Almas Gemelas: El juego del silencio

22

Recién despertó y le escribió a Denny que definitivamente rechazaba la cita con un posible patrocinador, porque no quería violar los términos de su propio contrato ni sentir dolor si de repente un desconocido comenzaba a manosearla… Se habría asfixiado antes del postre.

Y en realidad… ni siquiera podía imaginarse sentada en un restaurante con alguien de pensamientos sucios, mientras todo su cuerpo ya se moría por pertenecer a otro. Y si después de esa reunión él llegara a tocar sus pensamientos… Vería accidentalmente toda la escena en la que ella está en la cita, como una muñeca bonita, humillándose por dinero… Reín vería que ella estaba dispuesta a sentarse a la mesa con desconocidos mientras en su cabeza resonaba su voz. Sería el fin. No habría soportado tanta vergüenza y no quería perder al hombre junto al que sentía tanto.

Inmediatamente después de enviar el mensaje a Denny, le escribió a Reín:

«Le dije al manager que no quiero ver a ningún patrocinador. No iré a ninguna cita».

Él respondió:

«Me siento un tonto celoso. ¿No te molesta que lo diga?»

Ella sonrió. Sin querer. Y escondió esa sonrisa bajo la manta, ocultando su rostro.

Y luego sonó el teléfono. Denny.

“¿Qué pasa con él?.. Yo… no podría responder” –pensó, pero aún así aceptó la llamada, acercando el teléfono al oído.

–¿Estás ahí? –la voz de Denny sonaba extrañamente cuidadosa–. Solo presiona cualquier número para que sepa que me escuchas.

Presionó.

–Tino… –hizo una pausa prolongada–. Escribiste que no querías violar el contrato. Le transmití tus palabras al jefe. Y él dijo… dijo que eres hipócrita. Porque tiene fotos. Fotos tuyas besándote con un hombre en un coche. Me pregunto… ¿qué es eso?..

El pecho se le apretó. Se sentó más erguida, mirando fijamente el espacio frente a ella.

–Albert, probablemente está dispuesto a chantajearte por ese maldito patrocinador –continuó Denny–. Yo no estoy involucrado, te lo juro. No le dije a nadie dónde estuviste ayer. Tal vez alguien de seguridad… no lo sé. No sé qué fotos tiene. No las vi —calló un momento–. ¿Estabas con ese médico?.. Si fue así, sospecho… Albert no te dejará volver a acercarte a él. Mira… sé que todo esto suena loco, pero ten la seguridad… Albert no hará públicas esas fotos –él tampoco quiere perderte. Y si algo así apareciera en la prensa, él te defendería y demandaría a los que te espiaran… Así que… estoy seguro… simplemente te impondrá sanciones si realmente viola alguna cláusula del contrato y la imagen que él creó. La cantidad, claro, será desagradable, pero será… Solo prepárate para no recibir los próximos pagos del estudio por tu trabajo –exhaló pesadamente.

Celestina escuchaba, pero pensaba en algo completamente diferente. Le parecía que todos de repente estaban en su contra. ¿Tal vez su maldito jefe estaba arruinando su carrera? ¿Tal vez quería empujar a una sustituta al escenario?

–Eso es lo peor que puede hacer. Porque, Dios, a ese médico tienes que ir… otro igual no encontraremos. Así que… solo ve a esa reunión con el florista, o quien sea, y Albert se calmará y olvidará esas fotos, supongo. Quiere que le traigas un poco más de dinero… A mí personalmente me da igual, incluso si tienes un romance con el médico, es tu asunto, lo importante es que nada salga a la prensa. Eres imprudente –dijo con reproche, chasqueando la lengua.

Realmente imprudente... Y le pareció que el tintado del coche de Reín era más oscuro...

En general –repugnante. La vigilaban desde todos lados.

Antes de que terminara el día, logró ir a la oficina del jefe, escuchando la arenga de que el florista era importante.

Escribió en una hoja sobre su escritorio:

«Entonces cambien mi contrato, para que no tenga ese estúpido punto».

–Oh –Albert levantó los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho–. Solo pides esto porque te interesa otro hombre. Y viendo lo imprudente que eres, no estoy seguro de estar dispuesto a llamar a un abogado y reescribir los papeles. El contrato es por tres años, y entonces… –encogió de hombros–. Veremos qué sigue con tu trabajo.

Sonaba como una bofetada. Celestina respiraba con dificultad, mirándolo a los ojos. Porque en realidad sonaba como una pregunta sobre renovar el contrato o terminarlo sin renovación en absoluto, en cuanto pasaran los tres años.

Escribió, inclinándose sobre el escritorio:

«¿Qué tiene de tan importante ese florista como para que puedan chantajearme así?»

–Importante. Con más estatus que tú.

Cuando salió de la oficina, cerró la puerta con fuerza y de inmediato se quejó con Reín, enviándole un mensaje rápido:

«Te necesito mucho ahora. ¿Puedo ir?»

Respondió:

«Eres la mejor parte de mi día. Sí, por favor».

Era tan agradable, especialmente después de todo lo oído en el día. Celestina se secó rápido los ojos húmedos con las palmas y salió del edificio.

Cuando llegó a la casa conocida, ya anochecía. Estacionó torcidamente, sintiéndose avergonzada de que Reín viera sus desastrosas habilidades de conducción.




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