La sala fría, el aire familiar de la facultad. Armarios centenarios, montones de papeles, olor a café y a falta de sueño. El despacho está estrecho: el decano, tres profesores y ella, con las manos cuidadosamente plegadas sobre las rodillas y un pañuelo apretado entre los dedos. Los ojos enrojecidos.
–Lamentamos sinceramente lo que está pasando, Celestina –empieza el profesor canoso, el mismo que hacía medio año se había puesto en pie para aplaudirla después del examen de canto–. Pero debemos reconocerlo: el estado de su audición, tal y como está hoy… no le permitirá terminar ni siquiera este semestre.
–Compréndalo, necesita recuperarse –añade con suavidad otra profesora–. Necesita silencio, no ruido, no canto… Solo el silencio le permitirá sanar, estoy segura. Todos los cantantes y músicos lo saben: lo peor que puede ocurrir son los problemas con el nervio auditivo… Pero no todos los casos son trágicos. Creo en usted. Necesita tiempo…
–Estamos dispuestos a ponerle calificaciones suficientes para pasar al siguiente curso –interviene el decano, hojeando los documentos con nerviosismo–… pero no lo bastante altas como para concederle una beca. Usted lo entiende. No habrá notas sin participación en actividades, en prácticas…
Su voz resuena como si viniera a través de un cristal, amortiguada, y en ese instante Celestina –que observaba desde fuera los acontecimientos que la obligaron a dejar los estudios– apoya la frente en el hombro de Reín, como escondiéndose. Él la rodea con un brazo por el cuello, y ella se permite unos segundos de debilidad antes de que…
Otro recuerdo.
…la luz se encienda de golpe, el espacio cambie, y ya estén en el despacho del médico al que ella aprecia y respeta, el que la salvó.
Aire fresco, paneles de madera, minimalismo, unas flores rojas brillantes en la esquina.
–No vamos a rendirnos –dice el médico, posando la mano sobre la suya–. No prometo un milagro, pero intentaremos mejorar la situación. Todavía no es tarde. No escuche a quienes se apresuran a darla por perdida. Yo creo en usted. Y usted debe creer en sí misma.
Celestina, en el recuerdo, lo mira a los ojos, y ahí está… la fe. Pero aun así su mirada vacila, como si no quisiera creerlo, como si no pudiera permitirse tener esperanza otra vez.
Reín no dice nada junto a ella, solo la abraza, la aprieta más contra sí. Ella siente su leve caricia en el cabello, cómo la consuela, cómo la protege.
Y entonces… como una explosión interna. El recuerdo no pide salir: simplemente irrumpe. Y esta vez ella ya no se controla. La sensación es distinta… la luz más cálida, el corazón más joven. Vuelve a ser aquella chica de primer curso.
El sol de primavera baña el campus con su calor. El aire huele a hierba fresca y a flores del parterre cercano. En el gran campo, los estudiantes corren tras el balón: dos equipos, un partido entre su universidad y el mejor equipo de medicina.
Pero ella no está en el campo. Está al otro lado. Con una chaqueta blanca sobre un vestido azul claro, el cabello recogido en una coleta ordenada, el maquillaje discreto. Los profesores la eligieron porque dijeron: “Su voz no es de este mundo”. Y hoy debe cantar el himno de la universidad antes del inicio del partido. Una pequeña tarima ya está montada en una esquina del campo: una plataforma temporal con un micrófono, un par de altavoces, un técnico ajustando algo con los auriculares puestos.
Ella avanza por la línea de espectadores, sonríe, está un poco nerviosa. Las palmas le sudan. Todos dicen que es un honor. Ella quiere creerlo.
De pronto, un ruido. Un grito. Y algo oscuro sale disparado hacia ella como un rayo.
Un instante, mientras observa esto desde fuera, Celestina tiembla en los brazos de Reín y escucha su respiración agitada y preocupada. Levanta ligeramente la mirada para ver su rostro, y él está completamente desconcertado, aunque todavía no ha pasado nada.
Un instante…
–¡Agáchate, idiota!
Pero no le da tiempo a reaccionar. El balón la golpea en la cabeza con toda la fuerza.
En los brazos de Reín, Celestina grita, porque el dolor es idéntico, y el oído empieza a zumbar de inmediato. Y la Celestina del recuerdo también grita, se tambalea por el impacto: su sistema vestibular no soporta una lesión así. Aún no sabe que ese mareo, esa náusea, ese silbido en el oído… pertenecen a lo irreparable.
Celestina no querría verlo otra vez. Ni entendió cómo se escapó ese recuerdo… Se contempla a sí misma como estudiante, tan desdichada, tan pálida de inmediato.
Y antes de fijarse en el chico –el joven médico del equipo de fútbol– que corre hacia ella en el recuerdo, Celestina observa a su yo de entonces arrodillarse en el suelo, y escucha la voz de Reín junto a su mejilla:
–Celestina…
El sol deslumbra, pero ella aun así enfoca la mirada. Lo ve correr hacia ella.
Alguien la sostiene por los hombros. Alguien llama a una ambulancia. Y ese chico que ha golpeado el balón… está tan cerca que Celestina distingue su rostro…
Reín.
Y todo vuelve al momento presente, porque Reín arranca bruscamente su mano de la suya y la suelta del abrazo.