Almas Gemelas: El juego del silencio

19

Al día siguiente, mientras estaba en la sesión con Reín, no podía calmarse. Simplemente extendió la mano en silencio, tocó su muñeca y permitió todo. Mostró el recuerdo de ayer: el despacho, Albert, los contratos, la insinuación de la cena comprada.

Después de eso… Reín, que profesionalmente mantenía neutralidad y silencio incluso en las situaciones más incómodas, esta vez apenas inclinó la cabeza y resopló. En sus ojos brilló algo cálido y amargo al mismo tiempo, triste y tenso. Permaneció en silencio, pero su mandíbula se tensó y la mirada se volvió pesada, como de piedra. Estaba enfadado.

–No es algo que debas vivir –dijo al fin en voz baja–. Es sucio.

Ella apretó los labios. De hecho, se sentía algo sucia y herida. Cuando subía al escenario, sabía que era un juego sucio, pero no había creído del todo que algo así pudiera sucederle a ella.

–Lo siento –murmuró él, sacudiendo la cabeza, y cuando Celestina se abrazó a sí misma por los codos, inclinando la cabeza, él suspiró y la abrazó con cuidado.

Nadie hasta entonces la había consolado con un abrazo. Ese tipo de dolor de los abrazos se podía soportar. Se apretó más fuerte.

–Vamos… probemos con otra cosa –dijo, y ella sintió cómo acariciaba suavemente su cabello–. Algo que no te arrastre hacia abajo. Muéstrame un recuerdo donde fueras feliz. Algo que realmente importe —se apartó un poco y tomó su mano—. Tal vez encontremos algo de nuevo…

Ella puso su palma sobre la suya, un breve suspiro por el dolor que aún quedaba en su cuerpo. Pero en cuanto cerró los ojos y el espacio comenzó a cambiar, se encontraron dentro del recuerdo… el dolor desapareció. Sus dedos apretaron los suyos –era agradable.

A su alrededor, bullicio: todos preparaban el escenario para el concierto. Celestina estaba de pie con un hermoso vestido, practicando las letras de las canciones, con miedo de olvidar. Una hora para su primer gran concierto. Y de repente, la entrega. El florista apenas cabía por la puerta entre bambalinas: un enorme ramo de peonías blancas y rosadas. Ella se quedó paralizada. Amaba las peonías desde niña –nunca nadie se las había regalado. Y de repente un ramo enorme y… una tarjeta.

Reín pasó fácilmente el dedo por el borde de la cinta imaginaria, y con la otra mano apretó la de Celestina, que estaba a su lado observando con él.

–¿De quién? –preguntó suavemente y se inclinó para echar un vistazo a la tarjeta, había un texto, lo leyó en voz alta–: “Las mejores canciones nacen después del silencio. Que esta noche sea la primera de cientos. Encántalos. Estoy en la sala”.

Reín leyó y observaba atentamente la reacción. Celestina del recuerdo estaba sinceramente desconcertada, abrazó el ramo y giró sobre sí misma en el lugar. En la sala... allí había una sala para ocho mil personas, algunos ya estaban dentro, se oía el bullicio.

Él preguntó de nuevo, acariciando su mano:

–¿Encontraste quién envió el ramo? ¿No reconociste a nadie entonces?

Negó con la cabeza –no, era imposible debido a la multitud. Y nadie se acercó después del concierto.

Miraba cómo Reín a su lado observa a Celestina con el ramo, que se sonroja y escucha cumplidos del mánager, porque Denny jura que no es idea suya, pero se alegra de que la felicitaran tan bien por su debut… quienquiera que fuera.

Y Reín, sonriendo, soltó suavemente su mano.

Tan pronto como la realidad volvió, otra vez en el despacho, Reín dijo:

–Todo hombre sueña con ver la reacción de una chica al recibir un ramo así de forma anónima.

Celestina sonrió suavemente, porque era obvio.

Escribió en el bloc:

«Has tenido acceso al sueño de algún hombre».

Se quedó unos segundos más sonriendo, pero un pensamiento incómodo apareció de repente. Reín notó el cambio en su estado de ánimo.

–¿Qué pasa? –preguntó.

Escribió:

«No sé qué pensar. En la tarjeta hablaban de silencio. ¿Podría ser una alusión a mi voz…? ¿Quien envió el ramo podría saber lo que iba a pasar?»

Reín guardó silencio un instante, luego suspiró:

–No… no lo creo.

Escribió en una hoja nueva:

«¿Por qué no? ¿Quizás sea así? ¿O quizás es un ramo tan fresco y hermoso de ese dueño de un imperio de floristería que quiere una cita conmigo a cambio de un contrato con su marca? ¿O quizás lleva mucho tiempo acosándome, porque quién sabe, o quizás hace tiempo que es patrocinador del sello y acordó algo con mi jefe hace ya un tiempo?»

Celestina miró fijamente a Reín, esperando su reacción. Su rostro, siempre sereno y contenido, mostró por un instante una sombra de desconcierto. Bajó la cabeza, como evitando su mirada, y sus dedos apretaron nerviosamente el borde del bloc que estaba entre ellos. Notó cómo sus cejas se movieron ligeramente y sus labios se apretaron en una línea delgada –como si quisiera decir algo, pero las palabras quedaran atrapadas muy dentro. Ese instante fue breve, pero para Celestina duró una eternidad. Su corazón se apretó: ¿por qué reacciona así? ¿Le ha afectado? Esperaba que la celara aunque fuera un poquito.

Reín se pasó la mano por el cabello, intentando recuperar su habitual confianza, y dijo en voz baja:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.