Almas Gemelas: El juego del silencio

14

Y entonces lo hizo. Por un instante, el dolor volvió a atravesarle el pecho, pero Celestina apretó los dientes. Quizás a él también le dolía, porque Reín levantó sus manos entrelazadas, y un segundo después las bajó hasta sus sienes, apoyando su frente contra la de ella. Celestina se desconcertó, pero enseguida cerró los ojos, dispuesta a mostrarle algo de aquello que él había pedido… lo esencial.

Sus dedos temblaban apenas, pero ella apretó su mano, aferrándose a su palma con más fuerza, inclinando la cabeza.

Podía mostrarle dónde había dolido. Y dónde aún dolía.

Al principio temió volver a sentirlo todo, como aquella vez. Revivirlo. Pero cuando abrió los ojos y vio su mirada detenida en sus labios, sus manos aún unidas, y el espacio a su alrededor transformado, comprendió que se sentía igual que en el momento en que él le había mostrado su propio recuerdo. Debían observar el de ella desde fuera.

El salón de ensayo era gris, húmedo por el sudor y la tensión. Los espejos de las paredes reflejaban los movimientos: una decena de chicas en ropa deportiva repetían pasos de baile, una y otra vez.

Entre ellas estaba ella, Celestina. Pómulos marcados, labios apretados, ojos cansados, el cabello húmedo, ya teñido. El ritmo en cada paso, pero… cojeaba. Apenas perceptible. Los labios le temblaban.

Reín bajó la mirada y le apretó la mano. Celestina sintió un nudo en el pecho… porque él había notado lo que estaba mal en aquella maldita sala de ensayo. Su fina zapatilla estaba manchada de sangre. El entrenador detuvo a todas solo al final de la coreografía, cuando Celestina ya estaba pálida y nerviosa. Se quitó la zapatilla y vio el clavo que asomaba por dentro. Alguien lo había colocado en el parquet justo bajo su posición, y ella había caído en la trampa. Pero aquel entrenador… no parecía precisamente amable. Obviamente, ella apenas empezaba a abrirse camino, quería llegar al escenario a cualquier precio, a pesar del dolor y de la herida en el pie a mitad del ensayo. Si fallaba aquella práctica, la habrían descartado, y el puesto en el escenario habría sido para otra.

Celestina se sentó en una esquina y se quitó la zapatilla; el entrenador empezó a revisar la situación, llamando a la enfermera del pasillo contiguo.

Reín observaba y dijo:

–Esperaba recuerdos algo diferentes… ¿Era común que las competidoras se hicieran cosas así unas a otras? Entiendo bien que el clavo… fue solo uno de los golpes bajos, ¿verdad?

Celestina apretó su mano y asintió.

Visto desde fuera, costaba creerlo… todo eso había sido real. Y que no se hubiera permitido detenerse.

–Lo siento –dijo Reín, sacándola de sus pensamientos, y Celestina solo se encogió de hombros. Ya estaba superado, pero esos recuerdos dolorosos se habían vuelto parte de ella. Gracias a ese dolor, se había hecho fuerte y exitosa, porque aquel día no la expulsaron; al contrario, valoraron su resistencia, el hecho de no haber detenido el ensayo por el dolor. Eso significaba que no se derrumbaría en el escenario si algo salía mal.

Tocó su rostro —como allá arriba, en la noria, en la realidad—, con manos cálidas.

Sus frentes se rozaron, y entre ellos solo quedó el aliento. Él era visiblemente más alto, se sentía, y era… tan atrayente.

Y tan… conmovedor.

–Hora de volver. He visto algo importante que nos ayudará… –añadió, inclinándose más.

El corazón de ella se aceleró.

Un pensamiento se coló sin permiso: ¿Y si él la besara?

Allí mismo, dentro del recuerdo, en medio del ruido del salón de ensayo…

Y… esa idea no dolía. Sus caricias aquí no dolían. No pinchaba el pecho, no rasgaba como tras aquellos abrazos leves. ¿Y si ella lo besaba? Aquí.

Celestina no alcanzó a pensarlo dos veces: se puso de puntillas, se estiró hacia él, rozó apenas sus labios con los suyos. Tan suave que era más un aliento que un contacto. Pero real. Y no dolía.

Reín se quedó inmóvil, a punto de sacarlos del recuerdo. Sus ojos entreabiertos –lo miraba de cerca–, el corazón le martilleaba. Sus dedos aún en las mejillas de ella…

Y, de repente, algo cambió.

Como si lo comprendiera, la sujetó con más fuerza. Su beso fue brusco, intenso. Su mano se deslizó hasta su nuca, la otra a su cintura, y Reín la atrajo contra sí. Los dedos de ella se aferraron a su camisa. Se hundía en él, en ese impulso.

Sus labios se encontraron una y otra vez; nunca había besado así a nadie. Ni imaginado que alguien pudiera besarla así…

Hasta que algo cambió. Como si cayera en la cuenta de lo que había hecho, se apartó un instante: la mirada nublada, pero ya clareaba la comprensión. Y soltó su mano.

Todo desapareció al instante.

Estaban de nuevo en lo alto de la noria. El cielo nocturno sobre ellos, la lluvia caía más espesa. Sus dedos volvieron a aferrarse a las manos de él, intentando no soltarlo. Pero era difícil. Celestina inspiró con dificultad y dejó ir su palma, porque el dolor regresó de golpe, pulsátil. Reín apartó las manos de su rostro. Sentados uno junto al otro, se miraban a los ojos, respiraban entrecortados.

Reín mantuvo su mirada unos segundos más. En sus ojos había tanto… dolor, sorpresa, deseo que aún no se había apagado… Aspiró profundamente, se inclinó y hizo una seña al guardia.




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