Almas Gemelas: El juego del silencio

11

– ¿Descansamos? – propuso Reín.

Celestina asintió. Se levantaron de sus asientos. Reflexionaba sobre lo que había visto…

Tomó el bloc y el bolígrafo, lista para hacer preguntas.

En general… ni siquiera dudaba de que fuera una buena persona. No necesitaba pruebas.

Entraron en la sala de invitados. Reín se acercó a la estantería de vinilos, deslizó los dedos por sus cantos.

– He escuchado tu música, por cierto. Mejor dicho… aquí sería más exacto: ¿quién no ha oído tu música? Todo el mundo la conoce –dijo sin volverse–. ¿Qué tal algo de clásica? Tengo recopilaciones excelentes: bandas sonoras de películas antiguas. Siempre ayudan a desconectar… Cuando escuchas un vinilo, no recuerdas la música, sino las escenas de las películas, los momentos... –encendió el tocadiscos–. Me encanta el tocadiscos, el sonido es mejor.

Los suaves acordes llenaron la habitación.

Celestina lo observaba sin ocultar el calor en la mirada. Nadie le había enseñado que podía sentirse así… simplemente estar, sentarse junto a un hombre sin ansiedad, sin miedo. Antes, si la invitaban, era como mucho a un café, en medio del bullicio de las terrazas callejeras, donde luego empezaba a marearse. Su oído, tras la lesión, no soportaba el ruido. El aparato vestibular dañado la traicionaba sin aviso. Después –zumbido en la cabeza, insomnio, noches con ruido blanco encendido en lugar de sueño. Echaba de menos los viejos canales de satélite –esos grises que solo emitían estática. Sin imagen. Tras la lesión, habrían sido sus favoritos: enmascaraban el pitido en los oídos.

“¡Basta! –se reprendió mentalmente mientras se sentaba en el sofá–. Esto es solo una sesión. Terapia. El descanso forma parte del método. Seguro que es igual de amable con todos…”

–Me gusta tu música –dijo él entonces, girándose hacia Celestina.

Sus pensamientos se cortaron en seco. Se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Y Reín se sentó a su lado, hombro con hombro.

–Tienes una voz increíble. De esas que no se olvidan.

Ella bajó la mirada y escribió en el cuaderno:

«Tal vez por eso logré pasar el casting en el estudio. Y debutar después de tanto entrenamiento».

El calor de su hombro era inesperadamente tranquilizador.

– ¿Qué tan duro fue el casting?

Celestina escribió:

«Durísimo. Muchas etapas. Luego entrenamientos agotadores hasta la noche. Antes de entrar en la discográfica, pasé por decenas de audiciones. Y siempre los mismos pasillos, las mismas lágrimas. Recuerdo estar sentada junto a otros que lloraban tras el rechazo».

–Estoy seguro de que los que te rechazaron ahora se arrepienten mucho –sonrió él.

Ella escribió rápido:

«Sí. Le doy buenas ganancias a la compañía».

–¿Qué fue lo más difícil de esos castings?

Su mano se quedó inmóvil. Celestina se quedó largo rato petrificada, sin apartar la vista del bloc. Luego, despacio, escribió:

«Prueba de audición».

Él no dudó en preguntar:

–¿Tuviste… dificultades con eso?

Celestina tardó en responder. Finalmente escribió:

«No quiero recordarlo. Ni hablar de mi oído. Escucho mal del derecho. La rehabilitación fue larga y complicada».

Él no dijo nada. Ni siquiera se movió.

–¿Puedo hacerte otra pregunta? –susurró, inclinándose un poco hacia ella.

Ella asintió apenas.

–Pero ahora… ¿estás bien? ¿Con la audición, digo?

Celestina apartó la vista y empezó a escribir. Las letras le salían torcidas, temblorosas, pero no borró nada. Le mostró el cuaderno:

«Después, es una lotería. El oído derecho puede empeorar, quedarse igual o… perderse por completo. Ya está bastante dañado. Escucho peor. Pero hay un tercer escenario: perderlo del todo. Sigo en tratamiento, aunque pasaron años. No quiero hablar de eso. Ahora el problema es mi voz. La vieja herida nunca me abandonó. Tal vez por eso acepto con más calma lo que pasó con la voz. Ya sobreviví a algo parecido… y terrible».

Reín sostuvo el cuaderno un buen rato. Leía sus palabras con atención infinita, casi como si absorbiera su peso.

Asintió.

–De acuerdo. No tocaremos ese tema.

A ella le dolió un poco. No porque quisiera hablar de eso, no. Pero…

“Los recuerdos clave –recordó–. Dijo que era importante acceder a los momentos clave de mi vida, de mi música. Y todos ellos están ligados a aquel campo de fútbol. A lo que pasó después. Todo empezó allí. Y él simplemente dice… ‘de acuerdo, no lo tocaremos’…”

Simplemente cambió de tema, escribió:

«En tu escritorio, entre los papeles, me pareció ver un cartel de mi concierto… ¿o lo imaginé?»

Él lo pensó un segundo y respondió con una pequeña risa:

–Esos carteles debían de estar por todas partes, ¿no crees?

Ella asintió, sonriendo.




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