Almas Gemelas: El juego del silencio

38

La mirada del señor Cliff, antes tan segura y penetrante, ahora parecía frágil, nublada por el dolor y el cansancio. Pero en sus ojos todavía brillaba una chispa: la misma que alguna vez le había dado esperanza en la sala del hospital.

Reín estaba a su lado, su mano descansando ligeramente sobre el hombro de ella, y ella sentía su calor, su tensión, como si estuviera dispuesto a protegerla de todo el mundo. El contacto hacía que todo en su interior temblara, pero de nuevo dolía.

–Permítame –dijo Reín y, al instante, extendió la mano hacia el señor Cliff.

El hombre lo miró durante unos segundos con desconfianza, frunciendo ligeramente el ceño, y los delgados dedos que apretaban el pañuelo se estremecieron.

–¿Me mostrará? –preguntó Cliff, y la comisura de sus labios se levantó apenas en una sonrisa–. Estoy seguro de que puede.

Solo se necesitaba permiso…

Celestina contuvo la respiración, observando cómo Cliff lentamente extendía su mano y estrechaba la de Reín. Todo sucedió rápido. Cliff se tensó, cerró los ojos y se sumergió en el flujo de recuerdos ajenos. Celestina reconoció esa expresión: ella misma había sentido cómo Reín entraba en su memoria, revelando sus momentos más dolorosos. Pero, ¿qué le estaba mostrando a Cliff?

Sabía que él era habilidoso, demasiado habilidoso. Podía elegir qué mostrar, cómo presentarlo, cómo tocar el alma de otro. Incluso cómo presionar la fibra de la compasión.

El momento terminó tan rápido como comenzó. Solo pasó un minuto, pero Cliff abrió los ojos de golpe, y su mano se retiró de la de Reín, como si lo hubieran golpeado.

Cliff lentamente dirigió la mirada hacia ella, y en sus ojos apareció algo nuevo: no solo compasión, sino también una sombra de culpa.

–Celestina…

Reín exhaló y asintió a Celestina. Un instante después empujaba la silla de ruedas de Cliff mientras el hombre recomponeaba sus pensamientos. Paseaban por el jardín del hospital.

Ella abrió las notas en su teléfono, sus dedos golpeaban la pantalla febrilmente y de inmediato mostró a Reín:

«¿Qué viste? ¿Qué te mostró?»

De repente, sobre sus notas apareció un mensaje de Valentín:

«Además de esto, también espero poder verte, querida Estelle».

Reín levantó los ojos hacia ella con frialdad, pero no preguntó por el mensaje, sino que siguió hablando con el señor Cliff:

–Usted rompió su juramento, por eso su salud lo traicionó. Evidentemente se violó el secreto médico.

Celestina comprendió que Reín había logrado ver fragmentos de los pensamientos del señor Cliff, y no solo mostrarle algo sobre su propio estado.

–Lamentablemente.

–Entonces cuéntenos cómo sucedió. ¿Qué tiene ya que perder?

–Fui imprudente… Yo mismo me metí en esta silla. Y cometí la estupidez… la estupidez de hablar del estado de salud de Celestina con alguien de su equipo. Con Tobías. Al principio pensé que no me afectaría, porque de todas formas en su trabajo ya lo saben. También les importa. Pero me equivoqué. En cuanto sentí el dolor… cerré… mi… puta… boca –se atragantó con la tos, pero Reín no detuvo la silla.

–Lo vi. ¿Y luego qué pasó?

–Oh, realmente eres un profesional, me mostraste al máximo para llegar a mis recuerdos, que emergían de forma incontrolable… sabes encontrar todos los puntos –Cliff se enderezó y miró al frente–. Primero Tobias se interesó por su estado de salud cuando Celestina aún no había subido al escenario. Por sus palabras comprendí que le importaba el debut de otra chica. Y en sus preguntas sobre la salud de Celestina no había nada bueno… Tenía prisa, por eso sus emociones se leían a libro abierto. Regresaba rápido al coche, donde lo esperaba la chica.

–La vi –dijo Reín sin emoción–. Celestina también se cruzó con ella.

Celestina se enfureció al escuchar todo eso, pero se contuvo. Evidentemente, la chica que le había puesto un clavo en el gimnasio podía ser la amante de Tobias. Eso podría unirlos… ¿Y luego?

–Lo siento mucho, Celestina –sonó realmente triste, de repente se llevó las manos al pecho–. Nunca pensé que todo llegaría al punto en que perderías la voz…

–No fue eso lo que lo debilitó específicamente –intervino Reín.

–No eso. Pero empezó con Celestina. Después de su debut, Tobias volvió varias veces, preguntando todo… chantajeando con que yo ya había violado la confidencialidad, así que debía seguir contándole algo… Pero luego no volvió a preguntar por ella, porque un día se cruzó en el pasillo con otra de mis pacientes… –el hombre se estremeció de dolor y gimió.

No podía decirlo ni mostrarlo.

Reín perdió interés, evidentemente, porque sacar información del viejo médico… no era buena idea. Solo lo destruiría.

–No puedo decirlo, lo siento… No puedo… físicamente. Pero no hice nada que pudiera dañar a Celestina. No fui yo.

Reín simplemente se despidió, se giró y dio unos pasos atrás, completamente frío, pero con los dientes apretados.

Celestina se quedó desconcertada. Pero escuchó muchas cosas importantes para ella…




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