Almas Gemelas: El juego del silencio

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Quedaron en un café a las afueras, desierto, escondido bajo la sombra de árboles centenarios. Celestina llegó sola. El lugar parecía detenido en los noventa: sillas gastadas, mesas con manteles pegajosos, fotomurales desvaídos de cascadas y palmeras.

Se sentaron en un rincón, lejos de las ventanas. Celestina cruzó los brazos sobre el pecho, su mirada era fría, pero por dentro todo hervía. No entendía lo que estaba ocurriendo, ni lo que Reín había logrado hacer en ese día. Pero estaba lista para escuchar. Alexa parecía no haber dormido en varias noches: sus ojos estaban rojos, los dedos le temblaban al acomodarse el cabello. Apenas se sentaron, de repente Alexa se llevó las manos a la cabeza y comenzó a llorar. Celestina no creía en las emociones exageradas de las chicas que pasaban por la escuela del sello discográfico, porque allí realmente enseñaban muy bien actuación.

Alexa tardó un minuto en recomponerse. Se secó la cara con rabia, se irguió y su expresión se volvió dura, casi furiosa.

–Nunca había sentido algo así, Estelle. Imagínate: un hombre se presenta, moreno, guapo, sonríe, me tiende la mano, me ayuda a sentarme en la mesa. Dice: «Entonces, ¿me dices que estuviste en Mónaco? A veces sueño, que al tomar la mano de alguien, poder ver sus recuerdos, para entender mejor sus historias. ¿Me mostrarías Mónaco?» Yo, toda emocionada, le contesto que ¡claro que sí!, que sería increíble, que facilitaría tanto la comunicación entre las personas… pero que en vivo siempre es mucho mejor. Y de pronto me suelta: «Así que eres cantante. Siempre me ha intrigado hasta qué punto es feroz la competencia en los sellos. ¿Tanto como para clavarle un clavo a alguien o dejarla lisiada justo antes del debut?» Me quedé helada. Él sonrió. ¿Es tu detective?

Celestina apretó los labios y entrecerró los ojos. Por supuesto, era él.

Alexa no soportó su mirada. Se levantó de golpe y se dirigió a la máquina de café en un rincón del café. Tomó un café, pagó con tarjeta y regresó a la mesa, pero sus ojos evitaban a Celestina, vagando por los fotomurales.

–Ya entendí que no podrás responder –dijo.

Pero, maldita sea, lo único en lo que Celestina podía pensar era que Reín había tocado a otra mujer… era parte de su trabajo. Tenía que tomarle la mano para ver sus recuerdos, pero aun así…

–Fue muy extraño, justo cuando lo decía, sentí como si se oscureciera ante mis ojos, solo pensé un instante en… y él parecía verlo todo. En un momento me dijo que Tobías me conoció en Mónaco, me trajo de allí para ayudarme a convertirme en estrella, y firmé el contrato. ¿Quién es él? ¿Quién es este hombre y cómo pudo ver… lo que pensé?

Celestina contuvo una alegría repentina. Pero, Dios, ¿Reín había tenido una cita con Alexa?

Escribió en el móvil:

«¿Fue una cita? ¿Y Tobías? Obviamente estáis juntos».

Luego escondió el teléfono bajo la mesa y escribió a Reín, golpeando la pantalla con las uñas:

«¿Qué tal la cita?»

Estaba enfadada.

–Sí, fue una cita –respondió Alexa, asintiendo, y Celestina apretó los dientes, sintiéndose estúpida–. Me pareció encantador… Y Tobbi… me da miedo, lo evito. Todo se ha puesto muy feo… Y entiendo que tengo que contarlo, porque ese hombre… el que se reunió conmigo… ya lo sabe casi todo. Mejor que lo diga yo.

Alexa apretó el vasito de cartón; su voz temblaba, pero sonaba sincera:

–Comenzó realmente en Mónaco –dijo lentamente, como saboreando los recuerdos, todavía con el sabor salado del viento marino–. Tobías y yo nos encontramos en un bar. Yo actuaba allí, en un pequeño escenario acogedor. Allí me sentía bien… la gente escuchaba cantar… Él hablaba tan bien –continuó Alexa, inclinándose hacia adelante–, tan seguro. En pocos días logró convencerme de dejar todo e intentar llegar a un escenario grande. Yo no quería mudarme a Bélgica. Mi corazón estaba en Mónaco: sol caliente de día, noches frescas… el bar olía siempre a vino, y las celebridades que a veces paseaban borrachas por las calles parecían parte de un cuento… Pero él pintaba otra imagen. El sello para el que trabajaba parecía un sueño. Nivel realmente internacional. Allí, decía él, podía convertirme en una de esas mismas estrellas que tanto temía y deseaba alcanzar. No solo una chica en un bar local, sino una celebridad, igual que esas que vagan por las calles de Mónaco…

Celestina sentía el corazón latiéndole a mil, rezando por oír algo que salvara su voz.

–Soñaba con un guardaespaldas a mi lado –susurró Alexa–, para que nadie más me tocara, para que mi cuerpo y mi voz fueran míos, no de borrachos al azar. Soñaba con que hubiera alguien que escribiera canciones para mí… porque yo nunca supe hacerlo. Solo cantaba palabras ajenas, melodías ajenas… Sí, realmente se esforzó por mí… –sus ojos brillaban, pero no de alegría, sino de una mezcla de desesperación y vergüenza–. Me llevó de la mano con Albert, firmé el contrato. Incluía un patrocinador. Lealtad al patrocinador: Tobías. Firmé creyendo que él sería mi esposo, que era un cuento del que comenzaba otra vida. Pero esa cláusula se volvió dolorosa cada vez que no obedecía a Tobías… Tenía que hacer todo lo que él me decía.

Celestina estaba completamente en shock… Incluso lograron incluir algo así…

–La primera vez que entré a la sala de entrenamiento y vi a otras quince chicas… entendí: no sería fácil, el camino al escenario sería complicado. Escuché sus voces, las vi bailar… y yo me quedaba horriblemente atrás. Por primera vez sentí miedo. Y vergüenza. Lo siento, Celestina, por casi arruinarte entonces. Cuando puse ese clavo en tu posición justo antes del debut.




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