

Celestina negó con la cabeza. No le gustaban los aromas fuertes. Solo tomó la taza de té entre las manos.

–Siéntate cómoda. Cierra los ojos, si quieres. Permítete sentir tu cuerpo, sentir que estás aquí… pero también, que este espacio no te pertenece por completo. Tienes que estar segura de que estás dispuesta a dejar que alguien vea tus recuerdos.

Aunque en realidad, no había opción.

Pensó en cuántos médicos había visitado antes de que lograran encontrar el tratamiento adecuado para salvar su oído. En cómo había perdido un mes entero con diagnósticos erróneos, que solo complicaron su recuperación. No quería volver a perder tiempo. Tal vez, esta vez, cada día también contaba.

Celestina estaba sentada con las manos sobre las rodillas, los pies descalzos hundidos en la suavidad de la alfombra, y por primera vez en mucho tiempo… se sintió en peligro. No sabía qué esperar.

Escribió:

«¿Cómo funciona?»

–Primero nos conocemos. Me aseguro de que te sientas cómoda conmigo. Luego, debes pensar en un día habitual. Yo tomaré tu mano, y todo empezará… Yo apareceré dentro de tu recuerdo, como si estuviera a tu lado. Podrás sentirme cerca, verme cerca. Y yo lo veré todo también.

Quizá observemos tus recuerdos como espectadores, o quizá los vivas tú misma, desde dentro. Pero yo sentiré todo lo que tú sientas: tus miedos, tus emociones. Primero recorreremos tus días habituales, esa semana en la que ocurrió el incidente. Intentaré acercarme, hasta alcanzar ese punto oculto en tu subconsciente. ¿Suena simple? No pasará nada malo. Con el tiempo te acostumbrarás, y podrás decidir qué recuerdos mostrar y cuáles no. Al principio es más difícil, así que yo lo controlaré todo, te guiaré.

Celestina frunció el ceño, tensa, concentrada.

Pasó la página del cuaderno y escribió otra frase:

«¿Tenemos que firmar algún contrato?»

–No. Ya estoy ligado por el juramento médico, que incluye la confidencialidad del paciente y todo eso. Incluso si alguna vez quisiera hablar de ti con alguien, no podría. Lo sabes, ¿verdad? En nuestro mundo, los contratos siguen siendo sagrados. Romper uno está terminantemente prohibido.

Oh, sí, ella lo sabía. Todo lo firmado en papel era inquebrantable y traía consecuencias.

Incluso su propio contrato laboral era severo, especialmente en caso de fracaso. Tan estricto que le prohibía mantener relaciones mientras trabajara para el sello discográfico: si la prensa descubría que la dulce estrella Estelle tenía pareja, decepcionaría a sus fans.

Ellos –como animales salvajes– seguían cada uno de sus pasos, la celaban, tejían teorías, murmuraban, se obsesionaban hasta el punto de amenazar o perseguir. No se les podía decepcionar, por locos que fueran.

Asintió. La había convencido. No había escapatoria. Que buscara.




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