Acaba de abrir los ojos, su cuerpo todavía temblaba por la tensión y su corazón latía como si quisiera salirse del pecho. Reín, como captando ese desgarro interior, soltó lentamente su mano, dejando entre ellos ese vacío frío que ella sintió de inmediato.
—Yo no me aparté de ti —aseguró—. Que terminaras bajo mi cuidado fue una coincidencia favorable. No lo impidieron solo porque primero lo acordaste con tu mánager. Él insistió ante Albert para que recibieras tratamiento conmigo. Tobias estaba en contra.
Celestina lo miró, interrogante.
Él explicó:
–También me encontré con Denny. Me preocupaba por ti y necesitaba preguntar si había alguien que se opusiera a que te acompañara… Solo Tobías estuvo en contra. Creía que un médico como yo podría hacerte daño de alguna manera. Pero Albert aprobó. No objetó, porque le interesa que continúes tu carrera… Y no te preocupes, Denny es bastante discreto y no dijo nada de más. Hablé con él de manera que no descubriera en quién tenía mis sospechas.
Celestina comprendió: Reín estaba señalando abiertamente a Tobías.
–Y con esas fotos ya no te chantajearán –constató secamente y se levantó, acercándose a la pizarra donde ya había conexiones de nombres, eventos y símbolos, y sin volverse, agregó–: Tobías. Y esa chica que bailaba en el grupo cuando te lastimaste el pie. Están relacionados. Y tu exmédico también… Necesito ver a más personas de tu entorno para entender más.
Escribió algo más, se detuvo un instante, como si tomara una decisión interna, y solo entonces regresó a su lugar, se sentó, mirándola con atención y compasión.
–Cuando tomé su mano… lo sentí. Hay más personas, alguien más. Quiero reunirme con tu médico anterior. Dame su contacto… La última vez no llegamos a discutirlo… –claro, porque después del recuerdo del señor Cliff, de repente surgió el recuerdo de ese partido de fútbol–. Pero con él también hay algo extraño. Entiendo que lo aprecias y no querrías saber que podría haberte hecho daño, pero… debo verificarlo todo.
Oh… hablaba como si todos fueran enemigos. Tal vez lo eran.
Sabía que para que él pudiera ver más, ella debía abrirse aún más, dejarlo entrar más profundo. Se preparaba mentalmente, luchaba contra su resistencia interna. Pero retroceder ahora sería insensato: tal vez ya estaban muy cerca, tal vez solo unos pasos más –y todo encajaría. No podía obstinarse.
Él extendió la mano, listo para recibir todo lo que ella pudiera mostrarle.
Celestina tocó su palma.
Los recuerdos estallaron en su cabeza en fragmentos, cuadros intermitentes, voces… risas y miedo, olor al escenario, lágrimas en el camerino, el frío del pasamanos de metal. Pero los pensamientos estaban dispersos, no querían formarse en un todo coherente. Ella trataba de concentrarse, de exhalar, de darle al menos algo.
Y de pronto… la comprensión. Ella no quería, bajo ningún concepto, mostrarle por accidente que sí había visto a Valentín. No podía, no quería crear un conflicto con Reín; de repente se sintió culpable, como si lo hubiera traicionado…
No podía mostrarlo. No quería que Reín lo viera.
De repente, casi asustada, retiró la mano, como quemándose, y en el siguiente instante se levantó de su asiento, casi brincando. No podía respirar, no podía quedarse un minuto más allí. Se inclinó para ponerse los zapatos, sin mirar de nuevo a Reín.
Él no se detuvo.
Ella solo escuchaba el silencio detrás de su espalda mientras bajaba corriendo las escaleras. Quería llegar a casa y permitirse finalmente llorar.
Solo cuando ya estaba sentada en el coche, al encender el motor, levantó la mirada.
Y lo vio. Estaba junto a la ventana en el segundo piso, apoyando el hombro contra el marco, con un cigarrillo entre los dedos, sin apresurarse a alcanzarla. No se movía, no la llamaba, no se lanzaba hacia abajo tras ella; simplemente la observaba mientras Celestina huía.