Almas Gemelas: El juego del silencio

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Las reuniones secretas con Reín eran difíciles de organizar. Aunque Celestina intentaba mantener la distancia, retrasaba llamadas, posponía encuentros, cada mañana se despertaba con la misma sensación: quería verlo, quería sentir que estaba cerca, porque el verano estaba llegando a su fin, y si en esta historia realmente había un lugar para un cuento de hadas, entonces debía aparecer ese príncipe que la salvaría, le devolvería la voz y la sacaría de este círculo encantado.

De manera inesperada, se dio cuenta de que también las reuniones con Cleo la ataban. La niña la abrazaba como si conociera todos sus miedos y jugaba con ella como si pudiera curarla sin decir una palabra. Cleo sabía comprenderla.

Esa tarde iba a ser la última reunión con Cleo de la semana. Valentín no estaba; solo la niñera, que había salido a comprar provisiones, y Celestina, que sostenía la mano de Cleo en la sala infantil del centro comercial. Valentín había hecho de aquel lugar un sitio seguro: los guardias de la niña estaban en la entrada, y la sala estaba casi vacía.

Cleo, suelta y alegre, saltaba en la piscina de pelotas de colores, la llamaba y finalmente arrastró a Celestina consigo. Al principio se resistió, pero al instante ya reía a carcajadas.

Cleo, medio sumergida entre las pelotas, se detuvo, la miró con los ojos bien abiertos y dijo:

–Tú ríes… pero no hablas.

Celestina asintió. Con la niña era más fácil comunicarse no con palabras ni en papel, sino con dibujos rápidos, pequeños bocetos que compartían entre sí. Y había algo en esto que le faltaba mucho con los adultos: sencillez, confianza y la ausencia de la necesidad de explicar algo.

Cuando salieron de la sala infantil, la pequeña encontró entre los peluches un micrófono de juguete, casi mullido. Celestina casi soltó un gemido al oír cómo cantaba de pronto. Por primera vez no era un tarareo, sino una canción de verdad. Una criatura con talento.

En medio de la noche, cuando la reunión con Cleo terminó y la ciudad dormía, finalmente logró escapar y llegar hasta Reín. Se encontraron fuera de la ciudad, en una colina desde donde la luz nocturna caía sobre los tejados y toda la ciudad parecía estar en la palma de la mano. Su pecho se contrajo de golpe al ver a Reín bajo una farola solitaria. Su silueta era nítida, casi afilada, y en su mano sostenía una única flor de peonía.

–Esto no es una cita –empezó en voz baja–. Sin besos.

Celestina se acercó, tomó la flor de su mano. Sintió un ligero cosquilleo en los dedos y supo que él también lo había sentido.

Reín le tendió la mano. Dudó solo un instante, luego puso la suya en su palma, apretando la peonía con la otra hasta casi arrugarla, enfadada.

La oscuridad se cerró alrededor y de pronto estaban dentro de un torrente de recuerdos breves y entrecortados. Celestina no lograba concentrarse, no sabía exactamente qué dejarle ver, qué permitir. Lo único cálido al que se aferraba era Cleo. La niña aparecía por todas partes; le había llegado muy hondo.

Reín tenía un semblante confundido y tenso cuando apareció el primer recuerdo: Cleo guiando a Celestina de la mano por un pasillo, deteniéndose y susurrando algo rápidamente. El siguiente: la niña dibujando en la mesa, mientras Celestina escogía y le pasaba los lápices necesarios, y ella reía agradecida con los ojos, contando historias. Luego otro: Cleo contando emocionada cómo su papá le había comprado un perro, pero la engañaron y le dieron una cobaya. Después: balbuceos infantiles sobre las vacaciones de invierno. Y –globos de colores–: ellas dos saltando juntas a la piscina, los globos cayendo a los lados, y Celestina riendo de verdad.

A Valentín logró ocultarlo; ni una sola vez apareció.

–Celestina… –Reín le apretó la mano–. Estás riendo.

Él no miraba a la Celestina presente, sino a la del recuerdo: con un puñado de pelotas y una risa suave y pura, y al lado Cleo, agitando los brazos, radiante de alegría.

Celestina también le apretó la mano (porque lo deseaba). Asintió apenas.

–Estás riendo –repitió él en voz baja–. Pero esta niña… está tan feliz contigo. Y al mismo tiempo… no se ha reído ni una sola vez. ¿Quién es ella?




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