A la mañana siguiente se despertó de nuevo como si todo estuviera bien, nada había cambiado en su vida, y la cabeza parecía envuelta en nubes rosadas después del encuentro con Reín.
El mánager escribió brevemente: valía la pena ir a la sesión de fotos. No necesitaban voz allí, dijo; él hablaría por ella. Pensaba que le vendría bien y que había trabajo que cumplir; no podía desaparecer. Ella no quiso discutir. Simplemente fue.
Así lo hicieron.
Todo transcurrió bien –por fuera. En pocos días su foto aparecería en la portada de la principal revista de la capital; era parte de la campaña previa a la gira.
«Cara hay, voz no. Vergüenza», pensó aún sentada en el estudio, donde en un rincón parpadeaba la luz del softbox y el móvil reposaba en su mano.
Miró largo rato el mensaje a medias antes de pulsar “enviar”:
«Me gustaría verte hoy. El día ha sido de trabajo, estoy cansada. Me vendría bien simplemente estar un rato cerca de ti. Contigo todo es más sencillo. Porque en cuanto salgo de tu casa… parece que lo que pasó ya no tiene remedio…»
Él respondió casi de inmediato:
«Lamentablemente hoy tengo otra sesión. Y no te preocupes, lo arreglaremos. Nos vemos mañana. ¿Te han venido pesadillas?»
¿Con quién estaría ahora? Por primera vez Celestina sintió que las citas en ese despacho no le pertenecían solo a ella. ¿Y cómo podía vivir así, a ese ritmo? Era para volverse loco. Y no dudaba: podía quedar con otras personas más tarde, simplemente ahora la evitaba y no quería provocar otro encuentro accidental.
«No exactamente. Solo sueños agitados… sobre trabajo. Me siento culpable por haber cancelado la mayoría de planes y eventos. Hoy lo único que pude hacer fue la sesión de fotos».
Enviar.
Respondió al cabo de unos minutos, cuando ya se había levantado, sabiendo con certeza que el trayecto era a casa. No a él.
«No tienes culpa. Alguien la tiene, pero no eres tú».
Decidió ser honesta y escribió:
«Para ser sincera… te he echado de menos. No sé cómo decirlo mejor. Simplemente te he echado de menos».
Se llevó la palma al pecho, como si no doliera…
Él contestó cuando ella ya estaba en el coche; el mánager organizaba la entrega de comida a domicilio.
Abrió el mensaje:
«Celestina, yo solo estoy en unas pocas páginas de tu historia. Tú tienes que ser el centro de tu historia. No te distraigas conmigo, piensa en recuperarte».
¿Qué pensar aquí? Si al menos supiera hacia dónde orientarse. Miró a Denny a su lado: este se agitaba, más bien entraba en pánico todo el día, hablaba por ella. Al fin y al cabo, si ella perdía este trabajo, él también lo perdería. Volvería a atender a todo un grupo de chicas, a realizar tareas menores que no se ajustaban a sus talentos.
Celestina lo observó. ¿Qué veía Reín en los ojos de la gente de los recuerdos?.. Ella no veía nada.
–Vamos al estudio –dijo de pronto Denny, frunciendo el ceño–. El jefe nos convoca. Oh –y empezó a entrar en pánico aún más–. Es una mala idea. No más gente debería enterarse de lo ocurrido de la que ya sabe… Simplemente asiente a todos.
Ella se encogió de hombros y sonrió, porque ¿qué le quedaba?
Cuando subieron al último piso del rascacielos, exhaló. Entraron en su despacho. Albert esperaba con papeles sobre la mesa, con expresión satisfecha.
–¿Se solucionó todo? –preguntó de inmediato.
–No –dijo el mánager–, lamentablemente todo sigue en proceso. La terapia ha empezado; confío en que habrá resultados. Comprobé: el médico junto a Celestina es bueno.
–¿El médico es hombre? –Albert la invitó a sentarse–. ¿Hay alguien más presente en las sesiones?
–¡Por el amor de Dios! –se enfureció Denny–. Es un tratamiento, no una cita amorosa.
Celestina quedó atónita, pero se sentó obediente a la mesa, sin dar señales, como le enseñaron en clases de interpretación unos pisos más abajo.
–No por eso pregunto. Primero mirad los documentos.
Tomaron los papeles: nuevo contrato de colaboración, una enorme empresa florística. En la mesa había un paquete –obviamente un regalo–, envuelto como si fuera un reloj caro.
Celestina alzó la vista. Esos papeles podría habérselos traído Denny; claro que los firmaría sin la presencia del jefe.
Denny también lo entendía, por eso miró inquisitivo a Albert. En el despacho no había ningún representante de la marca para que valiera la reunión.
–¿Bueno? ¿A qué vinimos? –preguntó el mánager.
Albert entrelazó los dedos y se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los codos en la mesa. Su voz adquirió una suavidad apenas perceptible –esa que usan los directivos cuando intentan vender algo sin llamarlo por su nombre.
–La situación aquí es… delicada.
–¿Qué significa “delicada”? –frunció el ceño Denny.
–La marca, como ven, es seria. La tarifa y los bonos están a nivel superior. Pero el matiz es que este contrato, digamos, no fue impulsado por el departamento de marketing. Hay una última cláusula.